Madrid

La urbe disfrutable

Madrid es de esas ciudades a las que se puede volver siempre. Se siente fácil recorrerla, más allá de la obvia ayuda que implica el lenguaje. Ofrece excelente transporte público. Cuenta con variedad de restaurants, del tipo y precio que se busque. Sus museos son referentes en el mundo, por lo que resultan imprescindibles.

Hay un montón de opciones para hacer cortos day trips, sea a Segovia, a Toledo, por nombrar solo a algunos. Los paseos de compras son súper convenientes. Los locales son amables, considerando que se trata de una gran ciudad.

En fin… Madrid invita a volver. En septiembre, luego de un viaje por Londres, París, San Sebastián y Bilbao llegamos a la estación de Atocha en un tren AVE desde Zaragoza.

Nos hospedamos en un departamento de Airbnb bien cerca de la estación. Llegamos pasado el mediodía por lo que dejamos las valijas y partimos a recorrerla.

Tomamos el bus 001, el que es gratuito (al igual que el 002). Recorrimos todo el Paseo del Prado y bajamos en la parada del Círculo Bellas Artes. Sabíamos que en su azotea, el bar ofrece una gran vista de la ciudad. El ingreso es de pago, adquiriendo el ticket se habilita el elevador. Una vez arriba, la tarde cálida invitaba a tomar un vino rosado, mientras disfrutábamos la brisa y la excelente vista a la Gran Vía y a Cibeles, incluso se podían vislumbrar los aviones que despegaban y aterrizaban a lo lejos en Barajas.

Luego, visitamos el Museo Gran Vía 15, un espacio lúdico, que propone una experiencia diferente de exploración del arte contemporáneo. Con un toque inmersivo, fue desarrollado por el artista Okuda San Miguel. Inició su actividad con el arte urbano, utilizando el color y su estridencia. Además, el museo funciona en un edificio de 1921, en el que funcionaba la joyería de López y Fernández, joyeros de la Real Casa, que fue conocida como Aldao. Entonces allí en las cámaras acorazadas se conserva y expone la obra del artista.

Al salir, hicimos una pasada por el food hall de la paqueta Galería Canalejas. Al salir, reparamos en la vidriera del tradicional y exclusivo restaurant Lhardy, mas nos dirigimos hacia el Museo del Jamón, para un picoteo más cercano a nuestro presupuesto. Ordenamos dos cañas y una degustación de jamón, por supuesto.

Después del descanso y del ibérico, continuamos a Puerta del Sol, el centro de Madrid, allí donde se encuentra el kilómetro cero de su red vial. En ella destacan la Real Casa de Correos, el reloj de torre, la estatua del Oso y el Madroño y, en lo alto, el icónico cartel de Tío Pepe.

La zapatería sobre la calle Puerta del Sol, casi esquina Calle de Carretas, tiene una cafetería en su planta alta que ofrece una muy linda vista a la gran plaza. Vale hacer un stop allí.

Siguió la enorme Plaza Mayor, en la que sacamos las clásicas fotografías con la Casa de la Panadería y la Casa de la Carnicería. Justo por allí, el Arco de Cuchilleros, que es el más famoso de los accesos de la plaza.

Resultaba imposible no probar los churros de la famosa Chocolatería San Ginés. Quizás por la cantidad de turistas que había o la parafernalia a su alrededor, para nada nos parecieron memorables. Quedó pendiente intentarlo en otra variante no tan de moda.

Desde allí, una caminata hasta el Palacio Real, pasando por el Mercado San Miguel, por el Monasterio de las Descalzas Reales, por la Plaza de Isabel II.

La belleza del complejo, que se compone con la enfrentada Catedral de Santa María la Real de la Almudena, es extraordinaria.

Caía la tarde por lo que pudimos disfrutar un glorioso atardecer desde el Mirador de la Cornisa del Palacio Real.

Seguimos rumbo al Templo de Debod, de la antigüedad egipcia, traído desde Aswan; de camino apreciamos los bien bonitos Jardines de Sabatini.

Luego la Plaza de España, terminando la jornada con la rápida visita a la Fuente de los Afligidos.

Era tal el cansancio que un picoteo fugaz precedió al bus 001 que nos llevó de regreso a Atocha para nuestro bien merecido descanso.

Al día siguiente, partimos rumbo a la monumental Toledo, pero con un previo recorrido en la mañana del barrio de Lavapiés. Y el posterior, rumbo a la bella Segovia.

Luego de ello, siguió la esperada visita al Museo del Prado. Es grande, cuenta con una colección de obras valiosas, destacándose por sobre todo las famosas Meninas de Velázquez; el soberbio Jardín de las delicias, de El Bosco; las Pinturas Negras de Francisco Goya; La Inmaculada Concepción de Giovanni Battista Tiepolo; por nombrar solo algunas de las joyas que allí residen.

Para el almuerzo, habíamos decidido regalarnos una experiencia gastronómica de lujo en Bibo, el restaurant de Dani García, el mediático chef galardonado con tres estrellas Michelin. La secuencia de pasos fue un paseo por sabores sutiles, intensos, simplemente deliciosos. El favorito de @tripticity_ fue sin dudas el yogur con foie y parmesano. Indescriptible el sabor, su textura, la gracia de este entrante.

Felices como estábamos, la jornada aún nos esperaba con otras delicias. Del otro lado del Paseo de la Castellana, el Museo Sorolla nos encantó. Se trata de la que fue su residencia, para entonces en las afueras de Madrid. No solo se exponen sus obras, sino objetos cotidianos de la vida de este célebre artista español. Encima -para nuestra fortuna- estaba previsto un corto concierto de cuerdas a minutos de ingresar. La música clásica vino a completar una inolvidable visita.

Continuamos perdiéndonos por el bien animado barrio de Chueca, visitando el Mercado San Antón, para luego tomar un bus que nos llevó hasta La Latina. Teníamos agendado el restaurant Juana La Loca por recomendación, pero estaba lleno. Un poco para nuestra suerte, pues nos dirigimos a la otra opción La Perejila, el minúsculo bar de tapas, bien colorido, bien español; con bastantes turistas, pero muchos locales también que nos confirmaron que era una muy buena opción.

Allí ordenamos un tostón de pulpo y una cazuelita de gazpacho, acompañado del vermut de grifo.

Para el último día en la ciudad, habíamos negociado una combinación de arte y compras. Las tiendas de moda no solo ofrecen originalidad y variedad sino también muy buenos precios.

Empezamos entonces en el Museo Reina Sofía, justo frente a nuestro piso. Funciona en el que fuera un hospital, por lo que sus amplios y monocromáticos pasillos con vista al gran jardín interior son bien llamativos, tanto como los elevadores de cristal con gran vista. Su colección resguarda obras de arte moderno y contemporáneo, y de las vanguardias. Por supuesto que el que más se destaca es el Guernica de Pablo Picasso, que representa el trágico bombardeo de ese pueblo del norte de España. Es enorme.

Pero son un montón de las obras que valen apreciar en toda visita al Reina Sofía. Así, las cubistas de Juan Gris o de Georges Braque; las surrealistas de Salvador Dalí o de Joan Miró, por nombrar solo algunas.

Al salir, nos cruzamos a la Galería Ikono. La propuesta de experiencia inmersiva era resistida por el señor @tripticity_ aunque aceptó y algo disfrutó. Solo la posibilidad de haber podido ingresar en una pileta llena de pelotitas de plástico, experimentando la sensación de jugar en un pelotero siendo adulto, valió todo. Para quienes pasamos nuestra infancia en épocas en las que no había peloteros, es una linda propuesta. Luego, un par de momentos instagrameables y no mucho más.

De camino al Museo del Jamón, pasamos por la Caixa Forum, un edificio vanguardista sobre el Paseo del Prado.

Una vez en la meca del ibérico, nos sentamos y ordenamos el menú de almuerzo, como un modo de despedirnos de la rica gastronomía española.

Luego de ello, partimos rumbo al Museo Thyssen-Bornemisza. Es simplemente extraordinario. Hay obras de Van Eyck, de Durero, de Caravaggio, de Rembrandt, de Canaletto, de Monet, de Degas, de Van Gogh, de Gauguin, de Mondrian, de O'Keeffe, de Hopper. Recorrerlo hace las veces de una perfecta síntesis de la historia del arte universal. Fue la mejor manera de cerrar un viaje por las capitales europeas de Londres, París y Madrid, no sin antes concretar las ansiadas compras en la genial tienda de departamentos El Corte Inglés y en la universal Zara. También nos hicimos tiempo para hacer el trámite de devolución del impuesto por ser extranjeros (Tax Free).

En la noche, cruzamos una última vez la explanada de la Puerta del Sol y nos llegamos hasta el Pez Tortilla, un barcito ruidoso al extremo, atascado de comensales, en el que ordenamos sus célebres tortillas y croquetas de rabo y jamón ibérico con un bien fresquito tinto de verano.

Arte, gastronomía y bullicio, la mejor despedida para la hermosa Madrid.