India
Pasaban los años y la India siempre quedaba pendiente.
Fue Marcela, de laorillainfinita.com, la musa de nuestro viaje. Al entrar en su casa le pregunté sin creerlo: ¿todos estos muebles los trajiste de India? A su confirmación siguió una charla eterna sobre el destino, que continúa hasta ahora.
Y así, el firme deseo de conocer India ya estaba entre nosotros y había venido para quedarse. Ella nos contactó con Helena de Black Pepper Tours, la agencia que nos organizó todo el viaje.
La vida nos regala lindas personas, de esas que inspiran, de esas que suman, que alimentan. Una de ellas es Marcela. Su pasión por el subcontinente nos contagió. Viajera como @tripticity_ nos animó a hacerlo y, por eso, siempre le estaremos agradecidos.
Helena nos había dicho “India es un viaje a los sentidos”. En mis palabras sería un shock a los sentidos. Una descarga de desfibrilador a tu ser, a tu todo. Allí donde la sorpresa vuelve a sentirse, donde te amigas con la incomodidad, donde no logras dimensionar la infinidad de lo humano, donde comprendes que sos bien chiquito en la historia universal, donde una vez más volví a sentir esa contradicción adictiva que me genera cada viaje, eso de verme al mismo tiempo muy muy pequeña en este mundo (como una hormiguita) y en ese momento también muy muy enorme (como un elefante) al haberme animado a llegar y vivir esa experiencia que un viaje te propone, cual orgullosa de la valentía que implica salir de casa y andar y explorar.
Marcela -por su parte- justo antes de partir, nos adelantó. Prepárense, disfruten la sobredosis que se les viene. Y fue así. Sobredosis de todo. ¡De dioses, de creencias, de personas, de tránsito, de palacios, de contrastes, de imágenes, de vivencias, de experiencia!
En India todo abunda, todo abruma. En este subcontinente el color gobierna el caos y el desorden baila en una lógica sólo comprendida por ellos, el pueblo nacionalista en el que conviven múltiples religiones, creencias, etnias.
También era frecuente leer en los sitios especializados sobre los olores, colores y sabores de India. Sí, olores, colores y sabores y falta agregar sus ruidos constantes. De hecho, de todo lo que creemos más pesó fue el trinar constante de sus urbes, al punto de sentir cansancio, de querer ingresar en una esfera de silencio tras los paseos diarios por sus ciudades.
El ruido en India es descomunal y permanente. No cesa. Las bocinas no paran, constantemente una tras otras suenan y suenan, tampoco lo hacen las campanas de sus templos, el ruido estrepitoso es como el latido vital de India.
Es un país gigante, con múltiples creencias, razas entreveradas, contrastes a cada paso. Un universo en sí mismo.
India exige estirar más allá de lo conocido los límites sensoriales. Todo es demasiado: ruidos, olores, cantidades, distancias.
Para empezar, hacerse de la idea que debes descalzarte para ingresar en todos los templos y lugares sagrados. La sugerencia de llevar medias para usar en esas situaciones fue fundamental, medias que fuimos descartando a lo largo del viaje pues llegaba un punto que ni lavándolas resultaban posibles de utilizar de nuevo. Recuerdo uno de los últimos días del itinerario, cuando tuve la sensación de que mi cuerpo todo necesitaba ser exorcizado, como si una larga ducha no fuese suficiente.
India es contradictoria y fascinantemente revuelta, no existen límites, conviven en caótico loop lo refinado y lo hediondo, lo urbano y lo rural, lo fastuoso y lo miserable, lo solemne y lo grotesco. Joyerías lujosas antecedidas de chiqueros, elefantes o camellos sueltos en cualquier avenida, pastores con iWatch, monjes de algún templo milenario que ofrecen plegarias a cambio de unas rupias. Todo es posible en la India.
Viajar por allí es una experiencia que te obliga a practicar la paciencia, a animarte a lo inimaginable, a tolerar situaciones que en otra latitud del globo lo consideraríamos imposible, a lo inexplicable.
Los basurales son una constante, mientras irónicamente nos cansamos de ver personas encorvadas barriendo, cual pretendiendo sacar el polvo de su vereda, justo al lado de la calle repleta de basura.
Los fluidos que corren son uno de los tantos obstáculos de este videojuego que es atravesar sus laberínticas vías, mientras sorteas vacas, toros, terneros, perros, gatos, ratas, mosquitos, vendedores ambulantes y el incalculable gentío.
Después de vivir la intensidad que implica andar por las calles de India resulta fundamental volver a un hotel cómodo, limpio y silencioso. Por eso la recomendación que nos hicieron la replicamos aquí: ahorrar lo máximo posible y apostar por la mejor hotelería a la que se pueda acceder. En nuestro recorrido iniciamos y terminamos en hoteles de súper lujo y además previmos postas -cada cinco días- en las que parábamos en ese tipo de alojamientos y descansábamos, como una manera de consentirnos y tomar fuerzas para las siguientes aventuras.
Otro tema muy peculiar en India es la cantidad ilógica de interruptores y de enchufes. En cada hotel que entrábamos empezábamos a descifrar cuál interruptor correspondía a cada luz.
¡Y qué decir del caos vehicular! Mientras viajas en auto, tuk tuck, rickshaw o ciclo rickshaw sentís, desde tu percepción occidental, que tu vida corre riesgo a cada segundo, que un accidente está a punto de suceder a cada instante. El impacto entre los vehículos está a punto de pasar, y sin embargo -mágicamente- no pasa. Salvo nosotros y nuestro sentido de supervivencia, nadie más parece percatarse del milagro constante.
Es un país de diversidades, donde todos -el rico o el pobre, el aburrido o el apurado, el millenial o el anciano- te regalan sus sonrisas. Casi el común denominador es la gracia de su gente.
Notamos que muchos hombres eran “cazadores”, a veces demasiado, y algunos no tienen reparos en lanzar un piropo a una mujer, como quien lanza un anzuelo de seducción, aun si se encuentra delante su marido. Nos pasó esto con los camareros incluso en restaurants y hoteles de lujo. Optamos en nuestro caso por sonreír y dejarlo ahí para no arruinar el viaje. Cada tanto, malamente, aparece en las noticias algún caso de abuso a turistas, que afea la imagen de este tan amigable país.
En India además no existe casi el concepto del espacio ajeno. En las colas, las personas se unen, se acercan sin problema e, incluso, se adelantan sin escrúpulo alguno. Es así.
Nos resultó curioso también cómo tocan todo. Si uno pide una indicación, sin permiso te toman el teléfono y escriben aquello que uno está consultando. Al principio resulta quizás violento o abrumador, pero luego se entiende que en India así funciona la cosa. Incluso en un restaurant de un cinco estrellas, uno de los mozos nos fue indicando las diferencias entre los panes (naan, chappati o papad) mientras iba agarrándalos con sus manos, uno a uno. Sí: esos panes que luego íbamos a comer.
De paso, la diferencia entre naan y chappati es que naan lleva levadura no así el chappati; el papad -por su parte- es crujiente, en cambio tanto naan como chappati son suaves y tiernos.
Obviamente especiados, incluso cuando uno ordena el cheese naan o el garlic naan, se siente el dejo de alguna especie. Es que en India todo, todo, todo lleva especies. Todos nos decían, antes de viajar, que nos cuidásemos del picante. Para nosotros ese no fue el problema, ni cerca. Si bien nosotros disfrutamos el picante, la verdad fue que lo que más se sintió fue la abundancia de condimentos, comino, cardamomo, clavo, canela, cúrcuma se perciben en cada plato. Incluso en los hoteles de lujo cuando te ofrecen un café de cortesía al ingresar y sirven unas ricas cookies, que parecen de solo azúcar y manteca, basta un primer bocado para descubrir que en ellas también prima un condimento, generalmente comino en flor.
Regresamos a Argentina con ganas de comer carne, pan, verduras frescas, una ensalada (que tratamos de evitar) y alimentos con apenas sal y pimienta.
Volviendo a India, su vasta historia de luchas, combates y extraordinario poderío se refleja en sus templos, en sus City Palace, en sus fuertes y en sus monumentos, casi todos declarados Patrimonio Universal de la Humanidad de la Unesco, galardón que justifica el ticket de ingreso diferencial que cobran a los turistas extranjeros. Helena nos había sugerido tener en cuenta una cifra en dólares aproximada de U$130 por persona que íbamos a gastar en las entradas, pero resultó mucho más, el doble seguro.
La sensación constante es que todos quieren tus rupias: el vendedor, el guía, el conductor, el botones del hotel, el que te ofrece cuanta baratija se te ocurra o el que te sugiera comprar una reliquia o tesoro, el vendedor ambulante, pues absolutamente todos. ¡Hasta los sacerdotes! Había leído una sugerencia de una viajera que me había resultado sabia: lo mejor es saber de antemano que ibas a caer en el engaño y que ese dinero extra entregado sin percatarte era tu aporte a alguien que lo necesitaba. O como diríamos en Argentina: relájate y goza.
Por eso las compras en India son tema aparte. Es un país donde el consumo reina. Todo el tiempo te ofrecen algo para comprar.
Si bien en los “Consejos Prácticos” que nos compartió la agencia había una cierta distinción sobre qué comprar en cada destino, me hubiese gustado saber de antemano con mayor precisión los datos de compras, direcciones, marcas, outlets. Obviamente, como en todo viaje, aplicaba la regla “si ves algo que te gusta, cómpralo, pues no vas a encontrar otro igual”. Pero en India la cosa se agudiza. Es verdad, hay de todo en todos lados, pero en algunos lugares se encuentran más y de mejor calidad que en otros.
@tripticity_ con su afán de eficiencia en términos de equipaje siempre viaja solo con carry on, de modo de contenerse con las compras y estar livianos durante cada aventura. Por eso, en mi ingenuidad tenía la idea de que las compras las haría en Delhi, la última ciudad en el itinerario. Pues bien, por suerte me salí de la tradición y compré en el camino.
En súper resumidas cuentas, en Rajasthán es el lugar indicado donde comprar textiles. En Jaisalmer abundaban las jackets (cortas y largas) bien coloridas, las alfombras y todo aquello que lleva patchwork. En nuestro caso, las pashminas de auténtico cashmire las compramos en Jaisalmer, gracias a la sugerencia de nuestra agencia. Ante nuestra consulta sobre el tema, pues en la búsqueda on line había encontrado varias tiendas de pashminas auténticas en Delhi, Helena nos ofreció que compremos en lo de Riyaz, cuya familia es de Cachemira. ¡Fue la mejor sugerencia! De pura calidad y extraordinaria belleza.
Jodhpur -por su parte- lo consideré como el lugar para comprar antigüedades y muebles, aunque en mi caso, gracias a la sugerencia del guía me compré varios vestidos. Cuando paseábamos por el mercado, cerca de la Torre del Reloj, Jaswant me dijo “este negocio compran muchos las argentinas”, por lo que al finalizar el recorrido le pedí si podía guiarnos de nuevo hasta allí. Entré y me tenté con vestidos de estampas de esas que nunca, nunca uso. En mi placard predominan los neutros, los grises, los crudos. Pues bien, después de mi viaje a India hasta mi perchero sufrió un shock de sobredosis de color y de estampas.
En términos de textiles, el lugar con mayor variedad y mejores precios para comprar es Pushkar, sin dudarlo. Es un mercado donde todo está mezclado pero sabiendo distinguir, se encuentran bien interesantes prendas, sobre todo en aquellas pequeñas tiendas que mezclan las estampas típicas con cortes de vestidos más occidentales, esto es, no es necesario allí comprar un sari que después no lo usarás nunca más. En Pushkar encontré un montón de diseños bien típicos de Occidente pero con las telas indias. Además son famosos los cuadernitos o libretitas con papel reciclado, bien bonitos.
Jaipur, en tanto, se caracteriza por su oferta de piedras preciosas y semipreciosas. Incluso en plata, que la importan de Perú y Brasil.
El cambio de moneda en Mumbai fue extraordinario. Sabíamos que no era buena opción hacerlo en el aeropuerto, por lo que recién cuando la guía nos buscó de nuestro hotel en Colaba y dio inicio al circuito le pedimos que paremos para hacer el intercambio de dólares por rupias. Fue allí cuando nos consultó: ¿Con papeles o sin papeles? Queríamos la experiencia al cien por ciento por lo que optamos -lógicamente- por la segunda. El conductor hizo un stop, nos bajamos con premura y el señor muy cortés pero sin mucha paciencia nos instó a concretar la operación sin mayores disquisiciones. Estábamos en un pasadizo escondido, el que en una película de Hollywood sería el preludio a un secuestro y posterior venta de órganos, o -al menos- así lo sentíamos. Nos fuimos cargados de billetes con la cara de Mahatma Gandhi, al verlo me dije, todo saldrá bien, lo tomé como una señal del destino.
Y, efectivamente, el cambio había sido muy bueno. Y todo salió bien.
Es que antes de viajar, fueron muchas las personas que mostraban preocupación, temor o incluso desazón al contarles sobre nuestro viaje. Nos indicaban que nos cuidemos, que tomemos medicación, que nos vacunemos, que no tomemos agua de la canilla, que cuánta cosa.
Helena nos había indicado en sus “Consejos Prácticos” consumir solo agua embotellada. Y por precaución optamos incluso por lavarnos los dientes con agua segura, aunque el señor @tripticity_ muchas veces se hizo el rebelde. Y así anduvimos súper bien, incluso adaptados a la comida local como casi la única opción, hasta para el desayuno.
Y así, perdiendo las extremas precauciones iniciales disfrutamos de la aventura mientras recorrimos todo nuestro itinerario, sanos, especiados y absolutamente felices.
Nuestro recorrido, diseñado de manera súper personalizada con Black Pepper Tours, inició en Mumbai, la mega metrópolis, continuando por un circuito terrestre por Rajasthán, que finalizó en Agra para deleitarnos con el Taj Mahal, luego unos días en Varanasi para adentrarnos en la esencia de India, en sus raíces, ritos y creencias y terminar en Delhi, su cosmopolita capital.
Aquí, solo un intento de resumen de esos avatares.