Sol y fotos en las Salinas Grandes
Guiada por una integrante de las comunidades salineras
Desde Purmarmarca, a unos 66 kilómetros en subida zigzagueante por la Cuesta de Lipán -que implica un súbito ascenso a más de 4.100 metros de altura con tremendas vistas- se encuentran las inmensas Salinas Grandes. Unas de las maravillas naturales de la Argentina.
Pertenecen a las provincias de Salta y Jujuy, pero se accede desde esta última. De hecho, atravesar la recta de la Ruta Nacional 52 que la cruza es una vivencia inigualable, pues ese desierto albino e infinito se asemeja a un paisaje de otro planeta.
Una vez allí, con suerte, los picos más altos se ven nevados, como el Chañi o el Volcán Tuzgle, y un poco más atrás la Cordillera de los Andes en todo su esplendor.
Si bien se puede hacer una corta visita, lo recomendable es contratar un guía de alguna de las tres comunidades salineras que allí trabajan, para conocer su historia y sus características recorriéndolas por dentro.
@tripticity_, con buena fortuna, tuvo de acompañante a Amanda Sarapura, de la Comunidad Coya de Casabindo, en particular, ella cuenta que vive en Santuario de Tres Pozos, un pueblo de las cercanías conocido por su parador de almuerzo a los turistas y que está orgullosamente liderado por el Cacique Simeón.
Amanda toma su scooter para escoltar al visitante hasta la primera parada, los piletones de extracción. Son líneas de rectángulos que se multiplican. El proceso de recolección de la sal para consumo humano requiere de la evaporación del agua para lograr el cloruro de sodio más puro; el agua se precipita formando los cristales.
Las Salinas Grandes tienen una particularidad: no contienen yodo, por lo que son continentales, no marinas. Por su superficie se ubican en el top de las más extensas con sus más de 200 kilómetros cuadrados.
Las populares fotos que se logran en ese distintivo escenario, por la ilusión óptica y perspectiva que se genera, son divertidas, sean los saltos, la ficticia miniatura o la desproporción.
A continuación, en su interior más profundo, se visitan los ojos naturales del salar; charcos naturales de agua que abren camino a un azul esmeralda que rompe con la cándida e inmaculada salina.
Para terminar, en el parador de la comunidad, nada mejor que comprar las clásicas tortillas rellenas de jamón y queso, preparar un rico té y compartir una charla con Amanda sentados en los banquitos de sal para conocer su historia de vida, la juventud en esas alturas, su relación con Axel a quien conoció por las redes sociales, su metodología de trabajo y, desde ya, sus consejos para superar el mal de altura: hacerse de agua florida, echarse unas gotitas en las palmas, aplaudir tres veces y aspirar su aroma. ¡Santo remedio!