Puerto Limón
Disfrutar la auténtica Centroamérica
Limón era el último puerto en el itinerario del viaje en crucero que tomamos en enero de 2023, luego de visitar Ciudad de Panamá, Cartagena, Aruba, Curaçao y Bonaire. Después de tan bonitos y exóticos destinos, vale confesar que poca fe le teníamos al puerto sur de Costa Rica. Es que incluso habíamos conocido a ticos que habían alimentado ese prejuicio, sumándole el ingrediente de la inseguridad.
Pues tan baja era la expectativa que todo nos sorprendió ese divertido día que pasamos en Puerto Limón.
En los destinos anteriores habíamos sido los primeros en desembarcar, despertándonos en la madrugada, pero en razón de esa baja confianza que le teníamos para cuando quisimos hacerlo la cantidad de gente era atroz. Por eso, nos fuimos al bar O´sheehan, nos pedimos un prosecco italiano a las 10 de la mañana y relajamos, mientras observábamos cómo cientos de pasajeros bajaban al puerto. Recién cuando la cosa se calmó, hicimos lo propio.
Para empezar, una banda de músicos locales tocaba alegre música, dando la bienvenida a los visitantes. Luego, nos perdimos un momento en el gran mercado del puerto, en el que se ofrecían souvenirs de polémica originalidad por una parte, mas por la otra, auténticos granos de café de variedad tarrazú estaban disponibles, lo que captó la atención del señor @tripticity_, todo un fanático cafetero.
Al salir del puerto, el antiguo edificio de la United Fruit Company justo frente a la plaza ya daba una idea del caos tan latinoamericano de Limón. Puestos y vendedores ambulantes de los objetos más variados, además de un montón de ofertas de posibles tours, atosigaban a los turistas.
Todavía sin saber bien qué íbamos a hacer, visitamos el Parque Vargas, donde está el parador fotográfico de Limón. En uno de sus altos arboles una familia de perezosos dieron un espectáculo a los bien advertidos de mirar hacia arriba. Deambulábamos por las calles céntricas cuando un taxi frenó para dejar a su pasajera. Nos acercamos y le preguntamos cuánto costaba el viaje hasta Playa Bonita. Las ofertas más cerca del puerto no bajaban de los veinte dólares. Don José Murcia ofertó catorce, retrucamos por diez y sin dudar nos invitó a subirnos, en claro signo de aceptación de la contraoferta. Así fue que rumbo a la playa, nos fue contando que él también era un viajero, que la selva que veíamos al costado de la acera era aún más tupida en los cerros y que estaba dispuesto a buscarnos a las 14 horas en el mismo parador de playa donde nos dejaría.
La arena de la playa ya no era tan blanca como la de los destinos anteriores, ni el color del agua turquesa y cristalino, ni las aguas eran mansas, todo lo contrario. Pero fue nuestra despedida del mar en ese viaje de verano, por lo que disfrutamos y mucho, incluso la fuerza de las olas que nos tiraban al tratar de ingresar. El mar en la costa sur de Costa Rica es bastante picado y las olas son grandes.
Diez minutos pasada la hora convenida, José no nos buscaba. ¿Qué sería de los viajes modernos sin whatsapp? Lo llamamos y entonces caímos en cuenta de que nos estábamos manejando con el huso horario propio dispuesto por el crucero, es decir una hora adelantados. Don José estaba en el banco haciendo un trámite, así que preocupado nos fue a buscar inmediatamente y nos llevó de regreso a la zona del puerto.
Antes de ingresar, recorrimos el mercado y las calles aledañas para un último pantallazo de Centroamérica y luego nos dirigimos al Muelle de los Turistas, nombre que recibe el mercadito armado dentro del puerto, para que el señor @tripticity_ se haga de su café a muy buen precio y para que la señora @tripticity_ se despidiera del Caribe con unos masajes relajantes de la mano de Kia, en el Morgan Beauty Salon armado en uno de los stands de la feria. Treinta gloriosos minutos de relajación para luego caminar muy lento de regreso al crucero, bailando al ritmo del “goodbye everybody goodbye” que cantaban los mismos músicos del puerto que nos habían dado la bienvenida. Para e ladiós, pudimos admirar desde nuestro camarote la Isla Quiribrí, esa a la que -en el año 1502- arribó Cristóbal Colón, en su último viaje a América, también conocida como Uvita.
Despidiéndonos así del sur del Caribe, con ganas de volver a sus cálidas playas, y con un saludo especial al bello y agitado Puerto Limón, que otra vez nos demostró que siempre el prejuicio es ruin.