Delhi

La mega metrópolis de India

Delhi fue nuestro último destino en la India, tras recorrer Mumbai, ell Rajasthán, Agra y Varanasi. Para entonces nos sentíamos bastante expertos en sus costumbres. Pero Delhi también nos sorprendería.

Llegamos en un vuelo doméstico desde Varanasi a las seis de la tarde. Nos buscó Shiva, nuestro conductor. Al ingresar al auto nos sorprendió tanto la cruz que colgaba del espejo retrovisor, como los stickers de banderitas argentinas. Ante nuestra consulta, nos contó que era católico y que las banderitas se las había regalado una pasajera a quien condujo tiempo atrás.

En India coexisten un sinfín de religiones, siendo la mayoritaria el hinduismo, a la que le sigue el islam. Pero allí estaba Shiva, nuestro conductor católico, para seguir sorprendiéndonos. La comunidad católica, detalló, se concentra en Calcuta y en Delhi.

Avanzamos por las modernas autopistas, atestadas de autos, pero para entonces no la sentimos tan caótica como habíamos leído, máxime en comparación a otras que habíamos visitado previamente, como Agra, Jaipur o Mumbai, por nombrar solo algunas.

La contaminación sí resultaba impactante, superando por un tercio a Varanasi. Era un día claro pero el celular daba otra vez alerta por la polución, igual que nos había pasado en los días anteriores. Al llegar al hotel The Ashtan Sarovar Portico tuvo lugar otro evento extraordinario. De esos que suceden en India.

Resulta que en Jaisalmer, por indicación de nuestra agente Helena, habíamos comprado las fabulosas pashminas de auténtico cachemir en la bien bonita tienda de Riyaz, oriundo de la zona montañosa de Cachemira, hogar de las particulares cabras cuya lana resulta tan preciada, por su fina textura y alto abrigo.

Unos días después de aquella compra de la beautiful pashmina (como le decía Riyaz) color rosa chicle sentí un arrepentimiento por no haberme hecho de otra en un color natural, crudo. Me contacté vía whatsapp con Riyaz quien, al transmitirle mi inquietud, de inmediato encontró la solución. Me indicó que él la enviaría a Delhi y un amigo suyo me la llevaría al hotel. Y así fue. Al ratito de hacer el check in, el concierge nos avisó que el enviado de Riyaz, nos aguardaba en el lobby. Le entregué las rupias pactadas y él la beautiful pashmina color crudo. ¡Una maravilla!

En la investigación que precede los viajes de @tripticity_ habíamos encontrado un sinfín de opciones gourmet para disfrutar en Delhi, mega metrópolis conocida por su altísima gastronomía. Esa noche, luego de negociar con nuestra agencia el traslado que no estaba previsto en el itinerario hasta el cercano hotel Leela Palace, llegamos a Jamavar, su restaurant de especialidad india.

Fue un banquete extraordinario, de puro lujo con destacable atención de parte del personal.

Acompañamos el pollo tandoori marinado y el kebab de cordero con especies con un vino indio sangiovese de la bodega Fratelli; por supuesto, con garlic naan y parantha, el soft y el crujiente, las dos versiones de pan indio que fueron nuestros favoritos.

Los postres fueron de otro mundo. Probamos el gulab jamun, que ya habíamos conocido en Jaisalmer, una bolitas rellenas de leche especiadas, al estilo de dumplings, con agua de rosas, también un dulce a base de pistacho descomunal y unas bolitas de queso con azafrán.

La jornada siguiente preveía un maratónico circuito por la ciudad.

Iniciamos en el barrio antiguo. Primero, la visita a Jama Masjid, la mezquita más grande de India. Una vez descalzados alquilamos unas túnicas, bien coloridas, para poder ingresar. Por cierto, no hay manera de entrar sin esas túnicas. Desde su interior se obtiene una muy buena panorámica del Fuerte Rojo.

Helena nos había indicado que no era recomendable la visita del interior ya que en Rajasthan los fuertes eran más interesantes, por lo que continuamos por la divertida experiencia por ella sugerida de dar una vuelta con los típicos ciclorickshaws, los carros guiados por un señor en bicicleta, por el vibrante barrio de Chandni Chowck, en Old Delhi.

Subimos nosotros y el guía, por lo que me resultó un poco angustiante ver el esfuerzo con el que avanzaba el pobre Mustafá. Hicimos un stop justo en el sector de las especies. Allí, todo llamaba nuestra atención: el señor que cambiaba monedas, los trabajadores de la construcción esperando ser contratados, sentados en cuclillas con sus herramientas a un costado, los hombres cargando bolsones gigantes de un lado al otro, las vacas deambulando en los callejones, las coloridas flores de los puesteros, los fuertes aromas de las especies, todo.

A continuación, un corto viaje en auto hasta Rajghat, el gran memorial de Mahatma Gandhi. Continuamos rumbo al templo de religión sikh, Gurudwara Bangla Shabib. Allí lo impresionante no es tanto su arquitectura sino lo que sucede intramuros. Los sikh dan de comer a miles de fieles, de la religión y creencia que sea, todos los días, por lo que el ingreso a la enorme cocina donde voluntarios preparan los guisados resulta conmovedor e, incluso, un tanto perturbador. Afuera, un gran estanque precede el templo, cuya agua es considerada milagrosa.

Hicimos un necesario stop en Connaught Place, para tomar un café en el occidental Starbucks y reponer energías. El señor @tripticity_ se había descompuesto al ingresar en un baño público, quizás una señal de saturación de las vivencias a las que India te expone, esas que te llevan más allá de los límites conocidos de tolerancia en términos de mugre, basura y exposición a situaciones desagradables.

El café hizo su milagroso efecto por lo que continuamos rumbo a Birla House, residencia de Mahatma Gandhi en la ciudad y lugar donde tuvo lugar su asesinato, previa rápida parada en la emblemática Puerta de la India.

Continuó una visita muy singular al Bahai’s Temple o Templo del Loto, una moderna edificación en mármol blanco, compuesta de enormes hojas que simbolizan la flor. La cola de personas para ingresar era larguísima. Pero nuestro guía nos llevó de tal forma que entramos colándonos impunemente en el acceso. ¿Reglas de India? No lo sabemos pero entre nuestro adn argentino más el cansancio que empezábamos a sentir ni se nos ocurrió preguntar. En el enorme complejo, rodeado de verdes y floridos jardines, miles de personas deambulaban de un lado a otro, tomándose selfies. La religión Bahá´i postula los valores comunes de todas las religiones y la unión de los pueblos, por lo que creyentes de todas religiones son allí bienvenidos.

Para cuando se ponía la tarde, visitamos el complejo monumental de la torre de la Victoria Qutub Minar, declarado Patrimonio Universal de la Humanidad. El minarete de ladrillos más alto del mundo y un destacado ejemplo del arte islámico, con una altura de más de setenta metros.

Agotados, nos rendimos en la noche luego del maratónico itinerario.

Al día siguiente, habíamos previsto un día de descanso y lujo en el icónico The Imperial. Era nuestra última jornada en India y queríamos retomar energía para Nepal, el destino que seguía.

Y así, en el histórico alojamiento, disfrutamos del radiante día de sol y cielo de alguna manera celeste (poco usual en Delhi) mientras nos bañábamos en su enorme piscina. Luego tomé una clase de yoga en su fabuloso spa y nos despedimos de India con una cena en su famoso restaurant The Spicy Route.

La decoración del lugar es extraordinaria, una combinación de arquitectura asiática, como su carta, una fusión de sabores del gran continente.

Comimos bien pero no fue nada extraordinario, máxime por la frenética atención de sus meseros que parecían ansiosos por retirar cada plato, casi sin permitir disfrutar en tranquilidad. La calidad gastronómica era desde ya intachable en lo técnico, pero sentimos que les faltaba alma a los platos elegidos. Por eso, decidimos levantarnos y visitar el bien bonito bar Patiala Peg para el postre. Allí degustamos unos tragos fenomenales mientras brindábamos por nuestra travesía en el subcontinente, agradeciendo haber permanecido sanos durante todos esos días y podido disfrutar intensamente de todo lo que India está dispuesta a regalar. Para quien se anime a vivirla, será una de las mejores experiencias de la vida.

Al día siguiente, luego de un descollante desayuno en el restaurant 1911, de bonito estilo art deco, cuyo nombre refiere al año que Delhi se convirtió en la capital de la India Británica, partimos al gigante aeropuerto internacional Indira Gandhi para tomar nuestro vuelo a Katmandú, felices y con mucha gratitud.