Belgrado

Enérgica y radiante

Llegamos a la capital de Serbia en un vuelo corto desde Sofia. La aerolínea de bandera, Air Serbia, resultó muy buena y puntual.

El viaje en Uber desde el moderno aeropuerto hasta el hotel nos resultó bien simbólico de lo que sería nuestra visita a esta reconstruida capital de Europa del este, bien vital y nacionalista. De hecho, toda la autopista estaba repleta de banderas y simbología propia. Su nacionalismo se comprende en su intrincada historia de guerras, las que datan hasta hace un par de décadas. Quizás eso los hace tan vitales y llenos de energía. Sus mujeres lucen despampanantes y sus hombres tallados muestran sus cuerpos bien atléticos. No creemos que esa se deba a que la visitamos justo en un fin de semana de pleno verano. Pero sin dudas la notamos mucho más activa y avanzada que otras capitales del oriente europeo, como Bucarest o Sofia e, incluso, la misma Zagreb, capital del país con el que tanto disputaron.

Nos resultó incluso muy elegante, con edificios distinguidos que le quedaron de la época de la ocupación comunista rusa, tal el caso de nuestro alojamiento, el hotel Moskva.

Además, nos resultó bien adelantada, quizás por esa primera impresión que genera un aeropuerto moderno y bien conectado. La importancia de un buen acceso...

Si bien se nota su súper nacionalismo también los encontramos abiertos, dispuestos a guiar al turista. Además particularmente sin rencor al argentino, país que ayudó a su rival Croacia en la guerra de los Balcanes.

“Kosovo is Serbia” es el primer cartel que se lee apenas saliendo del aeropuerto; “el único genocidio fue contra Serbia”, aseveraba otra gran pancarta en la céntrica plaza de la República.

La República de Serbia fue un reino independiente, fue parte del imperio otomano, del Reino de Yugoslavia y posterior de la República, disolviéndose con la sangrienta guerra de los Balcanes. En su historia se la conoce por el dictador Josep Tito y por Slobodan Milosevic, el Carnicero, muerto en La Haya durante su enjuiciamiento.

En la actualidad mantiene conflicto con Kosovo, de etnia albanesa, a la que considera su provincia. Entre sus celebridades se destacan el excéntrico Nikola Tesla, descubridor de la corriente alterna (radio, rayos x, etc.), y el tenista Novak Djokovic.

Su capital, Belgrado, es la Ciudad Blanca. La ciudad que supo reconstruirse sobre sus escombros, de ahí que sea -muchas veces- ignorada por los turistas por sus supuestos pocos atractivos. Fue quemada y arrasada por los otomanos, en el 1500, con constantes insurrecciones hasta la reconquista serbia, que la demolió otra vez. Bombardeada en la Primera y Segunda Guerra Mundial, y en el 99 por la OTAN, respira paz desde entonces. No forma parte aun de la Unión Europea, y es quizá la ciudad con más vida nocturna del continente.

Su moneda es el dinar serbio, pero en visitas cortas como la nuestra, no hubo necesidad de cambiar divisas ya que en todos lados aceptan tarjetas de crédito, incluso con contact less.

Al salir del aeropuerto, activamos la app Yandex Go, que ya la teníamos bajada en los teléfonos, y pedimos el auto. Una especie de Uber. El conductor supo contactarse con nosotros en un muy decente inglés durante el viaje, mostrando su orgullo nacional.

Llegamos a la zona de Terazije Stari Divor, para hacer check in en el célebre Moskva Hotel. Un gran establecimiento del año 1906, cuyo nombre honra los capitales rusos que le dieron construcción. Es uno de los edificios más bellos de Belgrado, con gran vista al río Sava y a Novi Beograd, cercano a otros dos hoteles tradicionales (el Balkan y Kasina). En otros tiempos fue sede de la Gestapo, la policía secreta nazi que con su retirada lo saqueó todo, cuadros, muebles, vajilla. Luego con la reconstrucción, el hotel y su famoso restaurant fueron centro de la elite cultural.

Tuvimos asignada una habitación de dos plantas con vistas al río, pero bien pronto nos alistamos para salir a pasear y aprovechar el corto tiempo que teníamos en la ciudad.

Iniciamos por la Plaza Terazije, frente al hotel.

Pasamos por el Palacio Albania, el primer rascacielos del país del año 1940, luego por el Teatro Terazije. Nos llegamos hasta el hotel Square 9, del genial arquitecto Isay Weinfeld. Habíamos parado en Brasilia en el hotel B, también de su diseño, por lo que queríamos conocer su obra en la capital Serbia.

Caminamos cerca de menos de media hora por Kneza Mihaila para llegar a ver el sunset en Pobednik. El Kalemegdan significa la fortaleza del campo de batalla. El pulcro parque se encontraba lleno de serbios que aprovechaban el buen clima del fin de semana. En el mismo parque se encuentra la antigua fortaleza, que ofrece muy buenos miradores.

Especialmente en la zona donde se encuentra la escultura Pobednik, el Vencedor, la que con una paloma y una espada recuerda las victorias serbias contra los turcos y el imperio austrohúngaro en la Primera Guerra Mundial. El mirador ofrece una panorámica de la confluencia del Sava (el río más largo de los Balcanes) y el Danubio (el segundo más largo de Europa, que la conecta con el mar).

Regresamos por la calle Knez Mihailova, una peatonal con mucha vida nocturna, hasta la Plaza de la República.

En el restaurante Tchaikovsky del hotel, todo un clásico de la ciudad, degustamos el Moskva Snit, famoso pastel de frutas y su café turco en džezva.

Al día siguiente, luego de un gran desayuno, caminamos por las calles Kraljice Natalije y Nemanjina rumbo a las ruinas del Ministerio de Defensa, tras el bombardeo de la OTAN en 1999.

Resulta escalofriante caminar por la manzana del Estado Mayor Conjunto, donde las autoridades han dejado ex profeso las ruinas del viejo edificio del Ministerio de Defensa.

Otra caminata nos condujo hacia el gigantesco Templo de San Sava, una de las principales iglesias ortodoxas del mundo. Se encuentra en construcción desde 1935. Su nombre se debe al primer arzobispo de Serbia del año 1200. En la cúpula interior, luce el típico Cristo Pantocrátor, bien ortodoxo.

Al pasar por la Iglesia de San Marcos, también ortodoxa y reconstruida tras la destrucción nazi en 1941, nos dimos con la llegada de unos novios. Nos quedamos allí encantados con la escena de músicos tocando a los enamorados, ella una Barbie con un vestido bien sugestivo y él un enorme serbio musculoso que daba miedo.

Tras el descanso nos dirigimos hacia el Museo Nacional, sobre la Plaza de la República. Era domingo, por lo que su ingreso era gratuito. Tras la bien interesante visita, rumbeamos al barrio Skadarlija, bien bohemio y gastronómico, tras una corta caminata de unos diez minutos.

Desde allí, nos tentamos con conocer la zona de moda, Silosi.

Bien portuaria, al ingresar, en medio de esa desolación nos recordamos mutuamente que de no ser por estar en Europa tamaña hazaña sería impensable. Pero la verdad, no se sintió absolutamente nada de inseguridad, en ningún momento. Por el contrario, cuando llegamos ese atardecer de domingo nos sorprendió la movida del lugar. Se tratan de viejos silos intervenidos por artistas con extraordinarios murales. Hay bares, street food y hasta un centro cultural que entonces ofrecía una completa muestra sobre la historia de las Olimpiadas. Personas de todas las edades, bailando, disfrutando de tragos y contemplando el atardecer con la extraordinaria vista al río.

La cena la tomamos en un restaurant del Skadarlija, donde degustamos la mejor hamburguesa del mundo según el señor @tripticity_, llamada pljeskavica, acompañada de un pan tradicional relleno con queso y rociado de semillas de sésamo. Es sin dudas el plato nacional por excelencia.

De regreso en el hotel Moskva, aprovechamos su completo spa, con diferentes circuitos de aguas, antes de dormir.

Al día siguiente, repetimos la sesión de aguas antes de tomar un Yandex Go rumbo al modernísimo aeropuerto, nos esperaba un vuelo a Bucarest.

Coincidimos en cuánto nos había sorprendido la ciudad y en lo bien que lo habíamos pasado, a pesar de las largas caminatas por sus grandes avenidas.