Varanasi

La ciudad sagrada y sus ritos

La recomendación para llegar a Varanasi es, por lo común, hacerlo vía tren luego de visitar Agra. Pero tras una minuciosa búsqueda y hacer las investigaciones que caracterizan a los viajes de @tripticity_, decidimos sortear la experiencia y priorizar la comodidad antes que la aventura.

Si bien la alternativa no era tan recomendable (pues implicaba un viaje en auto hasta Delhi y desde allí tomar un avión) consideramos que iba a ser más eficiente que pasar la noche en un tren.

Llegamos entonces a la ciudad sagrada un domingo de noche. El smog era imposible, tanto que al teléfono nos entró una alarma de la app del clima alertando del aire insalubre. Las calles, por supuesto, bullían de gente.

Manish, el guía que nos esperaba, hablaba un inglés muy limitado y no paraba de toser. Ya de regreso en nuestro país, cuando la tos aún nos acompañaba, nos resultó imposible olvidar al simpático Manish.

Junto al chofer nos condujo hasta un punto del centro de la ciudad, donde frenó y nos hizo bajar. Allí nos encontramos con los maleteros del hotel, quienes nos esperaban para acompañarnos en lo que pareció una toma cinematográfica de unos diez minutos, atravesando el mercado, el caos de motos, de monjes que retornaban del Ganges, más una docena de situaciones alocadas. Hasta incluso recibí un golpe de una moto que, al hacerse para atrás, me chocó como si nada.

Sucede que nuestro alojamiento se encontraba justo frente al Ganges, al lado del Ghat principal, y su usual acceso es usualmente por lancha. Pero nuestro arribo ya pasadas las 22 nos obligaba a esa travesía de eternas cinco cuadras hasta llegar al antiguo fuerte.

Al día siguiente, cuando recorrimos ese mismo camino, advertimos que en la noche había mucha menos gente aun cuando creímos que estaba saturado.

Durante el día, la vía pública estaba absoluta y literalmente colmada de vendedores, de mendigos, de vacas, de motos, de turistas, de ciclorickshaws, de monjes, de fieles, de perros. De nuevo: sobredosis de todo, de mundo.

Los maleteros nos iban guiando, arrastrando nuestras maletas entre la mugre de esas veredas, de esas calles.

Nuestra visita a Varanasi fue al final del viaje por India. Para entonces, nos sentíamos ya inmunes a la suciedad, pero fue cuestión de llegar para comprender que todavía el subcontinente tenía mucho para el asombro, por lo que debíamos estar alertas.

Al llegar al Brijrama Palace nos dieron la bienvenida colgándonos un collar para la buena fortuna. Al ubicarnos en la habitación agradecimos haber optado por este hotel de categoría superior, súper bien ubicado en pleno centro de la ciudad sagrada. En el cuarto una vasija de metal contenía agua del sagrado Ganges que también nos ofrecieron como regalo para llevarlo de regreso. Se trata del Kalash of Gangajal, que se le es dado a los peregrinos.

La hotelería de lujo en Varanasi se encuentra en las afueras, a excepción del Brijrama. Ese extra que pagamos por este hospedaje fue una muy sabia decisión. No solo pues la visita a la ciudad es experimentar el espectáculo de la vida y de la muerte en primera persona, con todas las dificultades que ello implica, por lo que volver a una cama de sábanas de un prístino blanco se sintió estar en el cielo, sino porque bastaba caminar solo unos pasos para estar en pleno epicentro sagrado.

En la mañana, bien temprano, tomé la práctica de yoga que ofrecía el hotel justo al amanecer que guió Ved Prakash Pathak.

El buffet del desayuno era muy variado, además nos hicieron probar típicos dulces locales como el bien delicioso jalebi sweet o el malaiyo, una espuma fresca de leche con sabor a azafrán.

Luego del desayuno, conocimos a Prince, quien nos guió por la ciudad.

La propuesta de nuestro guía local fue recorrer los pasadizos, sus angostas arterias, allí donde no llegan los turistas, de modo de conocer las costumbres cotidianas y el ritmo de su gente.

Así fue que ese día caminamos subiendo y bajando escaleras como diez kilómetros por callejones y mercados del casco antiguo, en un zigzag que se sintió como estar dentro de un laberinto. En algunas de esas callejuelas ni siquiera había señal, por lo que Google Maps no era una opción. Debíamos seguir a Prince y no perderlo. Estábamos a su merced.

Pasamos por puestos de todo tipo, venta de artículos para las bodas, desde trajes, telas y todo tipo de ornamentos, venta de alimentos, dulces, salados y especiados curry o el clásico masala chai, el té con leche y especies. En esos puestitos, la leche hervía en unas gigantes vasijas de metal, mientras las vacas pasaban a su lado sin quemarse y sin derramarla. Solo en India.

A continuación, llegamos hasta Panchganga Ghat para visitar la mezquita de la ciudad, para luego dirigirnos al crematorio de Manikarnika para presenciar la ceremonia. Allí no reina la pena como en un velorio occidental. Los familiares de los muertos hasta parecen verse orgullosos de concretar tan significativo ritual, al punto que hasta videollamadas hacen con el fuego de la pira atrás. Tampoco hay mal olor. Sí confieso que le insistí al señor @tripticity_ que cierre la boca pues las cenizas volaban por doquier.

El shock inicial de cierta impresión cedió a esa otra sensación más bien de comprender que todo en India es diferente. La vida, la muerte, las creencias, todo. Para los hinduistas, una cremación en el Ganges implica cortar el ciclo de las reencarnaciones, o sea llegar al máximo en términos de espiritualidad. Nos sentamos en unas bien sucias escalinatas y solo presenciamos toda la escena, respetuosos de no tomar fotografías como nos apuntó Prince.

Seguimos con otra caminata por entre los mercados de regreso al hotel para un ansiado pequeño descanso, tanto de las piernas que sentían el fragor del circuito, como del espíritu y de la mente después de todo lo vivenciado.

El hotel además ofrecía un high tea de cortesía. Comer un sándwich de miga con sabor occidental y sin especies fue glorioso. Lo disfrutamos con ganas para prepararnos para la segunda etapa del tour. A las seis de la tarde, en el Ghat principal (main Ghat) llamado Dasaswamedh, donde tiene lugar cada día la ceremonia Aarti.

Varanasi es una de las ciudades más míticas de la India, nos había adelantado Helena de Black Pepper Tours, pero vivirlo no se asemeja en nada a aquello que habíamos leído o escuchado.

Prince nos buscó y nos dio las opciones para poder mirar la ceremonia. O pagábamos un asiento de plástico en una terraza o en una barca, o nos sentábamos en las escalinatas junto a los locales. Helena nos había recomendado la última opción para sentir bien de cerca todo, por lo que así hicimos. Allí Prince nos explicó un poco sobre el ritual y nos dejó luego para que lo presenciáramos en soledad. Duró unos cincuenta minutos. Lo que quizás nos llamó más la atención fue cómo el público local vive ese ritual de sacerdotes hinduistas, que efectúan sus plegarias mientras prenden fuegos y sahumerios. Los fieles -por su parte- brindan generosos sus ofrendas en dinero a los sacerdotes que pasan recolectándolas.

Al terminar, regresamos al hotel. En el patio interno tenía lugar un show folclórico bien bonito.

Por la noche cenamos en la comodidad del restaurant del hotel, que es estrictamente vegetariano por situarse a la vera del sagrado Ganges. Tampoco allí se ofrece alcohol bajo ningún concepto.

Temprano en la mañana teníamos previsto hacer el paseo en barca por el río si el nivel de agua lo permitía. El agua estaba bien… pero la tremenda tormenta hacía imposible tomarlo. Eso nos regaló unos minutos más de descanso en la habitación antes de que Manish nos indicase que ya estaban las condiciones para el paseo, que consiste en navegar por el río viendo uno a uno los ghats y pasando justo frente a los dos crematorios, el principal y el secundario más alejado. Los principales y más pintorescos ghats son Kedar Ghat, Assi Ghat, Bachraj Ghat y Hanuman Ghat. En esas horas de la mañana, los peregrinos realizan sus purificaciones en el agua y hacen sus ofrendas.

De regreso en el hotel, disfrutamos el tremendo desayuno del Brijrama y nos alistamos para el transfer out. Antes de partir, Rajnikant, el astrólogo del hotel, nos recitó un mantra bendiciéndonos mientras nos ponía unas cuerdas rojas y naranjas en la muñeca izquierda. A continuación nos regaló un libro sobre el hinduismo.

Cerca del mediodía tomamos la barca hasta un parking en las afueras donde Manish nos esperaba para llevarnos al aeropuerto y allí tomar el vuelo a Delhi, con quizás demasiadas horas de anticipación. No queríamos cuestionar a nuestra agencia pues comprendemos que previo a los vuelos se debe ser precavido… pero nos pasó que estuvimos durante nuestro viaje por India demasiado tiempo de espera en los aeropuertos.

Y así recorriendo una vez más el sagrado Ganges, dejamos la legendaria Varanasi, sintiéndonos orgullosos pues un viaje a India debe incluir este destino, un motivo para plantearse, o replantearse, las nociones de vida y muerte.