Talampaya y Laguna Brava

Súper paisajes riojanos

Tras una corta pero muy provechosa visita a la ciudad de San Juan, en la que disfrutamos de su arte, gastronomía y vinos, tomamos la ruta 40 rumbo al norte hasta Villa Unión, la ciudad estratégica de La Rioja que es base para explorar las principales atracciones naturales de la región. 

Una aclaración esencial, el camino incluye ciento cincuenta badenes entre Huaco y Guandacol, por lo que en época estival sufre cortes por las violentas bajadas de agua.

Además, para aquellos que tienen facilidad para descomponerse en los caminos, como es el caso de @tripticity_, la travesía puede tornarse complicada con tantos vaivenes.   

Pues bien, allí cuando comienza a visualizarse el Famatina, que con su blanca inmensidad encandila todo ese fértil valle riojano, se acerca Santa Clara, pueblo natal de Nicolás Fajardo, el artesano que abre las puertas de su taller para que el visitante se transporte en el tiempo y descubra el universo de los tejidos. Desde el hilado de la lana a su coloración con tintes naturales, desde el uso del telar hasta los detalles finales, todo el proceso es explicado por don Nicolás, quien en horario de la sagrada siesta no dudó en atendernos cuando -siguiendo las instrucciones del cartelito- lo llamamos por teléfono para anunciarnos. Él heredó de sus antepasados el conocimiento para preservar y mantener la técnica ancestral de tejido en telar. 

Además de recorrer el taller de paredes de adobe y techo de cañas, visitamos la sala contigua donde dormían sus abuelos, en la que gestó una pequeña muestra de objetos antiguos y recuerdos familiares. En la galería, nos enseñó cómo, utilizando la cáscara de cebolla, se logra un bonito color grisáceo en las lanas. Como cierre de la visita, don Nicolás nos buscó el viejo poncho de su madre, una reliquia centenaria con lana de nueve vicuñas y que es una verdadera obra de arte.  

Fue un stop para valorar la tradición del telar y la sencillez y cordialidad de los riojanos.  

Continuamos camino, más antes de llegar a Villa Unión, hicimos la obligada foto en el Vallecito Encantado en Guandacol, donde tras una cortísima caminata se encuentra la geoforma conocida como Copa del Mundo, una bola de piedra rojiza en el medio de un valle rojo que se siente como haber llegado a Marte. 

Una vez ya en el pueblo, nos alojamos en Cuesta de Miranda, un hotel de tres estrellas que cumplió para las primeras noches en las que dormimos allí, pues a lo largo del día nos dedicamos a pasear y conocer. Ya es costumbre de @tripticity_ eso de reservar las primeras noches en hoteles sin mayores lujos ni aspiraciones que satisfacen la necesidad de una buena cama y baño caliente, para luego mudarse a otro alojamiento que ofrezca mayores prestaciones para disfrutarlas en relax. 

La primera noche decidimos hacer un picnic al lado de la pileta. Era hora del atardecer, por lo que el cielo se transformó de colores generando el escenario perfecto para saborear el delicioso jamón que habíamos comprado en Miguel Martín Jamonería. Además, fue la oportunidad perfecta para descorchar el Cansao, el tinto sanjuanino de criolla que generosamente nos había regalado Alfredo Morales al visitar su meca gastronómica Pal Pueblo

En la mañana, tras el desayuno, partimos rumbo a Laguna Brava, el gran atractivo natural escondido en la Cordillera de los Andes. 

Una vez que se llega a Vinchina, el pueblo desde el cual también se ofrecen los baqueanos que deben acompañar al visitante, pues no se autoriza la visita sin la compañía de un guía, ingresamos a la Quebrada de la Troya. Vinchina significa tierra fértil, en contraposición con Ischigualasto (el Valle de la Luna) que refiere a tierra muerta. 

A continuación, hicimos un stop en la Herradura, una particular formación que produjo la erosión del río.

Ya cerca de las once de la mañana, hicimos un stop de comida popular en Alto Jagüel, donde los lugareños ofrecen a los turistas su propuesta gastronómica. Nuestra elección fue un par de empanadas de cordero fritas en grasa, en una vieja olla herrumbrada a fuego de leña. Como un extra, tortillas rellenas de jamón y queso con tomate. Doña Cecilia las elabora y vende, más el show lo produce sin dudas don Juan, quien mantiene caliente la roída cacerola en la que se fríen los manjarosos pastelitos. Por supuesto, no dudamos en probarlos. Además nos hicimos de una bolsita de trigo crocante, un snack dulce y crujiente muy novedoso. 

Una vez que retomamos el camino, pronto se pudieron visualizar tanto el Bonete Chico como el Bonete Grande, allá arriba. 

Rumbo al paso internacional Pircas Negras, las montañas son negras teñidas por el óxido de magnesio, lo que genera un efecto óptico bien singular, pues brilla al sol; los locales le llaman el barniz de los desiertos. 

De fondo, los volcanes rosados y blancos totalmente prístinos. 

Otro stop fue la visita a uno de los catorce refugios que Sarmiento mandó a construir allá por 1876, todos con forma de hornero, hechos en piedra. Cuenta una tradición, poco documentada, que su idea se generó en su juventud, cuando tuvo que rumbear esas sendas huyendo de una situación literalmente embarazosa.   

Unos días antes de nuestra visita, había nevado fuerte por lo que todo el trayecto estuvo teñido por gordos manchones blancos. 

Tras casi cuatro horas, llegamos a la Laguna Brava, bonito espejo cordillerano a cuatro mil cuatrocientos metros sobre el nivel del mar, inserto en el antiguo camino de los arrieros, el mismo que inspiró a Atahualpa Yupanqui para su célebre zamba. 

Su color celeste nítido contrastaba con los marrones de la montaña. Llegar hasta allí se sintió como un logro. Apreciamos la belleza del paisaje y el frescor de su aire de altura y emprendimos el largo retorno. 

Luego de un descanso en el hotel, decidimos comer en el restaurante sobre la calle principal de Villa Unión, Campo Base, allí donde todos los visitantes se reúnen tras las duras y cansadoras excursiones. Una pizza excelente con aceitunas gigantes y un vino local, más un tiramisú engalanaron aquella cena.    

Al día siguiente nos dirigimos en dirección opuesta, hacia el Parque Nacional Talampaya para una visita inolvidable. 

Es un área protegida, declarada Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad junto con Ischigualasto, debido a que conjuntamente resguardan el testimonio geológico de la era del Triásico. En efecto, contiene yacimientos arqueológicos y paleontológicos y estratos incluso más antiguos. 

Desde el área de servicios partimos en nuestra excursión en un camión 4x4. Anduvimos entre los rojos paredones de Talampaya, caminamos por sus polvorientos lechos, cruzándonos con guanacos y zorritos, vigilado en todo momento por la impresionante cantidad de cóndores que por allí planean. 

El paseo permite disfrutar del Cañón de Talampaya y el Cañón de Shimpa, donde el cañón no supera los siete metros de ancho y los paredones rondan los ochenta metros de altura. Durante el ajetreado recorrido hicimos varias paradas. Primero descubrimos los petroglifos, luego el Jardín Botánico, la Catedral, el Monje y -por último- el Cañón de Shimpa. 

La excursión incluye un refrigerio colosalmente orquestado por Fanny y José, guía y chofer, justo cuando se visita el Cañón de Talampaya y un convite final en el Cañón de Shimpa, donde además de deleitarnos con las típicas olivas riojanas, probamos el espumante de torrontés de Santa Florentina, de la Cooperativa La Riojana, la que luego visitaríamos durante nuestro paso por Chilecito

Aclaración: lo de ajetreado recorrido es una manera sofisticada de describir el viaje rumbo al corazón del parque. Por momentos uno se siente dentro de una licuadora, lo que es divertido pero puede significar un sufrimiento para quien padezca de dolores crónicos de cintura o espalda. 

Regresamos a Villa Unión para hacer el check in en el Tres Cruces Wine Lodge el complejo turístico que elegimos para nuestra última estadía. Nos alojamos en una de las nueve Casas de Viñas.

Allí nos relajamos, disfrutando de las cómodas instalaciones y amplios jardines, desde los que disfrutamos otro gran atardecer muy bien acompañado de una picada junto al vino de cortesía de producción del lodge. 

Fue la mejor manera de finalizar la visita a esos extraordinarios paisajes extremos que ofrece La Rioja, antes de atravesar la Cuesta de Miranda y continuar en nuestro épico viaje por el oeste argentino.