Bilbao
Pasado y presente en equilibrio
Un bus Alsa desde San Sebastián nos dejó en la Estación San Mamés en solo una hora y veinte minutos.
Llegamos con expectativas, pero sin ser conscientes de lo mucho que nos iba a sorprender la extraordinaria Bilbao.
El bus finaliza el recorrido en la Intermodal de Bilbao. Justo a la vuelta, el innovador hotel Ilunion San Mamés era el elegido para pasar esas noches. Un alojamiento inclusivo y moderno que ofrece cómodas y amplias habitaciones y un generoso desayuno buffet.
Sin más tomamos el metro hasta Getxo, para conocer la zona cercana a las playas de la ciudad. Caminamos hasta el muy hermoso Bizkaiko Zubia, el primer puente transbordador del mundo. Además de su bella estructura de hierro, resulta llamativo que siga en funcionamiento uniéndola a Portugalete.
Caminamos hasta Areetako Hondartza, la playa Las Arenas, donde muchos bañistas aprovechaban el tranquilo mar para refrescarse del calor que dominaba la tarde.
Una vez que pudimos hacer un corto recorrido por la zona de residencias veraniegas, regresamos -también en el fantástico metro- hasta el centro, para recorrer el casco histórico de Bilbao.
Iniciamos el recorrido por la Iglesia de San Nicolás de Bari, de allí una rápida visita a la Fundación BBVA y su exhibición de arte. Al salir, nos dirigimos hacia la Plaza Nueva, de estilo neoclásico, con su columnata y recovas en las que abundan los bares y restaurants, en cuyas barras destacan los míticos pintxos vascos. De camino, también pasamos por el Teatro Arriaga, otro icono de la ciudad.
En la plaza, es muy característico el Café Bar Bilbao (bien retro), pero optamos para ese tentempié por la taberna Iturriza. Allí hicimos una degustación de pintxos con cañas. Riquísimos.
Luego nos perdimos por las callecitas del barrio histórico hasta llegar a la Catedral (Bilboko Donejakue Katedrala), rumbeando al mercado municipal, el Erribera Merkatua. El tranvía de la ciudad nos llevó desde allí hasta el distrito del hotel, donde después de un merecido descanso decidimos ir a por otros pintxos, mas no queríamos movernos demasiado. El señor @tripticity_, luego de un rápido research en Google Maps, sentenció que el Bar Las Torres era el elegido. ¡Qué intuición! Al llegar y ver la vidriera con opciones de tortillas, bocadillos y pintxos comprendimos que se trataba del lugar que buscábamos. El encargado, Berna, gentilmente nos invitó a sentarnos en la barra y se dispuso a servirnos.
Ese tapeo fue memorable, al punto que todas nuestras noches en la ciudad las terminaríamos en el ya para siempre querido Bar Las Torres.
A la mañana siguiente, partimos a Santander por el día.
Y para la tercera jornada, nos tocaba puro arte. Tomamos el tranvía que pasó por Casilda Iturrizar Parkea y bajamos en la estación Guggenheim, para dirigirnos primero hacia el Museo de Bellas Artes de Bilbao (Bilboko Arte Ederren Museoa), admirando en el camino los modernos edificios de la ciudad.
El museo presenta un recorrido fácil, con destacadas piezas de artistas españoles e internacionales, combinando obras de arte clásicas con bien contemporáneas, algunas un tanto polémicas.
Al salir, bordeamos la plaza Euskadi pues era sí ya momento de ingresar al incomparable Guggenheim Bilbao Museoa.
Su exterior es simplemente descomunal, con piezas de titanio y vidrio que componen una caprichosa figura, bien llamativa, obra del genio de Frank Gehry. En tanto que en su interior alberga una memorable colección de arte del siglo XX.
En la explanada de ingreso, luce divertida la instalación del perrito (West Highland Terrier), cubierta en flores, del extravagante Jeff Koons, vigilando al museo.
La exhibición temporaria que nos tocó en suerte era nada más y nada menos que la de Yayoi Kusama. La artista japonesa, célebre por sus lunares, favoritos de @tripticity_; incluso estaba disponible el infinity mirror room A Wish for Human Happiness Calling from Beyond the Universe. Se trata de una instalación de espejos que genera un efecto de profundidad. El día de la visita había poca gente por lo que le pedimos al guardia ingresar solos, y de verdad fue mágico.
Luego de disfrutar la muestra de Yayoi, aun en el convencimiento de que ahí terminaba todo, nos dirigimos a la otra planta del impactante edificio para sorprendernos con la colosal colección permanente del museo: las obras sin título de Rothko, los tulipanes de Jeff Koons, la instalación de Jenny Holzer, las de Andy Warhol y qué decir de la experiencia inmersiva que proponen las placas de metal de Richard Serra, “A matter of time”.
Al salir, continuamos descubriendo el arte que se exhibe en el exterior, la araña maman de Louise Bourgeois o los arcos de rojos de Daniel Buren.
Otra genialidad fue el recorrido que siguió por Paseo de la Doctora Gomezaren Ibiltokia, al lado del río Nervión de Bilbao. Pasamos por Las Sirgueras, la escultura de las mujeres que arrastran sirgas, obra de Dora Salazar, que reivindica el trabajo de quienes remolcaban barcos por el río.
Más adelante, el Zubizuri, el polémico puente peatonal en curva, obra de Santiago Calatrava.
De allí, otro tranvía nos llevó hasta la zona comercial de la ciudad. Recorrimos la Gran Vía de Don Diego López de Haro, aprovechando para hacer algunas compras en las excelentes tiendas de sello español, para luego llegar hasta la bien bonita plaza Federico Moyúa. Luego rumbeamos hacia la Alhóndiga Bilbao, frente a la plaza Arriquibar. Es un complejo multiespacio diseñado por Philippe Starck en colaboración con Thibaut Mathieu, que cuenta con cines, auditorio, librería y restaurants. Además desde la azotea se obtiene una linda vista de la plaza y de la arquitectura bilbaína.
Ya era hora de regocijarnos nuevamente con pintxos, por lo que partimos a la zona de Poza Lizentziatuaren Kalea, mas seguimos hasta El Huevo Frito, el bar cercano al estadio del Athletic de Bilbao, célebre por sus bocadillos con huevo. Hicimos un primer picoteo y luego partimos rumbo al Bar Las Torres para reencontrarnos con Berna y su oferta de manjares.
Así como el día anterior, cuando regresamos de Santander y conocimos el estadio San Mamés y luego nos fuimos directo a por los pintxos.
Para entonces nos sentíamos en confianza, por lo que charlamos con los parroquianos que entraban al bar por su tapita antes de regresar a casa. Se sintió como vivir lo auténtico de un lugar sin turistas, con la rutina propia de los locales.
Y esa última noche repasamos todo lo vivido en la extraordinaria Bilbao, su arte, su arquitectura y su excelsa gastronomía, y le transmitimos todos esos elogios a nuestro querido Berna, casi como buscando en él un referente del pueblo bilbaíno.