Galta, Chand Baori & Fatehpur Sikri

Los imperdibles del camino de Jaipur a Agra

El camino desde Jaipur a Agra toma unas seis horas, pero se hacen paradas para visitar interesantes atracciones, lo cual hace el viaje más llevadero.

El primero fue el templo hinduista de Galta, conocido como el templo de los monos.

Si bien allí lo característico eran los bandars, es decir los macacos, fueron los baños que tomaban los creyentes en un estanque de agua verde esa mañana fresca de invierno lo que acaparó nuestra atención. Todos alegres concretaban su rito, rodeados de los monos que pedían a los visitantes su ración de comida casi como una demanda.

El pasadizo hasta el templo fue también de no creer, primero, un corral de vacas, luego edificios antiquísimos, muy bonitos. Lo atravesamos sintiendo que ingresábamos a otro tiempo, sensación que se acrecentaba por el sonar de la música hindú típica.

Regresamos el auto y emprendimos un recorrido de cerca de una hora hasta Abhaneri, donde se encuentra el pozo de agua escalonado Chand Baori. Fue quizás el stepwell más llamativo que vimos durante nuestro viaje a India. Muy bien mantenido y vigilado, es extraordinariamente grande. En el estacionamiento de los autos para turistas, las caras de los locales pueblerinos y la venta de sus exóticas comidas también fue un atractivo, tanto como ver cómo circulaban familias enteras en acoplados de un tractor yendo -según nos indicó nuestro conductor- a alguna celebración por las ropas que llevaban puestas. En esos caminos más rurales nuestra atención no paraba de acrecentarse con escenas de la vida cotidiana local.

Siguió otro largo tramo hasta Fatehpur Sikri, la antigua capital del imperio mogol. La leyenda cuenta que fue abandonada por la escasez de agua, por lo que también es conocida como la ciudad fantasma. Fundada por el gran emperador Akbar, las edificaciones en arenisca roja se encuentran muy bien conservadas.

Ahora, para acceder a ella, aplican las sagradas reglas de India. Tan particulares como desopilantes. Bajo la excusa de contar con el sello de Patrimonio de la Humanidad y cuidar el ambiente, los autos allí están prohibidos, por lo que se deben tomar unos destartalados colectivos que te suben hasta la puerta de ingreso, luego de -obviamente- comprar los tickets de ida y vuelta.

Como en todos los puestos de venta de entradas a los monumentos, un montón de feriantes ofrecen sus mercaderías para turistas. Para esa altura del viaje, la paciencia estaba un poco baja, por lo que optamos por adoptar mecanismos para evitarlos, cual hacernos que hablábamos por teléfono o ir bien rápido diciendo que estábamos llegando tarde. Suena particularmente antipático pero no negaremos que –a veces- resultaba cansador el agobio de los vendedores.

Justo al lado del descomunal complejo se encuentra Jama Masjid, una gran mezquita donde se encuentra la tumba del santo sufi Salim Chisti, construida en mármol blanco con elementos persas e hindú. Para ingresar, obviamente hay que sacarse el calzado. Se atraviesa la Buland Darwaza, una impresionante puerta de ingreso de más de cincuenta metros de altura, alta y bellísima.

Al salir, tuvo lugar un acontecimiento poco feliz. Nuestro conductor se declaró con hambre por lo que hizo un stop no previsto en un hotel y nos indicó que tomaría unos minutos, que se extendieron por más de 45 minutos. Durante todo ese tiempo nos sentimos incómodos y hasta inseguros. Era un lugar exclusivo de locales. Allí, nadie hablaba inglés y fuimos objeto de miradas durante la espera, y hasta incluso un vendedor de baratijas se puso insistente. Cuando volvió, Mahindra sintió nuestro fastidio y el silencio reinó hasta Agra. Si bien al día siguiente le explicamos la situación a Helena de Black Pepper Tour, no sentimos que nuestro reclamo fuese muy considerado.

Más allá del mal rato, y de llegar mucho después del sunset como habíamos planeado, las visitas del día resultaron imperdibles.