Sofía
Bellísima y ruda
Datos a tener en cuenta antes de compartir nuestra experiencia en la hermosa Sofia.
Bulgaria estuvo cinco siglos dominada por los otomanos, luego fue liberada por los rusos. En la posguerra fue parte del bloque comunista. Su capital, Sofía, es de las más antiguas de Europa, pues data del año 800 AC.
La mayoría de su población es católica ortodoxa, pero existe una fuerte mezcla de creencias. De hecho, fue centro de milenarias pujas cristianas, otomanas, rusas y soviéticas.
Ya al aterrizar en el vuelo de Ryan Air desde Zagreb, advertimos el atraso que le generó el comunismo.
No funcionaba aun Uber, por lo que hubo que negociar con el taxista. Como en casi todo puerto de arribo, los taxis no brindaban mucha sensación de seguridad. Acordamos con el musculoso chofer que el precio sería el que marque el medidor. Pero al llegar al hotel se generó una situación confusa entre el precio del viaje en euro y en levas, la moneda local, que no pasó a mayores y lo resolvimos rápidamente. Pero lo tomamos como una clara señal de que debíamos prestar atención y estar más alertas.
La cosa se complica un poco teniendo en cuenta que allí rige el alfabeto cirílico, por lo que la comprensión resulta un tanto intrincada.
Ahora, al ingresar al Balkan Palace reinó una sensación de placer. Primero pues fue la atenta recepcionista Anastasya quien nos dio la bienvenida brindándonos un upgrade y un early check in, por lo que pudimos refrescarnos en la bonita habitación. El alojamiento, un palacio del año 1956, es un canto a la decoración con influencia soviética.
La estratégica ubicación del hotel nos permitía conocer las principales atracciones a pie.
Es que en un radio de doscientos metros se encuentran una iglesia católica ortodoxa, una catedral apostólica romana, una mezquita, una sinagoga, las impresionantes ruinas romanas y el boulevard mas importante de la ciudad.
Empezamos por la pequeña Iglesia de San Jorge, Sveti Georgi; un templo del siglo IV, construido en tiempos de Constantino. Durante la dominación otomana fue mezquita. En su interior hay frescos antiquísimos, con el típico Pantocrator.
Luego entramos en la Catedral de Sveta-Nedelya, del Domingo Sagrado, una de las catedrales ortodoxas de la ciudad.
En la esquina se erige la Estatua de Sofía, confundida con Santa Sofía, pero en rigor representa la sabiduría de la ciudad habitada por tracios, romanos, bizantinos, eslavos, rusos y búlgaros. La estatua reemplazó a una escultura derribada de Lenin.
Continuamos rumbo a la Mezquita Banya Bashi, de mediados del siglo XVI. Por supuesto se ingresa sin calzado y con la cabeza cubierta. El nombre significa “Muchos Baños”, por los baños termales que existen en esta zona de la ciudad.
Justo enfrente el Mercado Central, hoy convertido en un moderno supermercado. Compramos unas bebidas refrescantes y fue allí cuando recordamos aquello que ya habíamos leído. La cajera nos respondió moviendo la cabeza de lado a lado, que en nuestra cultura significa un “no”, mas en Bulgaria es a la inversa, esto es un ‘sí” y el “no” es el movimiento de arriba hacia abajo.
Por no usar la app de traducción compramos una Coca Cola saborizada de cereza, creyendo que era una Zero, junto a unos revitalizantes pistachos.
Pasamos por la sinagoga de la ciudad, la tercera más grande de Europa, y luego por el extraordinario Museo de Historia Regional. El edificio se levanta en la zona de baños públicos, a los que reemplazó. A la derecha de la entrada se encuentran las fuentes termales de agua hirviente. Los locales la recolectan en bidones.
Continuamos hacia la iglesia Rusa de San Nicolás el Milagroso, en homenaje al Zar Nicolás II por la liberación de los otomanos. Fue construida en 1914 sobre las ruinas de una mezquita.
Otro imperdible que pasa un tanto desapercibido por su cercanía a la inmensa catedral de Alexander Nevsky es la Iglesia de Hagia Sofía, Santa Sofía. Fue reconstruida según planos del emperador Justiniano en el siglo VI. Afuera se encuentra el Monumento al Soldado Desconocido de la Primera Guerra Mundial.
Y terminamos el recorrido en la imponente Catedral de Alexander Nevsky, principal símbolo de la ciudad, sede del Patriarcado Ortodoxo de Bulgaria. Tiene capacidad para diez mil fieles. Se empezó a construir tras la liberación de los turcos, con materiales traídos de Munich, Moscú, Viena y Venecia. En efecto, honra a los heroicos rusos que liberaron esta preciosa ciudad de los turcos.
La cúpula central de cuarenta y cinco metros de diámetro es de un fino revestimiento de oro.
Regresando al hotel pasamos por otro imponente edificio, el Vazov, teatro nacional que lleva el nombre del famoso escritor local.
Con la ayuda del conserje habíamos logrado una reserva para cenar esa noche en el bien popular restaurant Shtastlivetsa en Vitoshka para deleitarnos con la cocina búlgara.
Ordenamos unos pimientos verdes rellenos con carne, queso y lentejas con una crema de yogurt, que nos recordaron al locoto relleno del Cuzco, y un queso grillado a la sartén con aceite de trufas. Lo acompañamos con un fresco vino rosado de Bulgaria. Lo mejor fue el dulce, un kunefe dolma con pistacho, una masa hojaldrada deliciosa.
Al día siguiente teníamos previsto conocer el Monasterio de Rila y la Iglesia Bayona, atracciones imperdibles para quien pase por la capital búlgara.
Al regreso, aprovechamos el sol, y fuimos por unos tragos en The Scene Rooftop del hotel Hyatt Regency. Inolvidable fizz de whisky, bourbon y almendra, tanto como la vista a la ciudad y especialmente a la catedral de Alexander Netvsky, especialmente a sus bellas cúpulas de oro.
Cerca del hotel hicimos un paseo por las atracciones que habíamos visitado el día anterior, maravillándonos por tanta belleza.
Es que Sofia es fascinante y polifacética. Si bien conserva sus edificios de típica arquitectura stalinista, de líneas duras y rígidas, bien comunista, se entremezcla con la belleza de las construcciones de las iglesias ortodoxas o la majestuosidad de su Teatro Nacional. Al mismo tiempo, caminar por la icónica peatonal Vitoshka, con sus tiendas de marcas locales, sin cadenas occidentales, se siente ese aire tranquilo de la ciudad pero bien de Europa del este. Además, la mezcla de religiones se percibe en sus barrios.
Es inevitable no recordar la mala fama que tiene en cuanto a inseguridad, pero lo cierto es que no pasamos ni vimos ninguna situación desagradable.
Lo que resalta por supuesto es su arte bizantino, que inspiró a los grandes maestros del cristianismo romano.
Nos habíamos quedado tan fascinados con la gastronomía, esa perfecta mixtura entre lo mediterráneo y lo turco, que decidimos reservar mesa en Космос Космос, el restaurant Cosmos, de cocina búlgara de autor. Un cerdo con una papa en su costra y una carne con menta y espinacas. Exquisito.
La hora del dulce no quedó atrás. En el desayuno ya habíamos probado la tradicional banitsa, una masa rellena con queso, pero en Cosmos era una reversión moderna de la banitsa con yogur y rosas y helado de boza, una bebida hecha a base de fermento de pan y agua. Sabores diferentes y bien locales. Todo por supuesto con un rosé de pinot noir búlgaro. Y lo mejor, a precios mucho más asequibles que en el resto de Europa.
Así brindando, como ya es costumbre para @tripticity_ nos despedíamos de la fascinante capital en extremo nostálgico.
Pero a la mañana siguiente, antes del vuelo a Belgrado, nos dejamos perder una vez más por su gran boulevar e incluso conocimos El Piso Rojo, The Red Flat, un departamento que conserva el mobiliario y los objetos propios de la época del régimen comunista y se convirtió, hoy, en una especie de pequeño museo. Lo interesante es que no se trata solo de una recopilación de objetos antiguos, sino que la audioguía incluye la historia de la familia que allí vivió. Hasta el olor a viejo se siente en el pequeño apartamento del segundo piso.
Fue la mejor manera de coronar nuestra visita a Sofia. Ya nos sentíamos familiarizados con la ciudad por lo que no dudamos en tomar el metro que nos llevó sin dificultad hasta el Sofia Airport, pagando incluso con contact less del teléfono, en menos de media hora.