Jaisalmer
La ciudad dorada del Rajasthán
Tomamos un vuelo de menos de dos horas de Mumbai a Jaisalmer. Una ciudad pequeña del Rajasthán, el estado más tradicional del norte de India. En India decir pequeño es relativo pues en verdad todo es grande, todo es mucho, demasiado, un montón. Pero en comparación con otras atracciones de la región, efectivamente, Jaisalmer es pequeña. Rājputana significa tierra de los rajputs, tierra de reyes, de hijos valientes. Rajasthán es la tierra de los maharajás.
En el avión, las azafatas recordaron que se encontraba prohibido tomar fotografías en el aeropuerto, esto porque la ciudad está situada muy cerca de la frontera con Pakistán, país con el que India mantiene una enemistad que obliga a una fuerte presencia de las fuerzas armadas. De hecho, Jaisalmer es base del fuerte ejército de India, por lo que durante nuestra estadía nos acostumbramos a ver aeronaves de combate, helicópteros, camiones y caravanas de tanques.
Jaisalmer se encuentra en el desierto del Thar. Se la conoce como la ciudad dorada, por el color de las piedras de sus murallas.
En el aeropuerto, se presentó nuestro conductor Birmaram, quien tomó nuestras maletas y nos guió hasta el auto. Iba a ser nuestro chofer durante toda la visita del Rajasthán.
Callado, un tanto parco, pero siempre dispuesto ante nuestras peticiones en las carreteras, como en las paradas para el baño o para una fotografía, se convertiría luego en nuestro conductor favorito.
Un corto viaje desde el aeropuerto hasta nuestro hotel Gulaal, de un estilo arquitectónico acorde a la ciudad dorada, tallado en piedra caliza, bien particular. Son pocas habitaciones y cuenta con áreas comunes súper bien ornamentadas con elementos del folklore local. Era uno de los alojamientos sugeridos por la agencia de viajes que había pasado nuestro filtro en el research previo a la contratación y efectivamente nos encantó.
Luego de acomodarnos en la amplia habitación que nos asignaron, decidí tomar unos masajes ayurvédicos. Esa primera jornada teníamos cierto tiempo libre y luego de la maratón que había sido Mumbai, decidimos tomarlo con calma.
Más tarde se presentó Sanjay Vyas, Jay, nuestro guía en la ciudad, quien nos llevó hasta el lago Gadisar para disfrutar del atardecer glorioso en la represa desértica. Es un gran estanque del siglo XIV con resabios de los templos y chaatris (un tipo de gazebo o pequeño pabellón con cúpula redonda característico de la arquitectura india). El atardecer tomando un rose capuchino (capuchino con rosas) en la cafetería Mugs4Buds fue súper reconfortante. Mientras, Jay nos hablaba sobre hinduismo, sobre el sistema de las castas, a las que llamaba comunidades, e -incluso- nos propuso una lectura astrológica tras contarnos que él pertenece a la casta de los sacerdotes. Bien interesante.
En la noche, tomamos nuestra cena en la terraza del hotel, probando el que sería uno de mis platos favoritos de todo el viaje, un curry de castañas y el queso panner pakora, el típico queso fresco indio rebozado, con salsa de tomate.
El restaurant del hotel es vegetariano como la mayoría en la India, además no se sirven bebidas alcohólicas para honrar la filosofía hindú. Se ubica en la terraza por lo que la vista del fuerte es simplemente maravillosa.
Sin darnos cuenta, no prestamos atención al consejo que nos había dado Helena, sobre medir las órdenes ya que los platos se suelen servir abundantes, por lo que un gran banquete nos fue presentado esa noche. Terminamos probando además de aquellos platos el naan (pan) de queso, jeera aloo (patatas cocidas con comino) y un jeera rice (arroz con comino y mantequilla).
Contemplar el fuerte viviente de la ciudad desde ese mirador mientras nos deleitábamos con esos manjares fue realmente una bendición. Nos sentimos muy afortunados. Edji y Sibu (los simpáticos camareros) no paraban de consultarnos si estábamos satisfechos. Fue así como aprendimos que debíamos ordenar la mitad de lo que inicialmente pensábamos pedir.
En la mañana, nos aguardaba el tour por Jaisalmer.
Primero fuimos a buscar el sim card para el teléfono, de modo de estar conectados. Un pequeño cuartucho en la calle del mercado Saddar Bazar oficiaba de oficina de Airtel, la gran empresa de telefonía de India. Allí nos sentaron, mientras Jay traducía concretamos la operación mientras las motos en el callejón pasaban bocineando, las vacas transcurrían en el ir y venir que sucede en toda India y los comerciantes empezaban a abrir sus puestos.
Conectados ya, volvimos al auto para que Birmaram nos acercara hasta la primera puerta del fuerte. Desde allí inició una caminata en subida, atravesando las cuatro puertas en zigzag que protegen la fortaleza.
El fuerte no solo es extraordinario por la belleza de su arquitectura sino que además se caracteriza porque todavía los locales residen allí. Es el fuerte viviente más singular de India.
Caminar entre las motos, que parecían a punto de colisionar a cada momento, entre las centenarios pasadizos, las vacas y los feriantes, fue como un viaje en el tiempo.
Nuestra mirada estaba extasiada sin poder definir dónde hacer foco. Todo llamaba nuestra atención.
Una vez en el fuerte, visitamos el templo hinduista Shri Laxminathji, Sonar Durg, dedicado a Laksmi-devi, la esposa de Visnú, dios preservador que tuvo nueve avatares o reencarnaciones. Ella es la diosa de la riqueza y la buena fortuna y su vajana (vehículo) es Garuda, el dios de los pájaros, que los transporta para supervisar el mundo. Nos sacamos los zapatos, nos sentamos en un costado y mientras Jay nos daba los detalles, observábamos tratando de entender los ritos y creencias de los locales. De nuevo, mucho color, mucha gente, mucho culto, sobredosis.
Al perdernos por los callejones del fuerte, encontramos la imagen de Hanuman, muy parecido a Quetzalcóatl, el dios azteca. Hanuman es un dios mono, quienes lo consideran un aspecto del dios Viṣṇu.
En India, abundan los templos y los dioses. En el hinduismo además de los tres dioses principales, Brahmā (dios creador del universo), Viṣṇu (dios operador preservador) y Śiva, dios destructor, hay infinidad de dioses, diosas, reencarnaciones y transportadores. Nos confundíamos todo el tiempo al referir a uno u a otro. De a poco fuimos aprendiendo.
Nos llamó mucho la atención una joven mujer quien tenía todas las manos pintadas con henna con diseños extraordinarios. Jay nos explicó que es una tradición que las mujeres lleven así sus manos para las celebraciones.
Una corta caminata hacia dos templos jainistas, pequeños, de extraordinaria belleza. Surya Mandir y Chandraprabhu Jain Temple. En estos templos jainistas hay 6666 estatuas del dioses y son sitios de peregrinación que sus fieles deben al menos una vez en la vida visitar.
Otra vez, nos sacamos los zapatos, nos sentamos a un costado, Jay nos contó sobre el culto y sobre el templo mientras nosotros no parábamos de mirar al sacerdote haciendo sus rituales. Luego, estuvo dispuesto a fotos simpáticas a cambio de unas rupias que pidió al finalizar la sesión. Todo muy propio de la India.
Al salir, decidimos hacer un stop por un refresco en la linda terraza del KD Palace hotel con una vista extraordinaria de la antigua fortaleza y sus muros. Nuestra bebida favorita durante todo el viaje fue el sweet lemon soda, un agua con gas embotellada, jugo de limón natural y jarabe, muy fresco.
Allí fue cuando Jay nos consultó la razón del nombre @tripticity_. Le contamos que en pandemia nació el blog con relatos sobre viajes pasados y que cuando se pudo salir de casa empezamos a viajar cada vez más. El nombre es una combinación de las palabras en inglés viajes y ciudades más un agregado, ti, que se me había ocurrido sin una razón concreta. Pues bien, Jay nos contó que Tripti era un nombre hindú, de hecho, era el nombre de su prima que vive en el fuerte. También nos comentó que Tripti es una de las ciudades sagradas del hinduismo (Ujjain), lugar de peregrinación con templos jainistas. Nos detalló que Tripti significa satisfacción o remanso del corazón. ¡Todo muy simbólico de lo que @tripticity_ es para nosotros!
Antes de salir, decidimos pasar a darle un abrazo a nuestra tocaya Tripti. En una de las casas antiguas del fuerte de más de seiscientos años vive la prima de Jay, por lo que tocamos la puerta, la saludamos, nos tomamos la obligada fotografía y continuamos.
Seguíamos sorprendidos del hallazgo, de haberle encontrado el significado a la palabra que habíamos creído inventar cuando nació @tripticity_, que en realidad existía desde siempre del otro lado del mundo y tiene un significado que caracteriza de manera perfecta la idea de este proyecto.
Birmaram nos buscó del mismo lugar y nos llevó hasta lo de Riyaz. Habíamos tomado conciencia de que India era el lugar indicado para hacernos de una pashmina de auténtico cachemir. Cuando le consultamos a Helena, ella nos recomendó la tienda de Riyaz, quien oriundo de la zona montañosa de Cachemira, migró hacia Jaisalmer por la conflictividad que allí se vive. Sucede que Cachemira es una región de India que Pakistán la considera propia y es usual que allí sucedan atentados.
Riyaz se dedican a la confección de estas hermosas prendas por herencia, su familia lo hace mucho tiempo, por lo que no dudamos que debíamos comprar nuestras pashminas en su tienda.
Nos ofreció un muy sabroso e inolvidable té de azafrán para que lo probásemos, mientras él nos relataba su bella historia, el proceso de manufactura y la calidad del tejido.
Compramos una pashmina para cada uno (una cuadriculada de colores y una rosa fuerte), bien suavecitas y un abrigado sweater. Felices partimos. Mas… a los días me percaté el yerro de no comprar una de color crudo. Me contacté con Riyaz quien no dudó en encontrar la solución para que volviese a la Argentina con mi beautiful pashmina tal como la nombraba él. Cuestión que la envió a Delhi, mi último destino en India, a lo de un amigo, quien se llegó hasta nuestro hotel a la media hora de aterrizado el avión. ¡De no creer!
Después de la compra, fuimos a una cooperativa donde se reúnen las exquisitas alfombras estilo patchwork hechas a mano por productoras de la región. Empezó el despliegue de una y otra y otra, de todos tamaños y colores. Una más linda que otra.
Luego, visitamos Patwa-Ki-haveli, una casa de un recaudador de impuestos de la época de los maharajás, que queda fuera de la fortaleza, muy decorada con delicadas filigranas. Su fachada resulta simplemente extraordinaria. Hal significa viento y veli circular, es decir la casa donde circula el viento.
Con premura fuimos de nuevo al lago Gadisar aunque no llegamos al atardecer. Igual un café restaurador fue mágico mientras el cielo se cubría de tonos rosados.
En la noche fuimos a comer un tali, la típica comida vegetariana india, compuesta por varios platos y un pan tipo tortilla chata que acompaña las diferentes vegetales, lentejas y porotos en la terraza del fantástico restaurant Killa Bhawan- KB Lodge, justo frente al haveli y con una extraordinaria vista al fuerte.
La experiencia gastronómica fue hermosa, no quizás tanto por la comida, cuanto por el ambiente allí en lo alto contemplando tanta belleza. Pedimos la comida con poco picante, por lo que estuvo bien, pero para quien no guste de lo picante debe ordenar haciendo la específica petición de que no tenga nada de spicy.
Birmaram nos esperó para llevarnos de regreso al hotel cuando sucedió otro evento inesperado.
Justo frente a nuestro alojamiento se encontraba Udaan, la escuela del barrio de Shastri Nagar, y que esa noche oficiaba de salón de fiestas.
Nos bajamos de nuestro auto y la tentación primó. Nos acercamos. Era una boda. Nos miraban como si fuésemos extraterrestres, invitándonos a pasar, hasta le pidieron al fotógrafo que nos retratase. Fue el padre de Nitish, el novio, quien nos recibió sonriente. Un casamiento en India implica varias etapas: primero los mayores pactan lo que sería un match; luego los astrólogos estudian las cartas de los candidatos y sus probabilidades de compatibilidad. Si dan buenas, y el obispo autoriza, los futuros esposos son presentados. Deberán formar familia y un hogar feliz. Sabido es: lo que los dioses unen los hombres no lo pueden dividir. Un fuerte olor a comino y ghee invadía el patio de la escuela.
Ellos querían que nos quedásemos para toda la celebración, por lo que por un tiempo los honramos y luego cruzamos al Gulaal para una necesaria noche de descanso, después de un día tan intenso, tan feliz.
En la mañana fue el momento del primer desayuno estilo indio en la terraza del Gulaal, por supuesto, vegetariano. Le pedimos a Sibu que nos trajese muy poquito de cada plato de modo de hacer cual una degustación de los sabores. Y eso hicimos.
A partir de entonces optamos por desayunar al estilo indio y saltear el almuerzo. Asegurándonos entonces de hacer dos comidas diarias en lugares seguros, casi siempre los hoteles donde parábamos.
Teníamos la mañana libre, por lo que le pedimos a Birmaram que nos llevara hasta el mercado local. Al bajarnos dudamos si habíamos hecho lo correcto pues nos sentimos -al principio- un tanto inseguros. Éramos los únicos foráneos entre tanto caos de gente, pero empezamos a caminar y advertimos que nadie siquiera reparaba en nosotros, por lo que continuamos hasta Patwa-Ki-haveli, caminando muy tranquilos entre los locales, entre las vacas, entre la mugre, entre su encanto.
Justo al frente, en uno de los tantos puestos de venta de chucherías para turistas había visto una jacket colorida que quedó resonando en mi mente. Volví, la encontré y compré, previo indispensable regateo. Además, nos quedamos charlando con el vendedor de la enorme tienda que resultó tener varios pisos e infinidad de objetos.
En un puesto callejero también me tenté con una remera con una estampa del típico bigote característico de maharajás y arriba el tradicional turbante. ¡Cómo no hacerlo!
Luego fuimos a conocer un hotel de lujo, Suryagarh, en las afueras de la ciudad. Estaba finalizando un evento privado, otra boda. Es que fuimos en temporada de bodas, la que se determina según el calendario que tiene en cuenta la disposición de los astros. Un despliegue de músicos y bailarinas. Todo un show. Nos habíamos contactado con anterioridad para visitarlo pero estaba reservado para esa boda.
Ingresamos al patio central, nos sentamos en una mesita y disfrutamos otra sweet lemon soda mientras admirábamos la enorme estructura del hotel de súper lujo y presenciamos el ir y venir de los adinerados invitados a la boda.
De regreso en el hotel nos relajamos en la pileta a la espera del safari con camellos que teníamos organizado para esa tarde.
Tomó unos cuarenta y cinco minutos llegar hasta el campamento. Éramos los únicos visitantes. Nos convidaron un café, el que dudamos en tomar tras preguntarnos si estaría hecho con agua de filtro. Para entonces no quedaba otra alternativa y decidimos probarlo, pidiéndole a sus dioses no enfermarnos de Delhi Belly.
En eso unos niños nos indicaron que ya estaban listos nuestros camellos, nos dieron las instrucciones de cómo subir, casi como un safety first pero en versión india, o sea un “suban y vamos”, eso fue todo.
Y así inició nuestro recorrido cabalgando en camellos por el desierto del Thar.
Llegamos hasta un punto donde había más dunas. No es como ese desierto imaginario donde no se encuentra vegetación alguna. En India, en la época de monzones, reciben agua de lluvia por lo que se generan arbustos que crecen en la zona.
Un marawi en cuclillas preparaba la comida. A su lado un señor lo acompañaba. Nos acercamos curiosos. Era Shin, un ex banquero japonés que había dejado las finanzas para dedicarse a la ayuda humanitaria. Venía de hacer voluntariado en Calcuta y pensaba pasar esta noche en la intemperie, bajo las estrellas en soledad.
Conocerlo, conocer su historia, fue movilizante, como todo en India que no deja de sorprender. Charlamos sobre su experiencia, sobre la vida misma y nos dispusimos a disfrutar del atronador atardecer en el desierto, cuando el sol como una bola de fuego se escondía en la dorada arena.
Ni bien sucedió, los niños –nuestros jefes- mandaron a trepar nuevamente a los camellos para guiarnos de regreso al campamento. Despedimos al colosal Shin con la expectativa de mantener contacto.
En la ruta de un solo carril pegamos la vuelta a la ciudad, ya en medio de la noche. Se sintió otra aventura cada vez que algún vehículo se acercaba, pues hasta último momento no se sabía cuál iba a pasar primero, cuál ganaba la batalla.
En las últimas horas en Jaisalmer, queríamos despedirnos mirando el bello fuerte y disfrutando del plato favorito, el curry de castañas de cajú.
La experiencia y estadía fue de lo mejor de India. Un hotel pequeño estilo indio con muy buen servicio, con jugo exprimido de naranja todas las mañanas y cómodas habitaciones, con un servicio muy atento de cada uno de los todos hombres que allí trabajan. Ese es otro dato curioso: en todos los hoteles sólo trabajan varones, no hay mujeres. Sin embargo, en las calles, muchas veces vimos cómo ellas trabajan en la construcción de autopistas, de caminos, de obras.
Nunca olvidaremos a Jaisalmer, donde comprendimos el sentido de @tripticity_. Ese nombre que originó esta aventura y cuyo significado coincide exactamente con su intención, con su razón de ser.