Bariloche gourmet
Tour gastronómico y relax
Al llegar a Bariloche sabíamos que teníamos que intentar la experiencia de tomar el té en una de las tantas casas que ofrecen el servicio. Pudimos reservar con mucha fortuna una mesa para dos en la terraza de Casa Meiling, una pastelería familiar con bonita vista al lago Nahuel Huapi, aunque -vale aclarar- con una pronunciada subida para llegar a ella. Si no se cuenta con auto, las calorías sí o sí serán quemadas antes y después. Casi todo en Bariloche queda en realidad de subida o de bajada.
La torre de tres pisos incluía bocaditos dulces, tortas de crema, los clásicos scons con queso crema y dulce y, por supuesto, unos sandwiches con generoso relleno.
Se puede decir que Meiling no busca ser de ambiente comercial sino familiar, lo que queda demostrado por la atención personalizada de su dueña y por la música de saxos románticos, bastante pasada de moda quizás… pero que en este caso suma para agregarle un clima distendido, casi como si fuésemos invitados y no clientes.
La variedad de opciones de tortas servidas es ideal y su sabor, casero y auténtico. ¡Recomendable!
En cuanto a los clásicos chocolates del sur argentino, en nuestro caso no había duda alguna: los elegidos eran las gigantes y célebres tiendas Rapanui y Mamuschka. Hay otras opciones locales, más artesanales desde ya, pero esas dos marcas, junto con Chocolates Del Turista, son las más reconocidas a nivel nacional.
Visitar esas tiendas en fechas pico resulta complicado, tanto para comprar sus productos o para disfrutar de los almuerzos y tés que se sirven en sus salones. Un mundo de turistas que van y vienen, sin saber qué quieren, ruidosos y torpes, componen la escena. Resistimos todo ese bullicio y logramos hacernos del respectivo kilo surtido de chocolate patagónico prometido a nuestras familias. En la tienda de la muñeca rusa también compramos unos granos de café con un toque de caramelo.
A la mañana siguiente a la única noche que nos hospedamos en el centro de Bariloche, volvimos a las tiendas con la esperanza de poder disfrutar una infusión… pero incluso recién abiertas ya se encontraban saturadas de turistas. Por eso, de querer concretar una compra, armarse de paciencia, adquirir la cajita y huir a toda velocidad.
Para la cena, hay opciones gastronómicas de los Siete Lagos que son del más alto nivel internacional.
Habíamos decido hospedarnos en el hotel Llao Llao, un clásico argentino que queríamos conocer.
Su emblemático edificio, diseñado por Alejandro Gabriel Bustillo, cuenta con señoriales salones, pasillos alfombrados, paredes recubiertas en madera y unas vistas impresionantes.
Sin embargo, no nos agradó. Quizás la muchedumbre opacaba su glamour; quizás el concepto de alojamiento masivo con cientos de habitaciones; quizás los venados y ciervos embalsamados que cuelgan de sus paredes que generan un efecto contrario al de su tiempo; quizás la atención poco personalizada; o quizás una mezcla de todo lo anterior hizo que más allá del desayuno no probásemos sus variadas opciones gastronómicas, ni su célebre servicio de té en el Winter Garden. Sucede que la pastelería, los croissants y los panecillos ofrecidos en el desayuno realmente fueron una decepción. El jugo de naranja ni siquiera era exprimido, aunque una vez más la vista de ese salón comedor sí resultó fascinante. ¡Nos quedamos con ella! Y también con el buen Spritz del salón del Espacio Lago Moreno.
Ninguno de sus salones o bares consideraba un espacio exclusivo para adultos, por lo que a toda hora hubo niños traviesos jugando alrededor de las mesas. Algo ilógico teniendo en cuenta que el hotel ofrece un Kids Room.
La estadía en el Llao Llao, lejos de conmovernos, nos dejó la enseñanza definitiva de buscar hoteles más chiquitos, más enfocados al verdadero relax y con atención más personalizada.
Al menos los días grises, lluviosos y fríos que nos tocaron nos permitieron disfrutar en paz de sus dos piscinas, la interior y la exterior. Por alguna razón al turista promedio no le resulta motivante hacer pileta un día nublado, aunque estén climatizadas como es el caso del Llao Llao.
Sí se debe reseñar que el lugar ofrece las más variadas atracciones: golf, arquería, caminatas, spa, restaurantes, tiendas, actividades recreativas. La elegancia que supo definirlo se mantiene y, probablemente, siga ostentando las mejores vistas de Bariloche, sea a la montaña, al Nahuel Huapi o al bello Lago Moreno.
Celebramos haber buscado otras opciones para la cena fuera del cinco estrellas. Bariloche nos tenía predestinadas grandes sorpresas culinarias.
Para empezar Casa Cassis. Casi un mes antes del viaje procuramos reservar una mesa, sin éxito. Fue tanta la fortuna que un par de días antes se liberaron dos cubiertos y un mensaje nos engalanó con esa mesa tan ansiada.
Frente al lago Gutiérrez, Ernesto Wolf y Mariana Müller crearon un pequeño universo de plantas, flores, frutas y vegetales que dan vida a su altísima cocina.
La experiencia inicia a las ocho en punto, usualmente en el jardín junto a la huerta, en donde se sirven los appetizers y el trago de bienvenida.
Esa tarde de verano estaba algo fresca, por lo que se modificó el itinerario y se inició con un recorrido por los jardines y la huerta visitando la bodega donde se manufacturan sus memorables vinagres y dressings, para luego, una vez en el acogedor salón comedor, nos acomodamos para degustar los manjares preparados por Mariana, la China para todo el mundo.
Durante ese recorrido por el jardín Ernesto se esfuerza por transmitir la búsqueda que vienen haciendo hace años, junto a su familia, para lograr aromáticas, flores, frutos rojos y vegetales orgánicos de extrema calidad.
Tuvimos la suerte de intercambiar unas palabras durante ese recorrido con Lucía, Sebastián y Gustavo, tres capitalinos encantadores con quienes terminamos compartiendo la noche. La fortuna de @tripticity_ -una vez más- quedó confirmada. Resulta que se trataba de amigos de los anfitriones. ¡Qué privilegio!
Es que si bien las mesas son dispuestas como en un restaurante tradicional, el ambiente de Casa Cassis es precisamente ese, el de una casa, por lo que resulta fácil generar esta interacción entre la docena de comensales.
Empezamos con unos pequeños appetizers, acompañados de panes de masa de madre con semillas y paté.
¿La secuencia?
Primero, los aperitivos: espumante de flores de sauco; cordial de vino artesano de Cassis; rilette de conejo confit, daikon y eneldo; tartare de truchada, remolachas amarillas, flores de ciboulette; terrina de ave con chutney de membrillos; fría sopa de hojas verdes y hierbas y pan de olivas y tomate con rucoleta silvestre.
Luego: crudité de verano, queso azul, avellanas, dressing de ciruelas y mostazas; langostinos templados, zucchinis, brotes silvestres, aromas a cedrón; trucha salmonada, arvejillas, habas, reducción de espumante y peperina; lomo de ciervo, borrajas, morillas del Manso, croûte e pimientas.
A continuación, una granita de vino de grosellas verdes que nos preparó el paladar para el liviano postre: un sorbete de cítricos, cake de especias y creme cheese con frambuesas amarillas.
Para concluir, una infusión de hierbas y petit fours.
Maridamos esa experiencia con un pinot noir de manufactura de Matías Michelini, hecho bajo la nueva técnica de almacenamiento en huevos de concreto.
Los ocho pasos de la propuesta fueron uno mejor que el otro. Una delicia casi de otro planeta, de esos sabores difíciles de encontrar y aún más de describir. La noche se nos pasó rápido, mucho más rápido de lo que hubiésemos querido. Para nuestra fortuna, cuando nuestros vecinos ya eran para nosotros Lucía, Sopa y Perro, fuimos invitados a su mesa para un memorable brindis final, en el que pudimos conversar con los hacedores de Casa Cassis. Nos sentimos bendecidos por el destino, que nos condecoró con una tremenda sobremesa con cinco extraordinarias personas.
Antes de partir nos tentamos con las opciones que Cassis tiene a la venta. Elegimos un néctar de flores de sauco, un dulce de cassis, un dressing de flores, un queso patagónico e, incluso, un shampoo sólido artesanal, seguros de que todo ello honrarían los kilómetros de nuestro road trip.
Y había más. A la noche siguiente, otro soberbio banquete nos esperaba de la mano de Pablo Quiven, quién elaboró una propuesta -esta vez- de nueve pasos, la que nos demandó un ayuno de largas horas antes de llegar a su kitchen house. En efecto, se trata de un concepto contemporáneo cada vez más en boga en nuestro país, en el que el cocinero abre las puertas de su casa.
Su lugar no puede ser más refinado, con una hermosa vista y una decoración superlativa. Se disponen las mesas en un entorno por demás agradable.
Otra vez, sería imposible poner en palabras el disfrute que experimentamos en Quiven. Como toda explicación van descriptos los manjares de esa noche.
Primero: Bombón de morcilla bañado en tempura con emulsión de chocolate blanco y queso crema; gyozas rellenas de vegetales y bañadas en salsa teriyaki; tartare de ciervo con vinagreta dulce de encurtidos; emulsión de papa en sifón a base de huevo frito, lámina de ajo crujiente y jamón de jabalí; pirulín de queso cual lollipop; manteca ahumada con cenizas y panes artesanales de masa madre con curry, remolacha o cacao.
Segundo: espiral de palta condimentado con vegetales encurtidos y crujientes de batata, quínoa y maíz, más tomatitos confitados y diferentes coulises.
Tercero: kale bañado en tempura de cerveza con un tiradito de trucha condimentado con queso parmesano y leche de tigre, caviar de morrón rojo, piel de chicharrón de trucha con gel de pepino y palta.
Cuarto: bombón de langostino con muselina de trucha y queso brie, espuma a base de crustáceos y crema de maíz.
Quinto: berenjena japonesa ahumada rellena de queso.
Sexto: huevo en cocción a 63°, con papas trufadas, ragú de hongos silvestres, crujiente de queso parmesano y pesto.
Principal: lomo vacuno envuelto ahumado, sellado a la plancha con manteca de salvia y cocinado al sous vide a 53°, espuma de calabaza asada, esponja de pimentón y tandoori, remolachas asadas caramelizadas y flan de brócoli con queso roquefort con criolla hecha con frutas del Alto Valle.
Postres: el “emblemático” cheese cake de mandarina con tierra de cacao por una parte y, por la otra, deconstrucción de bosque patagónico con sabores característicos de Bariloche: chocolate, frutos rojos, tierra de cacao con diferentes hierbas, gel de durazno, gel de lavanda, gel de pino, más yogurt griego de la casa con ralladura de frutas, todo acompañado de helado de lavanda.
¿Acaso habría que agregar algo? En el sitio web de Pablo se anuncia y describe al restaurant como “un viaje a tus sentidos” y verdaderamente eso es lo que es. ¡Alucinante!
A su término el chef en persona se acerca para saludar a sus comensales, evidenciando una gentileza a la misma altura de sus excelsos platos.
Ya los días no nos alcanzaban para poder visitar Quetro Cocina, otro pendiente para un próximo viaje al Sur si el destino así lo dispone.
En fin, continuamos la travesía satisfechos de haber conocido personas tan interesantes y llevándonos una conclusión: post Covid la industria turístico-gastronómica ha sufrido cambios radicales y todo parece orientarse hoy al contacto humano en primera persona. Y en esa búsqueda de calidad, San Carlos de Bariloche y su vecina Villa La Angostura constituyen por su oferta el eje culinario de la región de Los Lagos. Para el foodie que pueda darse el gusto con una estadía tres o cuatro noches, ellas representan un destino ineludible.