Ciudad de Panamá
Su skyline, sus balcones, su gente
Arribamos en un vuelo de Copa Airlines al aeropuerto Tocumen al amanecer, justo a la hora de salida del sol. Desde allí un Uber nos llevó hasta el Casco Viejo en un traslado de aproximadamente veinte minutos. En la mañana temprano, como casi en toda ciudad grande, el tránsito era tranquilo. La congestión en el centro panameño usualmente se pone más pesada promediando la mañana, dato a tener en cuenta a la hora de moverse en las horas picos.
Más aún era muy temprano, por lo que la primera impresión del antiguo barrio fue de pura tranquilidad, muy diferente al ambiente vivaz de sus calles durante las siguientes horas del día.
Para la primera noche, optamos por alojarnos en La Compañía, el soberbio hotel de la cadena Hyatt que se autodefine como “el gran museo viviente de la ciudad”. Es que allí funcionaba la Compañía de Jesús, hogar de los padres jesuitas durante su permanencia en el istmo, todo lo cual se aprecia en sus muros antiguos de ladrillos vistos, en detalles inconfundibles de siglos pasados que combinan sobresalientemente con la decoración contemporánea propuesta por el hotel.
Nos recibió Elías, un conserje amable y bien predispuesto a brindarnos información valiosa sobre la ciudad y sobre nuestro alojamiento.
Como era muy temprano aún, decidimos tomar el walking tour no sin antes probar el desayuno de excelente calidad de la cafetería de especialidad Unido. En una esquina emblemática, como cada arista del Casco Viejo, donde la arquitectura simbiótica entre lo colonial español y francés adquiere lo colorido propio de Centroamérica, funciona este café de expertos tostadores.
La propuesta de Javier, guía certificado, es realizar un recorrido en el que va relatando la intrigante historia de este país reciente. Arrancamos justo enfrente de la Catedral Santa María la Antigua, justo el día en el que se celebraba la fundación de la ciudad en su actual ubicación. Sucede que el originario asentamiento de Panamá, en una primera instancia, tuvo lugar más al sur, donde se conservan todavía sus ruinas, las que se pueden visitar.
A partir de allí, caminamos hacia la plaza Herrera. En ese momento Javier nos contó la parte de la historia relacionada con su división de Colombia y consecuente independencia. Es que como resabio del sueño de Bolívar, todo ese territorio centroamericano estaba unido bajo la gobernación de Colombia. Desde ese extremo del Casco Viejo algo del Chorillo se puede pispear, es uno de los barrios más picantes del país.
Continuamos por la avenida A hacia plaza Francia, haciendo un stop en las ruinas del Arco Chato. En la que fue la sede de los monjes dominicanos se conserva el icónico arco de piedra que, según la tradición, sirvió de justificativo para los franceses en su ferviente tarea de convencer a los americanos al tiempo de la “venta” del proyecto del canal. Nos contó que los americanos tenían la intención de concretar un proyecto similar pero en Nicaragua. En esos tiempos, la publicación de un sello postal con un volcán en erupción en tierra nicaragüense fue la clave para lograr que algo de todo lo invertido por los galos pueda ser recuperado mediante la “compra” hecha por los americanos, y así continuó la unión de los océanos en el istmo de Panamá.
A continuación, visitamos la plazoleta Carlos V en la que Javier nos relató la historia de la tribu caribeña. En su esquina, las mujeres de la comunidad Guna exhiben sus bellísimos productos a la venta. Se trata de un distintivo textil hecho sobre capas de tela bordada. Lo singular de la comunidad es que funciona como un matriarcado, lo que se notó en la corta y divertida interacción con Martina, la simpática vendedora dispuesta a regalar sonrisas y sacarse fotografías con los turistas.
Una vez en plaza Francia fue la hora del relato esperado sobre las razones por las que los franceses no pudieron concretar su magnífica empresa. Todo se debió a la traición del pequeño mosquito cuya picadura ocasionaba mortandad en los trabajadores galos. Se trataba de la peste de la fiebre amarilla, la que luego fue combatida por los americanos gracias al trabajo de investigación de un médico cubano, Carlos Finlay. Y así fue como ellos sí pudieron concretar el Canal de Panamá en el año 1914.
Ya era cerca del mediodía, por lo que el calor se hacía sentir. El sol caribeño no da tregua por lo que bajamos desandando la avenida A rumbo a las comodidades de La Compañía para hacer nuestro check in en el histórico hotel. El establecimiento –verdaderamente- es un museo con el lujo y confort de un cinco estrellas.
Luego de un pequeño descanso, disfrutamos de la pileta del hotel situada estratégicamente en la terraza con vista a las torres de la catedral hechas con incrustaciones de perlas que brillan al sol.
Ese fin de semana se festejaba el año nuevo chino, el inicio del año del conejo de agua, por lo que @tripticity_ no dudó en dirigirse hacia la plaza V Centenario para disfrutar la fiesta popular, perdiéndonos entre la multitud de locales que celebraban con música y cerveza, mientras recorríamos los puestos de venta, chiringuitos que ofrecían las especialidades asiáticas más exóticas.
De regreso al hotel, el rooftop Capella invitaba a disfrutar la brisa de la noche. Así fue que decidimos acompañar unos nachos con la característica cerveza Panamá, sentados en esa vistosa azotea en nuestra primera noche en la ciudad.
En la mañana aguardaba un soberbio desayuno en el restaurant insignia del hotel que funciona bajo el nombre Santuario.
Seguido de un nuevo chapuzón en la pileta con impactante panorámica, visitamos el Museo de la Mola. Pequeño pero muy completo, relata la historia de la comunidad Guna y de su arte textil. Luego nos dirigimos hacia El Guayacano, sobre la calle Primera Oeste, para hacernos de un auténtico sombrero Panamá. La historia cuenta que en realidad fue un obrero ecuatoriano quién le regaló su sombrero a Theodore Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, durante la construcción del Canal de Panamá, convirtiéndose en el icónico símbolo de elegancia panameño. Durante su visita, el líder americano no dejó de usarlo, convirtiéndolo para siempre en el afamado sombrero panamá, aunque la prenda sea originaria de las costas ecuatorianas.
Hay de distintas calidades. Para saber cuál comprar de la inmensa oferta, en caso de querer invertir unos dólares para hacerse del recuerdo más característico, se debe buscar manufactura ecuatoriana certificada, preferentemente de Montecristo, y autenticidad de uso exclusivo de paja toquilla, fibra natural que permite su modelado.
Luego de un último recorrido por el Paseo de las Bóvedas, hicimos el check in en Casa Arias, una opción de Airbnb bien ubicada en Casco Viejo, para luego partir rumbo al Causeway Amador. Se trata de un paseo costero que une tres pequeñas islas, el que fue construido con el material extraído de roca y tierra al tiempo de construcción del célebre canal. Era un domingo, por lo que muchos locales aprovechaban el buen clima para pasear por sus vías peatonales.
Hicimos una larga caminata hasta el Biomuseo para apreciar su arquitectura singular a cargo del genio de Frank Gehry. Para regresar a Casa Arias tomamos un Uber que decidió esquivar el embotellamiento dominical y atravesar el Chorrillo, entrada la nochecita de un domingo caluroso. Ello nos permitió conocer por dentro el barrio popular, en el que un militar por cuadra vigila atento ese típico aglomerado latinoamericano. Además de los grafitis que dan cuenta de la memoria viva de los muertos que se llevaron las bombas que recibió durante el conflicto del ex presidente Noriega con Estados Unidos, nos sorprendió la vida urbana desarrollada en sus veredas, en la que niños se bañaban en piletas de lona instaladas en la acera, o los vendedores ambulantes aún dispuestos a ofrecer el resabio de sus mercancías.
En la noche disfrutamos la brisa de la terraza de Casa Casco, un bien animado bar con música a cargo de DJ, y grandes vistas de la ciudad antigua, así como de los rascacielos panameños.
La jornada siguiente estuvo dedicada a las compras en el gran mall Albrook, haciendo sólo descansos para disfrutar de la comida chatarra de Taco Bell. En mis años de juventud, cuando viví en Estados Unidos, tacos y burritos se convirtieron para siempre en mis preferidos, razón por la cual en cada ciudad que encuentro un local de la cadena aprovecho para darme una panzada de fast food mexicano recordando esos tiempos. Otro stop, un poco más gourmet, fue para disfrutar de un riquísimo helado de Häagen-Dazs.
Esos días en Panamá tenían por justificativo, además de un descanso en la bella ciudad del Pacífico, tomar un crucero por el sur del Caribe, cuyo principal atractivo era justamente el cruce del canal. Sin embargo, habiendo vivido la experiencia de la visita a las esclusas de Miraflores quería que el señor @tripticity_ las conociera. Sucede que no en cualquier horario se pueden ver los barcos pasar, solo muy temprano en la mañana o luego en la siesta cuando está ese plus además de la propia visita al centro. En otros horarios directamente no atraviesan barcos y la experiencia puede resultar aburrida.
En la mañana bien temprano de la jornada siguiente intentamos sin fortuna esa visita, ya que al llegar –apenas pasadas las ocho de la mañana- al centro de visitantes, toda vez que recién abre sus puertas a esa hora, nos confirmaron que el último barco había pasado y el próximo lo haría después de las dos de la tarde. Valga este comentario para quien quiera asegurarse una visita con vista: el mejor horario es el de la siesta. En nuestro caso, la experiencia del cruce la concretamos en el crucero que tomamos, lo que nos aseguró la más exclusiva apreciación del funcionamiento de esta magnánima obra del genio humano, todo el trabajo de las esclusas y los colosales buques atravesándolas. En el centro de visitantes, de las tres terrazas solo una estaba habilitada, por lo que el primer piso estaba atestado de gente sin ninguna protección a los rayos del sol.
El canal se inauguró el 15 agosto de 1914 y su operatividad sólo se detuvo dos veces, en ocasión de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Su expansión tuvo lugar en el año 2016.
Luego de ello hicimos el check in en Sofitel Legend Casco Viejo, para nuestras dos últimas noches en la ciudad. La decisión de moverse de hotel en hotel no es del todo cómoda pero nos garantiza conocer las diferentes variantes locales de alojamiento.
Las instalaciones son de súper lujo, además tiene una ubicación estratégica justo frente a la Cinta Costera Tres. Un diseño contemporáneo con detalles típicos, propias del “arte de vivir francés” que combinan con la exuberante vegetación caribeña, logrando una perfecta composición propia de un cinco estrellas. Ahora bien, una aclaración: el servicio requiere de cierto pulido. Es que el establecimiento se encontraba recientemente inaugurado, pero resulta inadmisible que en una reserva con desayuno incluido, luego resulte poco claro lo “incluido” y lo que no está, atento a que la versión propuesta no es buffet sino a la carta, como tampoco que el mozo de su restaurant pida la propina en cash, y menos incluso la falta de agua atento a un supuesto corte del suministro generalizado.
Mas @tripticity_ se queda con esos soñados atardeceres mirando el skyline panameño de grandes y altos rascacielos, mientras la marea subía, en la privacidad de su balcón, así como la magnífica colección privada de arte que exhibe el hotel, de las mayores en Panamá, que incluye fotografías inéditas de la construcción del canal, del histórico Club Unión, exclusivo de caballeros, que funcionó en ese emblemático edificio y de su bello estilo francés. En él tuvieron lugar recepciones notables en homenaje a célebres visitas como la de la Reina Isabel o de Theodore Roosevelt. De hecho, algunas de las obras que cuelgan en sus galerías se encontraban –otrora- en el vecino Museo del Canal. También destaca, en la recepción, una réplica del mapa de la ruta del canal del año 1912, idéntica a la que se exhibe en el Museo del Canal Interoceánico. Resulta también sobresaliente la ubicación estratégica del hotel, en una pequeña caleta.
Luego de disfrutar la piscina con vista del Pacífico, caminamos hacia el Mercado de Mariscos. Para nuestra fortuna, ni bien ingresamos, se largó el típico chaparrón del Caribe, para cuando ya nos encontrábamos disfrutando de nuestro banquete de mar. Primero visitamos los puestos de venta de pescado fresco, para luego tomar una mesa en uno de los puestos populares del mercado. Optamos por Alison, para disfrutar de un filete de corvina con mariscos, patacones y yuca, acompañado de heladas y numerosas cervezas Balboa.
El atardecer desde el balcón de la suite, con la mejor vista del skyline de la ciudad, fue de lo mejor del hotel.
A la tarde allí se ofrece un cortísimo tour de historia por su recepción, tanto para sus huéspedes como para turistas. A las seis de la tarde, se presenta el baile típico panameño en su bella terraza; un pequeño show folclórico.
En la noche, optamos por probar la propuesta gastronómica del hotel, en su versión informal, también en la terraza.
El desayuno de la mañana fue a la carta. Toda vez que de conformidad con nuestra reserva venía incluido, fue otra vez un tanto tedioso lidiar con la falta de información y –además- la bollería no fue para nada memorable, considerando especialmente el sello francés de la cadena. Ni cerca ni comparable con la colosal variedad y sabor del desayuno de La Compañía.
El día estaba súper soleado, por lo que invitaba a disfrutar de la vista desde la pileta a la Cinta Costera Tres, al Pacífico y a las aves que no pararon de bailar en busca de alimento tras el vaivén de la marea.
Cuando caía la noche, nos aprestamos a tomar un trago en el exótico y genial bar Element, de estilo steam punk. El barman, Robert, nos recibió con gusto y procedió a contarnos un poco sobre el lugar. Está inspirado en la obra literaria de Julio Verne, sobre todo en la icónica Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino. El establecimiento no cuenta con carta, sino que en función de la charla con el especialista a cargo de la barra, se define el trago. Él es el responsable de presentar los cocktails únicos. La variedad de etiquetas se ve potenciada por la singular colección de maceraciones preparadas en casa y por la cantidad de rones y whiskies de los lugares más diversos, como el famoso Hibiki. En el viaje de @tripticity_ a Japón, logré encontrar una botella de la valiosa etiqueta, que en ese tiempo estaba en falta en toda la isla nipona, para regalarle al señor @tripticity_.
Esa noche degustamos, por una parte, una versión a base de bourbon, un Makers con sirope de manzana, estrella de anís y canela, más un toque de anís y prosecco; y por el otra, un gin tonic a base de Tanqueray Sevilla, con zumo natural de maracuyá, sirope y toronja deshidratada. También probamos una cerveza de jengibre sin alcohol y pudimos oler, bajo las bolsas de protección, el Fin de Mundo, un blend hecho de los picantes más potentes del mundo.
Luego nos dirigimos a Casa Catedral para nuestra última cena donde degustamos unos tacos de camarones y un sabroso pulpo acompañado con arroz.
En la mañana, luego del desayuno, debimos partir hacia Colón, la caótica y típica ciudad centroamericana del lado del Caribe, universalmente conocida por su zona franca, para tomar el crucero por el sur del Caribe. La opción más conveniente para el viaje desde la ciudad de Panamá hasta el puerto de ingreso al canal desde el Caribe es Uber, que funciona muy bien, a mejores precios que el ofertado por los taxis tradicionales.
Y así nos despedimos de Panamá, encantados con su historia, con su gente y su skyline.