Tramo final de la Ruta 40
Arduo camino de puna y soledad
Iniciamos el recorrido desde La Quiaca. El objetivo era conocer el Farallón de Cabrería y Cusi Cusi, con su impactante Valle de la Luna.
Pasamos la primera noche en Refugio Del Sol, un buen hospedaje en el centro de La Quiaca que cumplió con las prestaciones de agua caliente, baño privado y un muy generoso desayuno antes de partir.
Cuando tomamos el inicio -en realidad el final según el kilometraje- de la mítica ruta nacional 40, una señora nos hizo unas señas para que frenemos. Nos quería pedir un aventón hasta Puesto Grande. Por supuesto, no dudamos en aceptar, por lo que Mabel y todos sus bártulos se treparon en el cacharro, la Hilux modelo 2007 que nos hizo conocer los pueblos recónditos del norte argentino.
En el camino nos contó que ella nunca había llegado hasta Cusi Cusi, siendo que es de Santa Catalina, y cuánto le gustaría poder hacerlo.
Durante el recorrido de casi una hora fue relatando su historia. Se iba por el fin de semana a pasarlo con su marido, a quien le habían encargado el cuidado de unas ovejas en Puesto Grande.
Pasamos por varios parajes de muy pocos habitantes, de esos típicos del norte que lucen abandonados. Así, primero fue Tafna con su vieja capilla, luego atravesamos la Cuesta de Toquero, Cieneguillas y Puesto Grande. Al llegar, nos indicó dónde frenar, a lo lejos su marido cumplía sus tareas de pastor con unas cien ovejas. Se despidió, no sin antes consultar cuánto nos debía. Sin creerlo -por supuesto- contestamos que nada. Nos saludamos y mutuamente nos deseamos una buena vida.
Continuamos rumbo a Santa Catalina, el segundo pueblo más al norte de la Argentina, casi en el límite con Bolivia.
Su iglesia destaca en este poblado inmaculado de casas de adobe; dedicada a la veneración de Santa Catalina de Alejandría, denotan su antigüedad de cuatro siglos sus anchos muros de barro.
En el pueblo, una opción de alojamiento es el de Felisa Solís, la Hostería Don Clemente.
Continuamos por la 40 en un tramo típico de la puna, hasta que tomamos el desvío para conocer el Farallón de Cabrería. Para eso se debe tomar la ruta provincial 64 hasta Oratorio y de allí otro tramo hasta el Farallón.
Se trata de un gran muro de unos cien metros de alto; un paredón natural en el medio de la nada.
Se accede luego de un camino bastante complicado, una senda de altura con pendiente que exige vehículos 4 × 4 y conductores intrépidos, recorriendo luego el lecho pedregoso del río Cabrería.
Queríamos conocer el Farallón como un modo de homenajear al gran chef que conocimos en la provincia de San Juan. Alfredo Morales nació allí, en Cabrería, hizo su camino y se asentó en la provincia cuyana. El gran cocinero a cargo de Pa’ Pueblo, quien nos hizo vivir una experiencia gastronómica de esas que quedan por siempre en el recuerdo.
Ahora, el destino es alejado y de difícil acceso, como para tenerlo bien en cuenta antes de ir. Pero una vez allí, apreciar la belleza de esa muralla tallada por el agua del río de deshielo y por el tiempo, el que parece no pasar nunca en ese desolado paraje, resulta conmovedor.
Desde el Farallón continuamos hacia el sur, por un atajo completamente desolado, rumbo a San Juan y Oros, donde retomamos la 40 rumbo a Paicone, el siguiente poblado.
En ese tramo la ruta se convierte en el propio lecho del río Quebrada de Paicone. Se trata de unos once kilómetros tortuosos de verdad, de mucho movimiento por el empedrado camino y que son una prueba para los amortiguadores. En contrapartida, la vista que ofrece ese tramo es realmente asombrosa, pues el camino va encajonado al lecho entre grandes paredones de roca y cerros bien llamativos.
El pueblito de San Juan y Oros, o mejor caserío, parece de lejos abandonado y pronto nos llamó la atención. Decidimos frenar ante su antigua iglesia para agradecer a lo divino del universo haber llegado hasta allí y seguir camino con los órganos del cuerpo más o menos en su lugar, después del tremendo traqueteo que resultó el circuito.
Luego de ese rumbo incierto, solitario y arduo, llegamos finalmente al impactante Valle de la Luna, muy cerquita del poblado de Cusi Cusi.
Hay un mirador al costado de la ruta 40 y otro en el camino de ingreso al pueblo. Los dos son muy bonitos, pero de tener que optar por uno solo tener presente cómo el sol impacta en los colores del valle. Así, el mirador de la ruta 40 resulta más conveniente para una visita antes del mediodía cuando el sol ilumina el oeste; en cambio, de pasar por la tarde, es preferible ingresar al camino rumbo al pueblo para tener la vista de ese otro mirador, cuando el sol empieza a acostarse en la Cordillera resplandeciendo el este.
Anduvimos un poco más y, en eso, captó nuestra mirada una junta de llamas que estaban siendo arreadas por los puesteros. Frenamos pues la escena era de otro tiempo y merecía ser presenciada. Nos bajamos y ante nuestra consulta, el dueño del ganado, don Condorí, nos aclaró que junto a toda su familia estaban dedicados, ese feriado primero de mayo, a la tarea de elegir la llama a carnear. Al consultarle, sus palabras fueron “estamos por hacer carne”. Los niños de la casa alegres se quedaron cuando antes de partir les regalamos papas fritas y golosinas. Al respecto, una recomendación, en la puna siempre, pero siempre, traer provisión de golosinas o revistas infantiles para compartir en los stops que el camino propone.
Por otra parte, en las rutas de la puna es muy usual toparse con animales: llamas y vicuñas por lo general; zorros, cóndores y guanacos los más afortunados; y pumas los pocos privilegiados por la diosa fortuna. En este caso, ver las llamas todas juntas, con sus marcas en amarillo & fucsia fue toda una sorpresa.
Y en eso que andábamos por la ruta nos encontramos con la otra especie de veneración, unos suris. Ellos siempre andan en pareja. Al encontrarnos, con su natural agilidad se marcharon camuflándose por las pendientes.
Sucedió a continuación una etapa de paisaje espectacular, un tanto parecido al de la Juguetería en Sey, en la etapa de la ruta 40 entre Susques y San Antonio de los Cobres, en donde las rocas expulsada por los volcanes de la zona quedaron diseminadas en la ladera y la ruta serpentea entre ellas.
Luego pasamos por Liviara y Orosmayo; la historia cuenta que como consecuencia de un diferendo entre padre e hijo este último abandonó para siempre Orosmayo y se instaló en Liviara, dando nacimiento a la nueva urbanización.
A partir de allí hasta mina Pirquitas el camino se encuentra en muy buenas condiciones ya que las empresas mineras lo mantienen en forma impecable.
El siguiente pueblo es -en efecto- Mina Pirquitas que desde la ruta se lo ve como una gran urbe, en comparación con los anteriores, sobre todo por las grandes instalaciones de la minera. Allí se asentaba una importante explotación incaica y hoy ostenta, según sus pobladores, el récord de altura para una localidad argentina: 4270 metros sobre el nivel del mar. El GPS del teléfono, en el acceso del nuevo Pirquitas, nos daba 150 menos.
Le sigue el pintoresco pueblo de Coyaguaima, que significa “coya muy antiguo”. En este tramo las condiciones de la ruta vuelven a ser durísimas y muy poco aptas para para vehículos bajos, con cruces de arroyos de deshielo que en época estival pueden significar un obstáculo infranqueable. Además hay mucha calamina y los riñones y las cinturas así lo padecen.
Y en eso, nos encontramos otra vez con una pareja de suris, en el medio del camino. Toda una gentileza del azar.
Las manadas de llamas estaban a sus anchas, por doquier, a lo largo del Abra Grande, que con sus más de 4.400 metros marca uno de los tantos techos del trayecto.
Justo antes de Coranzulí, un cartelito daba cuenta de aguas termales. Allí nos indicaron que en la comisión municipal del pueblo se puede pedir las llaves para tomar un baño reconfortante en los piletones.
En el pueblo compramos dos refrescos a precio de Dubai y preparamos un picnic a orillas del río Blanco, ya en la salida.
Continuando por otro paso bien elevado, llegamos a distinguir las Salinas Grandes a lo lejos. Una muy linda postal.
Y finalmente llegamos a Susques, cada vez más grande por las tantas mineras a su alrededor, logrando el objetivo de recorrer esta ardua parte de la ruta 40, en la que salvo el tramo cercano a Mina Pirquitas, el resto del camino es totalmente desolado y agreste, típicamente puneño.