Cusi Cusi

El Valle de la Luna

Llegar hasta Cusi Cusi no es fácil. El tramo final de la ruta 40 presenta sus dificultades.

Además del difícil acceso, la altura y la puna producen sus efectos.

Una vez que se toma el desvío de la ruta 40 rumbo al pueblo, se pasa por uno de los miradores al Valle de la Luna.

Hay muchas hipótesis sobre el significado del nombre. La más tradicional refiere a un valle colorado. Otra tesis propugna que el nombre deriva de kusi kusi, o cusillu, una araña saltarina que vive en la región y que trae buena suerte.

Nosotros continuamos ese tramo de cinco kilómetros para confirmar nuestro hospedaje en Rincón Del Cusi.

Nos habíamos contactado con Rubén Quispe para hacer la reserva.

Al llegar, el amable Rubén nos comentó que era el día de la celebración del octogésimo primer aniversario de la creación del pueblo por lo que nos instaba a ir hasta la escuela a participar de los festejos.

Entonces fue que nos dirigimos hasta la plaza que se encontraba bien animada después del desfile.

Policías, gendarmes, artesanos, maestros, alumnos, todos participaban de la celebración.

En una esquina, el carrito El Puneño ofrecía helado artesanal. Por supuesto, probamos tres de los sabores disponibles, uva, granizado y bananita dolca. La siempre discutida menta granizada completaba las opciones de sabores.

Era ya otoño aunque el calor de la siesta se hacía sentir, por lo que el refresco del helado nos dio energías para ir a tomar fotos del Valle de la Luna.

Fuimos hasta el mirador cuando el sol de la tarde iluminaba la cara este del valle.

Un rojo intenso, un naranja, un amarillo, salpicado de verde de los arbustos que crecen en la puna, y las formas más arbitrarias conforman este espectacular paisaje.

De regreso en el pueblo y tras un descanso en nuestro alojamiento, nos dirigimos a la plaza en la que -como en tantos pueblos de la zona- es el único lugar donde hay wifi disponible.

En eso la campana de la pequeñísima iglesia del pueblo empezó a sonar; se convocaba al rezo de la novena por la fiesta patronal. No había misa pues en verdad todos estaban de fiesta por la celebración cívica, así es que unas pocas pastoras acudieron al llamado. Al rato llegaron a la puerta del templo los sikuris, tocando sus instrumentos en honor a lo divino.

Justo frente a la plaza un cartelito indicaba la venta de artesanías por lo que entramos a conocer. Allí nos atendió María Silvia Quispe, quien se encontraba friendo papas con su ayudante Irma.

La escena era tan genuina y tan de otro tiempo que nos vimos tentados a probar su propuesta. Le pedimos un cucurucho de “salchipapa”, el mix de papas fritas con salchichas de viena tan popular en las comunidades andinas, acompañado con mucho ketchup y una cerveza lager de 710cc, la única que había fría en la heladera.

Mientras degustábamos nuestra poderosa merienda, María Silvia fue perdiendo su timidez y nos empezó a contar sobre sus artesanías, hechas en lanas de llama, las que cría junto a su familia. Teje medias, guantes, polainas y mantas, todas con diseños creados por ella, honrando las enseñanzas que de niña le diera su abuelo.

En eso llegó Edelberta Sarapura, otra gran tejedora del pueblo, quien divertida se unió a la charla en la que nos preguntaban curiosas sobre nosotros. Toda la gente de Cusi Cusi fue muy amable con nosotros. Si bien al inicio se muestran un tanto hoscos, una vez superada la etapa de timidez, resultan encantadores y la simpleza de los relatos de vida son en sí mismo toda una enseñanza.

Ya había anochecido por lo que volvimos a nuestro hospedaje, en donde habíamos hecho una reserva para la cena de esa noche. La cocinera Concepción, por cierto también tejedora, nos presentó el menú en la secuencia de una sopa de verduras frescas con avena, a la que siguieron los principales, una pizza hecha a base de quinoa por un lado y una trucha con puré, cumpliendo a rajatabla la norma de kilómetro cero, ya que las pescan en los helados ríos de altura de la zona.

El postre fue anchi, el tradicional dulce norteño hecho a base de sémola.

En la noche el festejo del pueblo seguía con una fiesta, donde actuaban tres grupos de cumbia andina o -como le llaman ellos- cumbia chichera. El jolgorio duró toda la noche, aunque gracias a la ubicación de nuestra pequeña habitación no fue tan grave el retumbe de la juerga.

Estábamos tan cansados que decidimos tomar nuestro baño al día siguiente, lo cual claramente es un error en estos parajes pues lo conveniente es aprovechar el agua que se calienta durante el día gracias a los sistemas de paneles solares y, en consecuencia, bañarse ni bien se llega para asegurarse que sea con agua caliente. Así fue que al día siguiente ya se había extinguido esa posibilidad, por lo que la ducha fue corta ya que el frío se sentía como cuchilladas en el cuerpo.

Luego de un desayuno frugal, una infusión con bollo, partimos para continuar con el recorrido del último tramo de la ruta 40, no sin antes hacer una nueva parada en el Valle de la Luna para asombrarnos de nuevo con su belleza, orgullosos de haber llegado hasta ese paraje tan recóndito y extremo de la Argentina.