Mendoza
Semana de bodegas, alta gastronomía y relax en Mendoza
Algunos favoritos y otros no tanto
La provincia cuyana es la meca para quien busca tanto el enoturismo como el deleite gastronómico. Para los amantes del arte, en esta crónica relatamos la propuesta cultural que disfrutamos en un viaje anterior por Mendoza.
La oferta de etiquetas que se producen en su suelo, de bodegas de todo tipo y de grandes restaurantes es enorme, por eso resulta muy difícil definir qué visitar. Existen más de mil quinientas bodegas en la provincia.
La historia cuenta que fue Nicolás Catena Zapata quien posicionó al Malbec argentino en una feria internacional de vinos, cuando la hegemonía de los chilenos y australianos resultaba difícil de vencer. Pues él decidió pedir un alto precio por su vino fruto de los viñedos plantados por su abuelo Nicola a fines del siglo pasado. Y así, el vino argentino fue para siempre sinónimo de vino de alta gama y el Malbec su insignia.
Por todo eso, al planificar este viaje, decidimos dedicar una semana entera a la experiencia Mendoza, es decir, enoturismo y gastronomía. Y fue un error: nos resultó un exceso.
Para empezar casi todas las propuestas de las bodegas son de almuerzo antes que de cena, y encima se trata de carta de pasos, lo cual requiere de un estómago a prueba de atracones, máxime si antes del banquete, como es costumbre, se sucede una o dos degustaciones de vinos.
Al ser Mendoza un destino que se posicionó fuerte en el segmento de turismo de lujo extranjero, en especial de Brasil, los visitantes están prestos a pagar sobreprecios. Ello genera que los costos de las experiencias, de los alojamientos en bodegas e, incluso, de las cartas de los restaurants sean usualmente muy desmedidos. Y ni hablar a la hora de comprar alguna botella de las codiciadas, los precios en propia casa son apenas seductores.
Sin dudas un mérito digno de ser reconocido para Mendoza… pero a tener especialmente en cuenta si se quiere hacer visitas, degustaciones y almuerzos en bodegas.
Arrancamos por la ciudad, optando por el conveniente alojamiento ofrecido por Plaza Italia Bed and Breakfast. Son cinco habitaciones en una inmejorable ubicación, en una casa antigua con las comodidades necesarias para una estancia sin mayores pretensiones. Al llegar nos recibió la exquisita Mercedes, nuestra anfitriona. Con sus ochenta años, la vitalidad intacta y la cordialidad de la experiencia, se tomó todo el tiempo necesario para brindarnos la información sobre la ciudad que quería compartir con nosotros, permitiéndose hacer recomendaciones e indicándonos qué evitar.
Para entonces sabíamos que nuestros planes iniciales se habían modificado, pues no había otra alternativa más que honrar sus consejos. Nos dirigimos entonces por la principal avenida Belgrano hasta Juan B. Justo, rumbo a Anna Bistró. Ordenamos un crostón con panceta crujiente, palta y huevo de perfecta cocción. También compartimos un gazpacho con tapenade. Como todo en Mendoza, se sirve con un ultra virgen aceite de oliva que acompaña cada plato. Nos ubicamos en la galería, junto a un jardín tupido y floreado, confirmando cuánto se valora en esta ciudad, asentada en un desierto, el verde y la vegetación. Para el postre, probamos un helado de pistacho entre dos tapas de macarrón.
De regreso al B&B descansamos y retomamos energías para la cita que teníamos para esa tarde.
La artista plástica Verónica Valenti nos había invitado a su taller con una propuesta sensorial que no entendíamos del todo pero sí sabíamos que queríamos conocer. Así fue que nos dirigimos hasta Godoy Cruz. Al llegar, el portón de ingreso se abrió y, una vez en el interior, Verónica -desde adentro y manteniendo lo incógnito- nos indicó que siguiéramos las instrucciones. Pasamos por una cortina de colores e ingresamos al jardín. Dos copas de malbec nos esperaban para dar inicio al mundo de la artista.
Precisas y concretas pautas en cartelitos ubicados en ese verde jardín -con una magnífica colección de suculentas- fuimos siguiendo, reparando especialmente en las esculturas en metal de animales. Lo singular sin duda fue la expresividad de esos seres hechos de frío latón. El favorito de @tripticity_ fue el caracol de Pata Luján Williams, de nombre “Ni lento, Ni perezoso”. Luego de visitar el atelier, donde Verónica produce su obra, subimos para ingresar a la galería en la que la artista invita al visitante no sólo a descubrir su obra sino a generar un singular diálogo con ella y con uno mismo. Es un espacio de serenidad, de belleza, de color. En el centro, un xilófono invitaba a tocarlo, lo que no dudamos en hacer. Las ondas y vibraciones que genera completaron ese especial ambiente que la artista prepara para esa fiesta sensorial entre sus obras y quien las contempla. La propuesta de Verónica es única pues el observador es el protagonista de la proposición, pudiendo incluso nombrar a cada cuadro según sus emociones o impresiones. @tripticity_ valora la creatividad con la que la artista sorprende pues no se trata de exhibir su trabajo sino de permitir al visitante un momento de disfrute, salirse de lo habitual, darle un mimo a la sensibilidad, tanto al sumergirse en sus obras como en el hábitat distintivo que creó en su casa. En sus piezas destaca el color, vibrante por momentos, aunque también resonando los tonos tierra y cálidos. Una relativa abstracción pues en casi todos algún dato de la realidad genera la principal atracción, sea un pájaro, un niño con expresión de pérdida, un pez o una montaña, entremedio de un paisaje de manchas en el que los colores adquieren relevancia.
Continuamos disfrutando la copa de excelente vino de cortesía mientras cada vez más nos animábamos a percibir la vibración del xilófono, adquiriendo confianza en ese entorno, ya no tan desconocido y disfrutando aquello que creemos la artista quiere regalar: un espacio de conexión, de silencio, de extrema comunión con uno mismo. Al salir, nos atrevimos a interrumpir la armonía de Verónica, pues queríamos mirarla a sus ojos y -con profunda sinceridad- decirle gracias, pues no es usual encontrar espacios o momentos como el que ella creó y nos brindó. @tripticity_ ama el arte, lo disfruta, pero cuánto más cuando se trata de estas propuestas auténticas de vanguardia.
De regreso al centro el diálogo giró en torno a eso, en cuánto hacía que no nos sorprendíamos como con la propuesta de Verónica y cuánto nos alegraba esa invitación diferente como la de ella.
En la noche teníamos reserva en Fuente y Fonda, una cantina que se aventura en la comida casera, bien casera, con recetas de las clásicas argentinas como el pastel de papas, la milanesa o la pasta de la abuela. Como casi todo en Mendoza, la reserva es indispensable pues la mayoría de las veces hay invasión de comensales extranjeros.
El lugar es simpático, la deco se nutre de objetos sesentosos y setentosos de la vida cotidiana.
La carta de vinos se presenta en una carpeta como de colegio, con hojas Estrada, bien divertida.
Los platos se dividen en entradas y fuentes, estas últimas son para compartir e incluyen dos postres, lo cual convierte a este restaurant en un favorito en términos de relación precio calidad. Muy accesible y muy rica comida.
Elegimos los malhechos (malfatti) con tuco, crema y albóndigas de carne. La bandeja de losa bien gratinada al horno fue una delicia. Comida sana, bien de la casa y muy generosa. Lo acompañamos con El Relator, un vino de Fernando Gabrielli en homenaje, cómo no, a su abuelo, relator de carreras de caballo.
Para el postre elegimos el clásico flan con dulce de leche y la manzana asada con crema.
Así finalizamos ese primer banquete mendocino, repletos, listos para disfrutar de la comodidad de nuestro alojamiento, pegado al restaurante.
En la mañana luego del desayuno finalmente conocimos a Hugo Laricchia.
Supimos de él por Twitter, en esas búsquedas que sólo el señor @tripticity_ sabe hacer al organizar un viaje. Como unos siete meses antes nos habíamos contactado. Él, bien mendocino, promete entender las preferencias del viajero para asistirlo en la organización y luego ser el chofer en los recorridos. Quizás porque con nosotros su tarea previa no fue tan exhaustiva, no logramos sentir sobre la marcha esa comprensión de los gustos que había sido prometida. En pocas palabras nos resultó demasiado caro, aunque es una buena opción para quien no tenga ganas de investigar mucho previo al viaje por Mendoza.
@tripticity_ quería combinar buena gastronomía, conocimiento de vinos de autor, no necesariamente las grandes bodegas, aunque un poco también aquellas que muestran arquitectura de vanguardia, todo ello combinado con un poco de arte que cada vez más se conecta con el mundo del vino, generando una interacción que vale celebrar.
Después de esos largos meses de mensajes, evaluaciones y charlas, conocimos a Hugo, quien propugna hasta la separación de Mendoza, un brexit basado en una convicción sobre el potencial de su provincia. Directo, sin vueltas ni almíbar, Hugo respondió nuestras consultas durante el viaje sobre el mundo del vino y la cocina. Pero vale reiterar, como casi todo en Mendoza, sus servicios son muy caros para un bolsillo normal.
Una opción más económica es contratar Uber Bodegas o su similar en Cabify, 100% legales, si se prefiere no manejar ni tomar tours masivos. Al respecto, otro dato. Él nos había confirmado que los controles de alcoholemia eran permanentes (tal como informa Google), más durante nuestra visita, siete días con un fin de semana largo, no pasamos por ninguno. ¿Regla o solo casualidad? No lo sabremos. De más está aclarar que en nada estamos a favor de manejar con alcohol en sangre.
La primera degustación que hicimos esa mañana de lunes fue en la bodega de espumantes Cruzat, ya una clásica por su método tradicional.
Primero recorrimos las instalaciones, situadas en Agrelo, mientras el guía nos iba relatando el proceso bien particular de manufactura. Luego bajamos a la cava donde mediante el método champenoise se logra el espumante. Al finalizar, presenciamos el proceso de extracción de las levaduras y colocación del corcho, inventado por la viuda de Clicquot (Veuve Chicquot) tras congelar el pico de la botella y lograr sacar las levaduras sin remanente alguno.
Para terminar, en la terraza, disfrutamos las burbujas de los Cruzat con una gran vista a los Andes.
Desde allí, Hugo nos llevó con prisa hasta Durigutti pues teníamos una reserva en Cinco Suelos, el restaurant ideado por la enorme Patricia Courtois, a quien tuvimos la oportunidad de conocer cuando visitamos Colomé, en la Provincia de Salta. Desde allí nos convertimos en sus fans para siempre.
La bodega Durigutti Winemakers abrió un restaurant de vanguardia en Las Compuertas. La carta elaborada por la chef es múltiple mas no por eso pierde la creatividad en cada propuesta, ni hablar del sabor de su cocina.
Ni bien llegamos nos convidaron la cortesía de la chef, unos bocaditos geniales de uva y roquefort, de tomatito cherry y crema de arvejas, una mini empanadita rellena de salame y una tostada con un paté alucinante.
El segundo convite fue la sopa de ajo en tacita presentada junto a una panera extraordinaria, a la que se sumó el aceite extra virgen de la casa.
Pero eso era recién el comienzo. Luego fue tiempo de la entrada. Por una parte, una humita en olla al estilo mendocino y, por el otro, un pejerrey marinado al vino blanco y liliáceas.
De principal optamos por el lomo en cruote, esto es el conocido como Wellington, con criolla de legumbres. Súper suaves, sutiles, acompañando el sabor de la carne. El señor @tripticity_ eligió el conejo de Las Compuertas al vino blanco con puré cremoso de papas y aceitunas. Descomunal, una fiesta de sabor.
Los dulces fueron pavlova de cítricos y praliné de cilantro y nueces, y panacota, con damascos y especias.
Acompañamos con un charbono de la finca, un vino salvaje, como lo describió Camila, la sommelier que nos asistió. Pero también probamos un albariño de España, Raíces del Miño de Vinos de Aldea, convidados por Patricia. Otro imperdible fue el aperitivo, un pedro ximénez con mucho hielo.
Saciado el sentido del gusto, del olfato, de la vista y del tacto, en ese almuerzo memorable, continuamos rumbo a otra exploración. Visitamos Hilbing & Franke, para una degustación de destilados premium.
Nos recibió Andrea, quien nos enseñó las instalaciones y nos invitó a subir al espacio que la familia armó para presentar su colección: tres variantes de su gin, el triple sec, la grapa y el brandy.
Además, nos dio una clase teórico-práctica de coctelería, enseñándonos a combinar estos destilados en distintas variantes de aperitivos y cócteles.
En eso se presentó Walter Hilbing, el hijo de Rolando y continuador de la empresa de manufactura de genuinos destilados. Nos explicó sobre las diferentes formas de obtener un destilado, las espirituosas y los aguardientes, relatando las dificultades y los desafíos que genera tanto como la satisfacción que la empresa familiar viene cosechando.
La jornada parecía no terminar jamás, fue un gran disfrute.
Luego de ese recorrido de sensaciones llegamos a Villa Mansa, nuestro alojamiento para esa noche. Dormimos en la suite con forma de cuba. No sólo la propuesta resultaba divertida, sino que tuvimos una increíble vista de los Andes. Además, la suite contaba con un hidromasaje que por supuesto probamos, para una noche de relax total. Un gran baño de espuma fue el preludio para un merecido descanso después de tanto contento.
En la mañana recién pudimos conocer las instalaciones de este hotel boutique de Luján de Cuyo, de excelente relación precio calidad. Luego de tomar el desayuno nos relajamos en sus jardines bien ambientados.
Al mediodía, teníamos una reserva en el restaurant de la bodega Vistalba, a cargo de Miguel Martín, cuya insignia La Jamonería conocimos en nuestro viaje a San Juan.
La arquitectura de bodega toscana se destaca por la suavidad de su tono pastel y las galerías que se esconden tras sus columnas. El clima invitaba a aprovechar esas recovas. Iniciamos con el “Paseo por el Mediterráneo”, una degustación Premium de los más destacados jamones de Italia (el Prosciutto Vismara, el Reserva Dolce, San Daniele, el del Val del Cinghio y el Parma) y luego los de España (el Reserva, el Duroc Raza Ibérica y el Ibérico Jabugo de Huelva). Delicados, de un sabor perfecto. Los jamones se presentan con pan de masa madre, tomate concassé y unas curiosas perlas moleculares de aceite de oliva.
Lo acompañamos con el espumante Progenie, Brut Nature, el que pasó a ser el preferido de @tripticity_ después de este viaje a Mendoza.
Los principales fueron unos langostinos jumbo al ajillo con polvo de pimentón español y un rotolo de espinaca con ricota, nueces y corazón de alcaucil.
Luego nos esperaba Entre Cielos, un hotel de diseño y vanguardia en la misma zona de Vistalba. El ingreso, por un jardín colorido y de estilo zen, fue el preludio de la estadía. Diseño, arte, elegancia tanto en su exterior como en las habitaciones e incluso en los pasillos que las conectan.
La decoración sobria de nuestra habitación, con un mapamundi en la cabecera, denotaba una moderna sofisticación.
Por la tarde, teníamos agendado un turno en el spa del hotel. Un auténtico hamam al estilo turco, pero con el sello de la casa de deco simple y actual. Un circuito por diferentes baños y salas de vapor, con el tradicional atuendo turco (el pestemal), el guante de seda (kese) y, por supuesto, el bowl para refrescar el cuerpo con agua fría mientras se disfruta del calor del hamam.
Tras los masajes, disfrutamos la copa de cortesía del blend de chardonnay y viognier en el bar con unas aceitunas corpulentas, lo que –increíblemente- nos abrió el apetito, por lo que decidimos hacer un tentempié con unas empanadas mendocinas (bien diferentes de las salteñas que estamos acostumbrados) y unas poderosas croquetas de jamón crudo, la excusa perfecta para probar la uva criolla en la propuesta de Don Graciano.
Tras un prolongado descanso, honramos el suntuoso desayuno propuesto por el hotel de lujo, brindando incluso con espumante.
Al día siguiente, nos esperaba una visita a Solo Contigo, una bodega boutique en The Vines, en el corazón de Valle de Uco. La singularidad del lugar se completa con la modernista arquitectura de esta casa-bodega del matrimonio canadiense Neelands, quienes confiaron su proyecto en el estudio Bórmida & Yanzón. Además, como amantes del arte, resolvieron que el nexo entre la casa y la bodega sea una sala de exposición de obras de artistas contemporáneos. El lugar es innovador y selecto. Definitivamente una bodega distinta.
Tras ello, nos aguardaba un soberbio almuerzo de pasos orquestado por el chef Santiago Orozco Russo en bodega DiamAndes. La fenomenal arquitectura del establecimiento -también a cargo de la dupla Bórmida & Yanzón- sobresale en Clos de los Siete, con los Andes de fondo y viñedos infinitos. Una escultura de un diamante emerge en su epicentro. Su restaurante ofrece una vista panorámica y su cava subterránea y circular alrededor del diamante es sorprendente.
El menú Grand Cru es el emblema de Diam’s, diseñado para resaltar los vinos de la bodega, en una secuencia de siete pasos, presentados por el colosal chef en persona.
Primero queso esbriet con zuchinis de la huerta sobre una brusqueta de focaccia. Seguida de una sopa de col colorado, tipo vichyssoise, del color del vino, con kale, con una croqueta de hongos de pinos de Potrerillos y polvo de picante. Una combinación perfecta que describía el otoño, la estación en la que el vino duerme. Una milhojas con crema de ciervo ahumado, una crema de avellanas y hongos de pinos y hummus de coliflor asado, acompañado de zanahorias baby cocida con manteca y desglaseado con café. El último entrante fue un jabalí ahumado con verduras de estación. Los principales fueron un chivo braseado con reducción de jugo de cocción abrigado con masa filo y cremoso de camote y demi glace de ciruelas y un filet con espuma de papas y salsa cremosa de perejil, con cubitos de criolla de frutos rojos, que daban una nota de acidez para acompañar la carne. El limpia paladar fue una granita de peras. El postre fue una feuilletine, un crocante de la pastelería francesa clásica, chocolate con crocante salado, mascarpone con confitura de zapallo inglés, en el medio un cremaux (como una crema bien sedosa) de chocolate 70% infusionado con cardamomo, clavo, cáscaras de naranja, acompañado de gel de flores de hibiscus y frambuesas al natural.
Puede sonar a muchos ingredientes la enumeración, pero ese mediodía fue un amoroso festín por la más alta y genuina gastronomía de autor.
La secuencia de vinos fue así: un rosado L’ Argentin de Malartic, un Viognier 2016, un Cabernet Sauvignon 2020, un inolvidable blend gran reserva de Malbec y Cabernet 2013 y el Malbec de la bodega en su versión 2019. Los vinos de alta gama se manufacturan bajo el concepto de estate bottled wines, esto es una producción de uvas propias en una específica parcela, para reflejar las características del terroir bien mineralizado del Valle de Uco.
El almuerzo fue, bien vale repetirlo, magistral. En un restaurant con una gran vista, con servicio comandado por el propio Santiago, un desfile de platos sabrosos como base para disfrutar el vino DiamAndes.
Luego de visitar la cava y la bodega, hicimos el check in en Alpasion, un wine lodge que prometía un descanso de lujo. Habíamos optado por el glamping con vista a los Andes y tina de madera en la terraza, recordando la increíble experiencia que tuvimos tiempo atrás al visitar Salinas Grandes, en la Provincia de Jujuy, cuando nos alojamos en Pristine Camps. Pero la variante mendocina no se acerca ni un poquito a la norteña. La casa, su living y biblioteca, sus patios y terrazas son bonitos, sí, pero a un precio que no se condice en nada con los servicios prestados.
Igual, como es costumbre para @tripticity_ rescatamos los amaneceres que disfrutamos gracias a la falta de cortina de nuestra carpa de lujo.
Al día siguiente nos esperaba otro almuerzo de paso en Clos de los Siete, esta vez en Monteviejo, una bodega de las grandes, con una imponente arquitectura. Una serie de gazpacho de frutilla y tomate y un mini roll de ternera braseada sobre sopa tibia de hojas verdes y árbol de papa, luego siguieron sorrentinos de ricota con pistachos y ojo de bife, cremoso de papa y crujiente de romero, terminando con pera infusionada con remolacha. Ciertamente el almuerzo estuvo rico y la bodega es majestuosa, pero no nos sorprendió. Además, el guía que acompaña la visita hizo demasiados comentarios personales y el restaurante, siendo que no estaba completo, resultaba muy ruidoso.
Sin duda, añoramos el almuerzo anterior.
Queríamos hacer una experiencia sunset, por eso, aun cuando las críticas no eran tan amigables, hicimos una reserva en Giménez Riili para su propuesta de tarde noche.
Nos tocó un día bastante nublado, pero más allá del clima, lo cierto es que no es nada memorable. Música, comida decente y un jardín con vista a algunos viñedos, sería el resumen más benévolo de la experiencia.
Esa noche un inusual temporal de media hora amenazó con volar nuestro glamping, que por suerte aguantó estoico las ráfagas violentas.
El destino quiso que el siguiente mediodía sí fuese otra vez notable. Para empezar pues en la mañana, luego de pasar por el Manzano histórico de Tunuyán, donde la tradición dice que descansó el General San Martín después de la campaña al Perú, nos dirigimos a Salentein para una gran cita con el arte en pleno Valle de Uco. Es que la bodega alberga una extraordinaria colección expuesta en el espacio Killka, tanto de arte argentino contemporáneo como holandés de los siglos XIX y XX. Obras de Seguí, de Polesello, de Gorriarena, entre otros grandes. Destaca la arquitectura del espacio como la de la conmovedora capilla de la Gratitud, enfrentada a unos doscientos metros lineales, y más atrás, la Posada.
Y luego un precioso momento al aire libre en Michelini i Mufatto Cantina, en Tupungato. En un jardín rodeado de viñedos, este restaurante para no más de treinta cubiertos diarios propone también un almuerzo de pasos bien auténtico, descontracturado, de recetas clásicas. La atención fue por demás excelente, la puesta en escena también, con mesitas básicas entre los verdes del entorno. Optamos por la degustación de los vinos jóvenes, la Cantina Chardonnay, Balsa de Piedra Semillón, Matorras Malbec y Balsa de Piedra Tinto. También probamos el Don José Matorras y el Michelini Mufatto de Gualtallary.
La recepción fue con una tostada de algarroba con una pasta de tomates secos, un pastel frito de calabaza y queso y la galleta de quinoa roja con crema de limón. Las entradas fueron unas mollejas al limón, con tomate macerado en costra criolla de la casa y pesto de rúcula, por una parte, y, por la otra, una cazuela de mariscos con tostón de choclo. Siguieron los principales, el doppi de cordero braseado y ricota con blend de quesos, aioli de frutos rojos y salsa de fondo de reducción y los ravioles de la Nona rellenos de carne y verdura con salsa de tomates. Deliciosos. Finalizamos con una mousse de chocolate, bizcocho de cacao y almendra y crumble de tomates secos y un bizcocho de coco con crema de jengibre y frutas frescas.
De allí, directo a un descanso en Rosell Boher Lodge en Alto Agrelo. Entre los viñedos del proyecto Dragonback Estate, el hotel cuenta con un restaurante galardonado, una cava subterránea y las casas de viñas. En nuestro caso, una completa y súper amplia villa con una cava privada en el subsuelo y una terraza mirando a los Andes.
En la noche, si bien después del gran almuerzo no había ni hambre, decidimos ordenar una degustación de pizzas con la sola excusa de poder pedirnos el Brut Nature de la bodega, elaborado -lógicamente- con el método tradicional, mientras disfrutamos un bonito atardecer.
En la mañana, el desayuno fue descomunal, con burbujas de la casa por supuesto.
Luego hicimos una muy corta visita a la olivícola Pasrai, que nos había recomendado Hugo, pero resultó repleta de turistas y aburrida, por lo que partimos directamente para la próxima cita en RJ Viñedos. Allí nos recibió una muy cordial Soledad, quien nos enseñó las antiguas instalaciones, remodeladas por Raúl Jofré, para su proyecto de vinos de autor, una manufactura de vinos junto a sus hijas, las que están presentes en las etiquetas y en las fotografías de la sala de degustación. Teníamos previsto hacer la degustación de vinos y chocolates, pero resultó que se habían quedado sin los chocolates. Nos quedamos con las ganas de la propuesta de RJ.
Nuestro último almuerzo en Mendoza auguraba alta gastronomía a cargo del chef irlandés Edward Holloway, en Casa Agostino. Justo frente a viñedos, decidimos optar por la terraza, si bien hacía calor, pues el interior resultaba, otra vez, muy ruidoso. La vista era bien bonita y nos aguardaba una secuencia de platos al estilo italiano.
Pero ese día falló la cocina por un problema de agua, por lo que si bien probamos todos los platos, no podemos decir que fue memorable. Encima no repararon en una específica indicación de restricción alimentaria. Igual, rescatamos la valía y profesionalismo del gerente Gabriel, quien se presentó y formuló sus disculpas, invitándonos a brindar con un vino de cortesía. Además, nos hicieron un upgrade en la habitación del hotel, ubicándonos en la superior. Esa última noche brindamos con un espumante de Agostino Estate mientras disfrutamos la picada de charcutería y quesos que nos hicieron llegar a nuestro cuarto, agradeciendo la experiencia vivida, quizás un tanto cansados del ajetreo de esos días, pero reconociendo el mérito de la provincia para posicionarse como capital internacional del vino y atraer turismo internacional dispuesto a disfrutar el enoturismo y su gastronomía.
¿Conclusión? Mendoza es un universo enoturístico demasiado grande y hay de todo. Y eso implica necesariamente hallazgos y desilusiones. Éstas quizás potenciadas por los precios muy por encima de la media nacional, más que otros tantos destinos realmente de lujo en la Argentina que tuvimos la suerte de conocer, como nuestros hallazgos en Ushuaia o en Iguazú. Conocer y también comparar, recordar, elegir, siguiendo mejor siempre el propio camino.
Al fin de cuentas esa es la lección primera de todo aquel que se jacte de ser viajero.