Udaipur

La romántica ciudad de los lagos

Veníamos desde Jodhpur por un camino en el que cada pueblito que atravesábamos era una postal viviente de situaciones exóticas para nuestra mirada occidental.

Así, tras visitar Ranakpur, el templo jainista de mármol blanco con columnas talladas, cada una especial y distintiva, llegamos a Udaipur.

Birmaram ingresó en contramano por una salida de la autopista y lo paró la policía. Nunca supimos de qué se trató el diálogo pero el policía, muy malhumorado al principio, nos miró y luego continuamos como si nada. India al 100%.

Transitar por las calles de la ciudad se sintió estar como dentro de un frenético tetris. El casco histórico es tan antiguo que los autos no están permitidos en ciertas horas, durante las cuales solo andan los tuk tuk y rickshaw.

Udaipur es conocida como una de las ciudades más románticas del Rajasthán, por sus lagos y palacios. Eso lo sabíamos, pero no imaginábamos los extraordinarios atardeceres que viviríamos esas dos noches allí.

Nos habían ofrecido un hotel del otro lado del lago. Pero en nuestro dedicado esfuerzo previo a cada viaje, en el que investigamos cada detalle posible, habíamos encontrado una nueva opción muy tentadora, el Moustache Luxuria. Fue así que aun cuando la agencia no lograba la cotización de la habitación, decidimos contratar por nuestra cuenta a la suite presidencial que ofrecía la versión de lujo de esta cadena india de hostels.

La decisión no pudo ser más acertada.

Como queda justo muy cerca del City Palace, a nuestro alojamiento no se podía acceder con el auto. Birmaram estacionó en el Chanpole parking y un rickshaw nos buscó para llevarnos al hotel. El viaje en rickshaw en esas angostas calles atestadas de gente, puestos de comida y de ropa a la venta, de vacas y de todo lo que pueda imaginarse se sintió como un paseo en una montaña rusa que, alocada, va salvando obstáculos a pocos centímetros de la colisión.

Ni bien llegamos el concierge nos ofreció dos cocos para que tomemos su refrescante agua.

Con felicidad nos iba indicando todos los beneficios que nos tenía preparados por haber contratado directo con la cadena, como el descuento en el restaurant, el vino de cortesía y la habitación decorada especialmente para una estancia romántica. ¿Serían reales aquellas promesas tan favorables a nosotros? Como argentinos sospechamos. ¡Grave error!

La suite presidencial tenía una amplia vista hacia el lago Pichola y al White Palace. Mirando al ventanal una tina estilo moderno se encontraba repleta de pétalos de rosas invitándome a dar un baño de inmersión relajante. Lo que no dudé en hacer.

Luego en la terraza, disfrutamos del atardecer mientras tomamos el high tea con cookies especiadas.

En la noche comimos allí pues la vista era extraordinaria. Un dato particular, en los templos hinduistas suena música bien aguda casi todo el tiempo, con lo cual la comida fue musicalizada.

En la mañana, luego del desayuno, Kushal, nuestro guía nos esperaba en el lobby para dar inicio al recorrido previsto. Primero visitamos el templo Jagdish dedicado a Viṣṇu. Tras unas feroces escaleras empinadas, en las que los mendigos pedían limosnas y ofrecían flores, arroz y granos para entregarle a los dioses, accedimos al templo, en el que se oía una música bien animada de devotos que -sentados con las piernas cruzadas- cantaban y tocaban sus bombos, dándole un tono festivo a la escena religiosa.

Al bajar, nos perturbó la imagen de un señor mayor y desalineado, en cuclillas, que levantaba bosta de vaca, fresca y maloliente, con sus manos. No era un mendigo, Kushal nos dijo que era un vendedor de tantos de la calle Nahogat Marg, un señor que se ganaba la vida ofreciendo chapatis y naans. Nos miramos sin creerlo. Kushal nos explicó que los panaderos la recogen y la deja secar, porque es un buen combustible para el fuego de sus manjares callejeros. India no deja de sorprender.

A continuación, por un callejón lleno de tiendas que ofrecían chucherías para los turistas, llegamos al City Palace. Fue allí cuando varios niños me pidieron sacar fotos con ellos. Esta situación se repetiría a lo largo de nuestro viaje por la India.

Les llamaba la atención mi vestimenta, mi aspecto occidental, y si bien al principio parecía que no iban a poder vencer la timidez para pedirme la selfie, una vez que lo hacían me tenían por un buen rato pidiendo una y otra foto con ellos.

Habíamos leído en los blogs especializados sobre este afán de conseguir una foto con algún occidental pero la vivencia fue más de lo que nos imaginábamos, al principio graciosa, luego un tanto molesta.

Una vez en el palacio y, tras la explicación sobre la dinastía del Maharajá de la zona, ingresamos para descubrir sus salones, muy decorados, con espejos, piedras y colecciones de antigüedades, de armas, de objetos pertenecientes a la familia real.

Una parte del palacio, como en cada una de las ciudades de Rajasthán, se encuentra convertido en hotel de lujo.

Luego descendimos hasta un puerto pequeño desde el que salían unas barcas que ofrecían un paseo por el lago Pichola y una parada en la isla de Jag Mandir con magníficas vistas del palacio y de la ciudad.

Una vez que terminó el tour, nos perdimos solos por los angostos callejones llenos de tiendas hasta llegar a Gangaur Ghat, con sus escalones que llegan hasta el lago.

Nos habían recomendado asistir al teatro del Museo Bagore Ki Haveli para un show de los bailes tradicionales del Rajasthan. Pero finalmente fuimos al que quedaba bien cerca de nuestro hotel, el Virasat - Rajasthani Folk Dance & Puppet Show y fue espectacular, pues conocimos a su dueña y su familia. Todos trabajando para poner en escena un show autóctona para los turistas locales y extranjeros.

Al llegar nos convidaron masala chai en las características vasijas de arcilla. Luego inició el espectáculo bien entretenido de marionetas y a continuación los bailes típicos y destrezas de sus bailarinas, que sostenían una pila de vasijas haciendo equilibrio y pisando vidrios.

Al finalizar nos invitaron a subir al escenario y compartir con ellas un baile final.

Todo muy folclórico, local y alegre, muy bien organizado por la familia.

En la noche otra cena en la terraza del hotel con su magnífica vista al Pichola y su exquisita comida, para un merecido descanso final pues al día siguiente Birmaram nos llevaría hasta nuestro nuevo destino Pushkar.