Puerto Blest

Belleza natural extrema

El histórico hotel Puerto Blest se encuentra en la bahía del mismo nombre, en el brazo occidental del lago Nahuel Huapi. Solo se puede acceder navegando más allá de la isla Centinela, sitio del descanso eterno del perito Francisco Moreno, gracias a quien la Patagonia es mayormente de soberanía argentina.

 

En temporada alta resulta imposible de obviar el ruidoso y multitudinario traslado hasta el hotel, en compañía de grupos de turistas que en el mismo catamarán hacen la excursión del día.

Pero una vez allí, para cuando esos fugaces visitantes se retiran de regreso al Puerto Pañuelo de Bariloche, el paraíso de la selva valdiviana se despliega a tus sentidos; sea para recorrer la senda hasta Cascada de los Cántaros, con sus casi setecientos escalones bien mantenidos en pasarelas de madera; sea para caminar en serenidad por la bahía y admirar el verde esmeralda del agua; sea para hacer el recorrido hasta Puerto Alegre en el lago Frías, bordeando el río homónimo con su nítido tono aguamarina, en razón de las partículas volcánicas que se transportan desde las alturas del Cerro Tronador. Del otro extremo de lago ya se encuentra la frontera con Chile y se tiene una impresionante vista del propio Tronador, origen de esas aguas de deshielo.

Desde el hotel son solo tres kilómetros de caminata, por la misma ruta que hacen los buses de turismo coordinados con cada catamarán y que finaliza en el paso internacional. Es muy recomendable averiguar los horarios para obviar los invasivos tours, a fin de evitar que el bullicio trastorne la experiencia. Es que la vegetación que se encuentra a los lados del camino es realmente muy hermosa; vale descubrir los distintos circuitos, los atajos para sentarse en las orillas del particular río y las pequeñas flores silvestres que tanto abundan; incluso algún fruto silvestre, como esas deliciosas frambuesas con que nos sorprendió el sendero, las que no dudamos de saborear.  

La fauna de la zona es también muy variada pues en verdad se trata de una selva fría con características tropicales, pues el clima es templado pero muy húmedo, siendo Puerto Blest el segundo punto más lluvioso de la Argentina, con 3 mil milímetros anuales de promedio. El animal característico es el huillín; si bien no pudimos verlo, muchas aves se acercaron durante el paseo, dejándose observar a corta distancia y ser testigos de sus cantos. Sobre los árboles gigantes, con algo de suerte, pueden también divisarse cóndores.

En cuanto al hotel, tiene una decena de habitaciones, muy cómodas y con muy buenos baños. A nosotros nos tocó una con una grandiosa vista al lago, frente al Cerro Tres Hermanos, por lo que en la noche incluso desde la cama pudimos disfrutar del increíblemente estrellado cielo patagónico.

La pileta climatizada del primer piso ofrece una notable vista, garantizando una tregua para los músculos luego de las caminatas.

Para la cena, el restaurante ofrece comida casera. Es abundante, hecha como si el cocinero siguiese el recetario de la abuela. La carta ofrece pastas y carnes, todos los platos son muy bien servidos y la oferta de vinos es más que buena.

Es digna de destacar la atención de Mauricio, quien afectuosamente trata a los comensales como sus “niños”. Su historia en ese solitario rincón permite entender el trato familiar que brinda a todos lo que allí se quedan.

Unos generosos ñoquis, una tapa de asado braseada con papas y un imponente flan con crema y dulce de leche coronaron esa memorable noche, antes de un plácido descanso en la serenidad del bellísimo Puerto Blest.

Por la mañana solo hubo espacio para más relax, pasmados por el verde incomparable de las aguas, con ganas de que nunca llegara el catamarán que habría de devolvernos al alborotado Bariloche.