Nepal

El techo del mundo

Llegamos al pequeño aeropuerto de Katmandú en un vuelo corto desde Delhi. Al salir no podíamos encontrar el cartelito con nuestro nombre, por lo que un bien amable policía nos gestionó una clave de wifi para que podamos contactarnos con nuestra agencia. De inmediato, Helena me confirmó que Dill, su representante en Nepal, estaba en el estacionamiento y que nos iría a buscar, y así fue.

Dill fue la persona que nos acompañó durante esos días salvo cuando estaba Baijan, el muy correcto y amable guía en español que nos hizo los circuitos. Baijan fue sin dudas de nuestros favoritos durante nuestra aventura por India y Nepal.

El clima en el país montañoso era significativamente más frío que en India, por lo que -principalmente- por las mañanas y noches debimos abrigarnos. Claro, se trata de la tierra bordeada por el Himalaya.

Al llegar al bien bonito hotel Nepali Ghar, de típico estilo arquitectónico local, nos ubicaron en una amplia habitación. Luego, Dill nos ayudó con el cambio de divisas de rupias indias a rupias nepalís.

El hotel se encuentra en el bien turístico barrio Thamel, por lo que salimos a dar un paseo caminando hasta llegar al New Orleans Café, un clásico de la ciudad según nos había adelantado Helena. Los callejones en Katmandú también estaban repletos de tiendas para turistas, pero la oferta era bien distinta de India. Para empezar, Nepal es el destino por excelencia de los montañistas por lo que existen muchos locales que ofrecen ropa de abrigo para trekking y para escaladores. También abundan los cuencos tibetanos y gongs y, hay que decirlo, también los dealers de hachís, sustancia que fue legal hasta hace un par de décadas.

Una vez en el patio del restaurant, pedimos los clásicos momos y un gran plato típico con vegetales y arroz, que acompañamos con un vino blanco nepalí de la bodega Pataleban. Estaba previsto un show de música en vivo pero no llegamos. Decidimos acostarnos bien temprano ya que al día siguiente debíamos madrugar para tomar el vuelo panorámico.

Dill nos buscó y nos llevó, junto al conductor, a la terminal doméstica para tomar el vuelo de Buddha Air. Se trata de una experiencia para poder ver el Everest desde la altura, así como los picos más significativos de la cordillera Himalaya. El boarding pass indicaba que nuestro vuelo era el 100 y nuestros asientos el 5 A y el 5 D. Sucede que solo venden los asientos de las ventanillas, de modo de asegurar una muy buena visión panorámica, ello también permite moverse entre los asientos de un lado y otro del avión. Toma cerca de una hora; mientras las azafatas van indicando qué montaña se tiene al frente. Soberbio.

Luego regresamos al centro para tomar el desayuno. Y para las diez de la mañana Baijan nos esperaba en el lobby para iniciar el circuito diseñado para ese día.

Arrancamos en el mercado de Ason, paseando entre los puestos de especies, de flores, de vasijas de cobre, de artículos de ferretería, de cuencos, de ropa y por supuesto de sal rosa del Himalaya. Bien, bien colorido. Lo que sí, mucho más ordenado que los mercados de India. La comparación resultaba inevitable pues visitamos Nepal luego de tres semanas en el país vecino.

Continuamos rumbo a Durbar Square. Un dato particular. Muchos de los edificios de las plazas principales del valle de Katmandú son Patrimonio Universal de la Humanidad, por lo que si bien son públicas se debe abonar un ticket para turistas extranjeros en cada una de ellas.

La cruzamos con cierta premura pues se hacía la hora de la salida de Kumari, la diosa viviente.

Se trata de una niña en la que se manifiesta la diosa Taleju. Kumari significa princesa en sánscrito y en nepali significa virgen. Entre los sacerdotes la eligen y, en el caso de la de Katmandú, la niña no sale del palacio y se dedica solamente a las ceremonias y rezos programados hasta la pubertad, momento en el que pierde esa condición e inicia su vida secular. También sale durante la festividad que la honra, la que tiene lugar en el mes de agosto. La Kumari es de familia budista pero es en verdad una manifestación hinduista.

En el caso de la Kumari del pueblo de Baijan, cerca de Patan, ella sí tiene permitido salir e incluso asistir a la escuela.

Luego de la salida de Kumari, momento en el que las fotografías se encuentran absolutamente prohibidas, regresamos a la plaza para descubrir todo su valor arquitectónico, cultural y religioso.

A diferencia de India, en Nepal la religión predominante es el budismo. Es que son dos países diferentes, con culturas diferentes, con etnias diferentes, con religiones diferentes, solo que nosotros habíamos decidido visitarlo en un mismo viaje.

En el museo Birendra, en Basantapur Durbar, Baijan nos contó un poco la historia de Nepal. Siempre fueron independientes. De hecho, los ingleses no se interesaron nunca por ellos.

En el año 1768, por la expansión del reino de Gorkha y la unificación de reinos, se formó el imperio Gorkha, por la intervención de Prithvi Narayan Shah, quien es considerado el padre de la patria. Ese imperio duró hasta el año 2008, cuando surgió la República Federal y Democrática de Nepal. Durante aquellos años Nepal fue gobernada por la dinastía Shah.

Luego pasamos por el templo hinduista Taleju Bhawani.

También visitamos la estupa budista más grande del valle de Katmandú, Swayambunath, que se encuentra en lo alto de una montaña. Le habíamos comentado a Baijan nuestro interés por hacernos de un buen cuenco tibetano y nuestro total desconocimiento al respecto. Pues fue allí donde nos invitó a que visitásemos una de las tiendas típicas para los turistas que ofrecían cuencos de todos los tamaños y modelos. El señor de la tienda nos explicó que los buenos eran los hechos con la mezcla de siete metales, mejor aún si estaban hechos durante luna llena y que las más antiguas tenían otro precio. Las más pequeñas son llamadas sound bowls, en tanto las más grandes son healing bowls. En estas grandes nos hizo la demostración con agua, que al efectuar la vibración empieza a moverse como si estuviera hirviendo.

Dill nos había ofrecido una cena típica con show folclórico. Con lo viajero que somos, siempre evitamos esas escenas armadas bien para turistas, de esas que se sienten como un tanto engañosas... Pues bien, un poco por el cansancio, luego de más de tres semanas por Asia, o un poco porque nos agarró desprevenidos, en algún momento del viaje le habíamos confirmado que la haríamos. Para cuando llegamos al hotel, exhaustos, nos arrepentimos del tamaño gaffe. Pero bueno, ya habíamos dado la palabra por lo que partimos en un uber nepalí, junto a Dill, rumbo al restaurant Mahotsav. Allí mientras cenábamos junto con otros tantos turistas se llevaba a cabo en un pequeño escenario el show de danzas, según nos indicaron la secuencia siguió este orden: Newari, Manjushree, Kumari, Dhimal, Sherpa, Maruni y Hudkeli. El menú era una sucesión de platos típicos, así iniciamos con los momos y el aloo tareko (unas papas fritas condimentadas) y los vegetales pakoda; luego siguieron una sopa de legumbres y de plato principal un mix de arroz blanco, espinacas salteadas, crema de lentejas negras, queso panner, unos pickles de hongos y vegetales. Destacable fue la cerveza local. Nada sobresaliente por supuesto pero en verdad reconocimos la calidad del espectáculo, más que digna, y lo divertido que estuvo pues nos reímos a carcajadas.

Después del desayuno partimos por carretera rumbo a Patan, antigua Lalitpur (lo que tomó unos treinta minutos), ubicada también en el valle de Katmandú.

Nos perdimos junto a Baijan por sus callecitas, hasta llegar a la plaza central. En esta Durbar Square también pagamos el ingreso que se cobra a los turistas extranjeros.

Son numerosos los templos que sobrevivieron el gran terremoto, por lo que paseamos conociéndolos, como el Kumbheshwor Temple con sus cinco pisos (quizás uno de los más antiguos). Allí nos encontramos con unos locales, en sus vestimentas típicas (en blanco, negro y rojo), que se encontraban celebrando una fiesta religiosa y nos invitaron a participar, luego de tomarnos mutuamente las respectivas fotografías. Bien bonito. Ingresamos luego al Golden Temple (Hiranya Varna Mahavihar) y al Rudra Varna Mahavihar (conocido como Uku Bahal).

Mientras paseábamos fue frecuente encontrar artesanos haciendo sus obras, o los pintores que diseñan los tradicionales mandalas. También en muchas puertas los ojos de Buda se pintan en sus costados, como una forma de augurar buena fortuna.

En un momento, ingresamos por un angosto pasadizo para conocer el templo Maha Boudha, conocido por los mil ocho Budas que se labraron en sus ladrillos que forman esta Shikara (torre).

Luego, continuamos viaje rumbo a Bhaktapur, antigua Bhadgaon, donde el tiempo parece haberse detenido y los locales aún visten sus prendas típicas newari. Para visitar su Durbar Square también se debe abonar el correspondiente ticket.

En Dattatreya Square y Pottery Square los ceramistas trabajaban en sus obras, armando sus piezas y dejándolas secar al sol. En las callecitas, los puesteros se aprestaban a acomodar sus productos, sus vegetales y frutos para vender.

Luego tomamos unas lindas fotografías del templo Taumadhi y del palacio de las cincuenta y cinco ventanas de la Galería Nacional de Arte. En la plaza, también pasamos por la pagoda Nyatapola, de cinco pisos, y por la calle temática de cuchillos y vestimenta militar de los ghurkas, los soldados mercenarios originarios de esta región. Cuando nos dirigíamos al punto de encuentro con el conductor, nos encontramos con otra muy hermosa escena. Unos locales estaban de festejo, con sus prendas típicas, en negro, blanco y rojo, cantando, prendiendo fuegos y celebrando. Fue cuestión de acercarme solo un poquito para que las simpáticas mujeres me invitaran a participar. Una señora mayor me tomó las manos y no dejó de sonreír. Se sintió una bendición.

De regreso a la ciudad de Katmandú, nos dirigimos a la estupa de Bodnath, en Gokarneshwar. Es bien particular, pues se encuentra rodeada de edificios, cuyas terrazas ofrecen cafés y restaurants para poder contemplarlas desde arriba, apreciando el mandala que se genera en su silueta.

Fue allí donde nos hicimos de nuestro healing bowl. Pedimos precio en varias tiendas y negociamos (léase regateamos) hasta llegar a un valor razonable. Y encima ligamos una pequeña figura de Ganesha de obsequio para nuestra casa, allí donde vamos acopiando los trofeos de @tripticity_.

Como tentempié tomamos un rico café en uno de los bares, presenciando el ir y venir de devotos, sentados justo al lado de unos monjes tibetanos que -igual que nosotros- disfrutaban un expreso gourmet. Es que en esa estupa hay particularmente muchos monjes tibetanos dando vueltas como manda la tradición.

La última visita fue a los crematorios de Pasupatinath, en Bagmati, cuyo ticket de ingreso (por unos mil rupias nepalí) tenía una leyenda que rezaba que luego de visitar esa área sagrada, el alma, cuerpo y espíritu partían bendecidos y santificados. Allí presenciamos toda la ceremonia. Una vez más distinguíamos las diferencias respecto de las cremaciones en Varanasi, a orillas del Ganges.

En India no se siente dolor, sino más bien tranquilidad de los familiares que logran concretar ese proceso que implica en la creencia hindú, cortar con el ciclo de reencarnaciones. En cambio en Katmandú sí se percibe la angustia de la pérdida del familiar.

De regreso al hotel, armamos nuestro equipaje y luego salimos a dar un último paseo por el barrio de Thamel, donde concretamos unas últimas pequeñas compras pues cerca de las nueve de la noche debíamos partir al aeropuerto para tomar el vuelo de regreso, tras una aventura increíble por India & Nepal.

Terminaba así una de nuestras más fuertes experiencias viajeras de la vida, de esas que nunca se borrarán de nuestras memorias.