Torres del Paine
Belleza del lado chileno
En nuestro viaje a El Calafate, la ciudad de los glaciares, decidimos tomar el tour para conocer el Parque Nacional Torres del Paine, ubicado en la contigua provincia chilena de Última Esperanza.
La estructura montañosa de Torres del Paine, contra la creencia inicial, no forma parte de Los Andes. Se encuentra separada de El Calafate por las montañas Baguales, y es por eso que se puede tomar una excursión en un camión 4 × 4, el que gracias a un desvío de ripio le permite al visitante llegar hasta la frontera con Chile en mucho menos tiempo que la opción de asfalto, vía Puerto Natales.
El tour inicia bien temprano en la mañana pues aguardan unas tres horas hasta la frontera, donde tras el control migratorio y sanitario se ingresa al país vecino.
Durante el recorrido la fauna local se cruzó en el camino: suris, guanacos y ovejas. Del lado chileno ya nos esperaba el increíble espectáculo de una decena de cóndores planear a pocos metros del ómnibus. De seguro tenían su alimento a la vera de la ruta.
Una vez en el parque, se realizan paradas estratégicas en puntos panorámicos desde los que se aprecia la extrema belleza de la Patagonia chilena.
La primera escala tuvo lugar en el lago Sarmiento, de un color azul intenso. Allí es uno de los pocos lugares en el mundo en el que habitan los microorganismos que producen oxígeno y se convierte en mineral: el carbonato de calcio.
A continuación, visitamos la laguna Amarga, en la que se halla gran cantidad de fósforo y potasio. La vista desde lo alto es maravillosa.
A la hora del almuerzo, el stop fue a orillas de la cascada Paine, a la vera del río Paine, donde se distribuyeron las viandas preparadas por el restaurante El Alambique en El Calafate, ese que teníamos agendado tiempo atrás para visitar tras el galardón obtenido en el Prix Baron B.
Disfrutamos del lunch en ese entorno natural, mientras el agua de los glaciares se dirigía furiosamente rumbo al océano Pacífico. Su peculiar color se debe a la fricción de las rocas lo que genera sedimentos y le dan un bello color turquesa, similar al que vimos en Puerto Blest, al visitar Bariloche.
Durante el camino al Pacífico, el agua va cambiando de color, va de azul a gris y a turquesa.
Las Torres del Paine, por su parte, también cambian de color, dependiendo de cómo la luz impacte en el granito, el que es blanco pero la refracción hace que las tonalidades varíen según la hora, pasando de rojo a verde a gris oscuro a azul o salmón. Paine significa azul en aoniken o tehuelche.
Con tres mil metros de alto, nos contaron unos andinistas que es el segundo más complicado de subir después del K2 asiático. Además del terreno, el clima torna impredecible la aventura.
Luego hicimos un stop en el mirador Holdebforf del otro lado del lago Sarmiento, el que pertenece a la cuenca hídrica del Paine, de ahí la diferencia de colores. Desde allí se ven los cuernos Paine y el Almirante Nieto.
Tras visitar esos impresionantes puntos estratégicos y disfrutar del paisaje emprendimos el largo y cansador retorno a El Calafate. Una última postal del Fitz Roy, completamente despejado a la hora del atardecer, fue el perfecto colorario de la cansadora pero valerosa visita al lado chileno.
Una vez arribados, con las últimas energías, decidimos probar la propuesta gastronómica de El Alambique, el restaurante de Alejandra Repetto, para celebrar con un carmenere trasandino esa extraordinaria jornada vivida en Torres del Paine.