Pushkar
La ciudad del templo del dios creador y de las compras
Pushkar es un importante centro de peregrinación hindú. Cuenta con cientos de templos, por todos lados, siendo el más importante el templo de Brahmā, uno de los pocos en el país que está dedicado al dios creador.
Al igual que en la mayoría de los templos de India, no se pueden hacer fotos de los dioses, pero en este caso tampoco está bien visto hacerlo desde el exterior. El ingreso -obviamente- es sin calzado por lo que el sinfín de cuidadores de zapatos aturde a los visitantes, mientras la venta de ofrendas hace lo propio.
Quien viaje a India ha de saber que debe estar dispuesto a andar descalzo a cada rato pues en cada templo así lo exigen, muchas veces sin un lugar concreto donde hacerlo, por lo que basta encontrar una piedra, llena de polvo, que haga las veces de banco para poder descalzarse. Algunas veces cansa más que otras.
En este sitio sagrado la cantidad de vendedores y de cuidazapatos que ofrecían sus servicios era un tanto fastidiosa y al mismo tiempo atractivo, pues cada uno de los puesteros además de ofrecer sus servicios vendían las ofrendas, obviamente, súper coloridas.
Escaleras empinadas te permitían acceder a la escena que se repite en todos los templos de India, en la que las personas hacen reverencia y gestos con las manos sobre sus caras brindándoles tributo a sus dioses.
Continuamos perdiéndonos por callejones estrechos, sorteando vacas, motocicletas y vendedores, paseando por la ciudad de los templos, también reconocida como un buen lugar para hacer compras.
Es que hay un vendedor tras otro ofreciéndote vestidos, kimonos, saris, zapatos, cuadernos, artesanales, piedras preciosas, semipreciosas o cuasi preciosas y cuanta chuchería de feria se pueda imaginar.
Lógicamente, me vi tentada y si bien siempre el blanco y negro fueron los predominantes en mi paleta, me animé con los bien coloridos estampados de los textiles indios.
Pushkar es el lugar donde muchos hippies se quedan varios días. Hay gran oferta de alojamientos económicos, por lo que nos cruzamos a muchos europeos, algunos quizás bajo los efectos de alguna sustancia alucinógena. Por alguna razón, distinguimos a muchos italianos.
Nuestra agente de viajes, Helena, nos había recomendado las pizzas de La Pizzaria, por lo que no dudamos en buscar entre los callejones al pequeño restaurante para complacernos con comida occidental después de varios días de cocina india en todas sus variantes, esto es, inclusive en el desayuno.
Comer una pizza recién salida del horno con Coca Zero helada era justo lo que necesitábamos.
Si bien nosotros nos adaptamos bastante bien a los sabores de India, para entonces empezábamos a extrañar la comida sin tanto condimento.
Y en verdad, más allá de las ganas, las pizzas fueron, para nuestra sorpresa, de grandísimo nivel.
Luego de esa cena temprana, nos volvimos a perder por los callejones repletos de tiendas y vendedores obstinados en intentar convencer al turista a comprar lo que sea.
Sacerdotes por doquier también ofrecían la pooja o bendición hindú a cambio, por supuesto, de una propina.
Continuamos hasta llegar al view point para el sunset frente al lago sagrado.
Un bar que queda justo al frente es el recomendado por todos los blogs, pero elegimos sentarnos en las escalinatas, donde también siguieron cuanto vendedor ambulante pueda imaginarse, lo mismo que músicos que ofrecían sus mini serenatas con antiguos instrumentos bien exóticos o un show de tambores que acompañaba la puesta del sol.
Ya habíamos visto y nos habían explicado sobre dos en particular, un predecesor del violín llamado Ravanhatha, con un sonido bellísimo, y el harmonium, muy tradicional en el norte indio.
Alrededor del lago sagrado se encuentran los ghats, que son las escalinatas de piedra que bajan hasta el borde del agua, donde los peregrinos realizan las abluciones.
Cuando se puso el sol pronto nos aprestamos a deshacer el mismo camino hasta el punto de encuentro con Birmaram, el chofer. Ya empezaba a oscurecer pero los banderines naranjas nos guiaron por el camino principal sorteando -una vez más- motos, vacas, toros, perros y los mismos vendedores del camino de ida.
Helena también nos había recomendado no salir más allá de las 21 horas, las ciudades se cierran y quedan vacías. Por lo que siempre la sugerencia era despertarse temprano y disfrutar el día.
Esa noche, dormimos en el muy correcto hotel Brahmā Horizon, en las afueras de la ciudad.
Al día siguiente nos teníamos que despedir de Birmaram pues su madre estaba en Jodhpur muy enferma y debía volver a verla.
Él nos presentó al nuevo conductor Mahindra.
Su auto no era tan limpio ni acomodado como el de Birmaram. Tampoco nos convidó agua todas las mañanas y encima tuvimos un par de situaciones incómodas, cuando se quedó sin pase de autopistas o cuando tuvimos que esperarlo en el camino de Fatehpur Sikri a Agra, lo que no nos pasó con Birmaram, a quien de algún modo extrañamos durante el resto del viaje. Pero sí reconocemos a Mahindra que era simpático y le gustaba preguntarnos sobre nuestras vidas en Argentina… no sé si por curiosidad o para descifrar nuestro estatus económico pensando en la propina.
Nos contó que era granjero, que tenía tres vacas y cuatro chivos. Fue allí cuando el señor @tripticity_ ironizó sobre el olor del nuevo conductor. No era tan limpio como Birmaram de seguro pero el viaje a su mando fue tolerable.
Nos preguntó si habíamos ido al templo arriba de la colina. Ante nuestra negativa, giró inmediatamente en U y se dispuso a llevarnos hasta el lugar desde donde parte el teleférico que te lleva hasta la cima, a Savitri Mata. En el recorrido se prevé un stop por unos minutos, en los que se supone que se debe apreciar la vista de la ciudad y su lago, pero mi ansiedad pedía a gritos que continúe el viaje pues, al contrario que cuando volamos en globo en Segovia, no se sentía para nada seguro flotar en el aire dentro de ese teleférico, menos con el movimiento de las brisas que corrían esa mañana.
Arriba no fue el templo ni la vista lo que captó nuestra atención, ni los monos divertidos que le roban la comida a quien se acerca: fueron los raquíticos fieles que habían subido por las escalinatas para agradecer a sus dioses. Encantados de sacarse fotos y hasta cantar con nosotros. Sonrientes y alegres.
Eso tiene India. Su gente siempre te da una sonrisa.
Las mujeres coloridas, sus pieles oscuras y arrugadas, los hombres con sus turbantes y vestimentas siempre tan blancas. Cuando les agradecí con el “dhanyawad” (gracias en hindi) sonrieron aún más y respondieron “ram ram”. La vivencia fue tan gratificante, aun sin entendernos nada, que compartimos plena felicidad. Me tomaron las manos y me miraban fijo a los ojos mientras seguían diciendo “ram ram”.
Así aprendimos un nuevo saludo casi equivalente al “namaste”.
Y así despidiéndonos desde la altura, con las compras bien hechas, dejamos para siempre la milenaria ciudad de Brahmā.