Río de Janeiro
Alegría contagiosa y maravillosos paisajes
Decidimos que para celebrar mi cumpleaños nos regalábamos un viaje a Río de Janeiro, el por siempre icónico destino de Brasil.
Habíamos comprado un paquete por Despegar, cayendo en la tentación del buen precio. Grave error. La empresa ofrece una pésima atención al cliente y ante un problema no se ocupa de nada.
¿Qué pasó?
Al llegar al alojamiento, a las dos de la madrugada, nos dimos con la noticia de que nuestra reserva estaba cancelada, por lo que no nos permitían el ingreso a menos que pagásemos por la noche. Ninguna línea de comunicación indicada en el sitio web se encontraba disponible. Tuvimos entonces que resolver por nuestra cuenta la situación, abonando la tarifa regular para poder acceder a una habitación y tratar de descansar. Al día siguiente, en realidad desde las 6 am, la insistencia con la que debimos tramitar por la solución fue indescriptible. Luego de un largo peregrinar de llamadas y de un oportuno mensaje por X-Twitter se confirmó la reserva, ya entrada la tarde del malogrado día de mi cumpleaños.
Recordatorio: lo barato sale caro y estos sitios de venta de paquetes web mayoristas se tornan muy poco confiables al más mínimo inconveniente.
Pasado el mal rato, iniciaron nuestras vacaciones cariocas en la bella Río.
El hospedaje elegido fue el Hotel Nacional. La selección del alojamiento tuvo su razón. El edificio es obra del enorme Oscar Niemeyer, cuya arquitectura tanto disfrutamos en nuestro viaje por Brasilia. Fue declarado Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad. Sus jardines fueron diseñados por Burle Marx, el paisajista estrella de Brasil, quien combinó especies nativas de la flora brasileña con elementos de diseño modernista. Además, en su hall de ingreso se destaca una inmensa instalación lumínica, manufactura del artista Paulo Correa de Araújo, de doce metros de extensión, hecha en papel machê, que simula las escamas de una sirena.
Al lado del bar, un mural de más de veinte metros, el “Painel de Carybé”, del argentino Hector Páride, Carybé, quien dejara tantas huellas en nuestra Salta natal. Se trata de varias piezas de concreto que representan la vida de los “retirantes nordestinos”, muestra de la cultura del pueblo brasilero.
El área de la piscina, con una fantástica vista al mar, es también sobresaliente. Allí luce la muy femenina escultura en bronce “A Sereia”, del artista Alfredo Ceschiatti, por supuesto, también de estilo modernista.
El hotel se ubica justo en frente a la playa de São Conrado, la que no dudamos en disfrutar, bajo el parasol, sentados en las reposeras que ofrece el servicio de playa del alojamiento.
Durante nuestra estadía, estaban previstos dos días nublados. Por ello, decidimos dedicar una jornada para conocer la oferta de compras del Barra Shopping y de la tienda Decatlhon.
Para el siguiente día, decidimos tomar un tour para conocer Petrópolis. La ciudad imperial, ubicada a unos 70 kms. de Río de Janeiro, en la parte alta de la Sierra da Estrela.
Allí Pedro II mandó construir su palacio, el que sirvió como residencia de verano de la familia imperial, por ello el nombre de la ciudad, esto es la unión de las palabras Petro (Pedro) y Polis (ciudad).
Recorrimos el Palacio Imperial en su interior y exterior, en el que actualmente funciona el Museo Imperial.
Luego continuamos rumbo a la Catedral de San Pedro de Alcántara, de estilo neogótico, que alberga un mausoleo con los restos de Pedro II y Doña Teresa Cristina y un paseo corto por el Palacio de Cristal.
El tour proponía hacer un stop para un almuerzo buffet. Decidimos saltearlo y elegimos un rico café brasilero en el tradicional bar Casa D'Angelo.
Nos encantó la propuesta del Centro de Experiencia Cervecera, en el histórico Complexo Bohemia, la histórica cervecera que dio nacimiento al poderío brasilero en cebada y lúpulos.
Destacan allí los alambiques de cobre y el bien animado recorrido, mientras se van degustando las distintas cervezas.
Antes de regresar, hicimos un stop en el último hogar del colosal Alberto Santos Dumont, el padre de la aviación, y luego al frente del Palacio Quitandinha, para apreciar la arquitectura del que fuera un resort de lujo en el que -en otros tiempos- funcionó el casino más grande de América del Sur.
Retornamos tarde en la noche, atravesando la ciudad y sus célebres barrios, primero Copacabana, Ipanema, Leblón hasta llegar a São Conrado. Habíamos contratado el hotel bajo el régimen de media pensión, por lo que disfrutamos de la cena y nos dispusimos a descansar. El restaurant del hotel ofrece una propuesta gastronómica variada y, si bien se trata del sistema buffet, del cual no somos muy adeptos, sí reconocimos la calidad y diversidad de platos.
En la siguiente jornada, decidimos levantarnos temprano para hacer un recorrido por nuestra cuenta por las principales atracciones céntricas de la ciudad.
Primero, en verdad, empezamos por el Museo de Arte Contemporáneo de Niterói.
Un extenso viaje en Uber, nos llevó hasta esta imperdible pieza icónica, atravesando la ciudad, su puerto y el mítico puente. Es que la ciudad de Niterói, se encuentra del otro lado de la bahía de Guanabara, cruzando el puente Presidente Costa e Silva, por lo que durante el recorrido disfrutamos de las extraordinarias vistas.
El museo fue diseñado, cómo no, por Niemeyer, por lo que obviamente resulta asombrosa la estructura que simula una flor y una pasarela de ingreso con forma serpenteante, en un rojo carmesí, frente a la inmaculada figura blanca del edificio. Desde allí se vislumbra majestuoso el Pan de Azúcar.
No cuenta con una colección permanente, por lo que mejor chequear la muestra temporal que se proponga. Nosotros decidimos no ingresar, pues no nos resultaba tentadora la vigente en ese momento y queríamos aprovechar nuestras horas al máximo.
Tras extasiarnos con el imponente diseño del museo, tomamos otro Uber rumbo a Etnias, un mural de tres mil metros cuadrados del artista brasileño Eduardo Kobra, que data del 2016, año en el que se celebraron en la ciudad los Juegos Olímpicos. Se ubica entonces en el Boulevard Olímpico de Río de Janeiro, en la zona portuaria. La obra refiere a la diversidad de los pueblos de los continentes.
Desde allí, una corta caminata hasta el Valongo. Se trata del antiguo muelle del año 1811, localizado también en la zona portuaria, declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco por ser el único vestigio material de la llegada de los africanos esclavizados a América, de su desembarque y comercio.
Luego, nos dirigimos hacia Pedra do Sal, en el barrio de Saúde, uno de los originales “quilombos”. La tradición cuenta que fue allí donde nació la samba. En la actualidad, los días lunes hay bien animados conciertos al aire libre.
Muy cerquita, vale una visita rapidita a la Escadaria da Rua Eduardo Jansen, en el Morro da Conceição, la pequeña escalera con la bandera de Brasil pintada.
A solo unas cuadras de allí se encuentra el Museo de Arte de Río - MAR. Son dos edificios, uno modernista y otro clásico (el Palacete Dom João VI), interrelacionados.
Justo al frente, casi sobre el mar en el Muelle Maua, el Museo del Mañana -Museu do Amanhã- resulta deslumbrante. Diseñado por el arquitecto español Santiago Calatrava sobresale principalmente por su diseño, aunque la exhibición es bien entretenida sobre todo para los más chicos, pues mezcla la vida urbana con la concientización sobre el medio ambiente, en esto de que el mañana es una construcción a cargo de todos. En efecto, cuenta con novedosos sistemas para disminuir el consumo de energía, coincidente con la misión del museo.
Al salir, decidimos hacer una caminata tratando de abarcar los principales edificios históricos de la ciudad. Así, pasamos por el Palacio Imperial, de estilo barroco, localizado en la Plaza XV de Noviembre, del siglo XVIII, que sirvió de residencia de los gobernadores de la Capitanía de Río de Janeiro. En la actualidad funciona un centro cultural. Luego, continuamos rumbo al Palacio Tiradentes, un monumento público de estilo neoclásico, sede de la Asamblea Legislativa del Estado. Un stop en la emblemática confitería Colombo, fundada en 1894, es uno de los principales puntos turísticos del centro. Ingresar permite imaginar cómo fue la Belle Époque en la entonces capital de la República. Desde la planta alta, se puede ver el imponente salón de té y bien de cerca los bellos vitrales.
Nos aguardaba extasiarnos en el Real Gabinete Portugués de Lectura, la biblioteca y el centro cultural de Río de Janeiro, con su interior muy ornamentado y por demás instagrameable.
Fue construido entre 1880 y 1887 en estilo neomanuelino, que evoca el exuberante gótico-renacentista vigente en la época de los descubrimientos portugueses, denominado manuelino en Portugal por haber coincidido con el reinado de Manuel I de Portugal (1495-1521). El techo de la Sala de Lectura tiene un candelabro y un lucernario en estructura de hierro que es una maravilla.
A unas cuadras se encuentra otro ejemplo de sorprendente arquitectura, la Catedral Metropolitana de Río de Janeiro, oficialmente Catedral de San Sebastián de Río de Janeiro. Tiene una disposición cónica, tipo piramidal y gigantes vitrales que proyectan la cruz griega del techo hacia el suelo.
El sol empezaba a ponerse, pues fuimos durante el invierno carioca, por lo que cerca de las 6 de la tarde oscurecía y nos apresuramos para llegar hasta el Aqueduto da Carioca, conocido como los Arcos da Lapa, construida durante el período colonial, es todo un símbolo de la ciudad. El acueducto une el morro do Desterro (actual morro de Santa Teresa) y el morro de Santo Antônio y fue construido en el año 1750.
Si bien sabíamos que debíamos ir con precaución en toda la zona céntrica para evitar inconvenientes, justo allí en el acueducto fue donde menos seguridad sentimos. Nada pasó, pero sí, recomendación: ir alertas y con mucha cautela. Hay mucha gente en situación de calle por las inmediaciones.
Por último, nos dirigimos hasta la famosa Escalera de Selarón, ubicada en el barrio Santa Teresa, junto al convento homónimo. Su llamativa decoración la puso de moda en las redes sociales por lo que la cantidad de gente en la zona es fatal. Por suerte como en nuestro caso llegamos casi al final de la tarde y no fue tan grave.
El artista plástico chileno Jorge Selarón inició en 1990 el revestimiento de la escalera con azulejos de todas partes del mundo. Tiene 125 metros y 215 peldaños y está completamente revestida de piezas de cerámica de distintos colores, tamaños y formas. La historia cuenta que el 10 de enero de 2013 Jorge Selarón fue encontrado sin vida sobre la escalera que él mismo creó.
Los siguientes días fueron de puro sol por lo que aprovechamos la playa y la brisa de mar, disfrutando todo lo que allí sucede, los vendedores ambulantes, súper entretenidos, los puesteros de las caipirinhas más ricas, los locales y sus costumbres. Muy divertido.
Hace un tiempo estuvimos en Playa del Carmen y lo pasamos súper en esas híper blancas arenas y aguas turquesa, pero hay que reconocer que en Brasil hay una vibra única, todo lo cual se vive muy intensamente en sus playas.
Igual, aún faltaba conocer otros íconos cariocas.
Un imperdible es subir por el teleférico hasta el Pan de Azúcar y su compañero, el Morro da Urca.
El bondinho fue inaugurado en 1912.
Desde la cima se obtienen vistas increíbles de la ciudad maravillosa.
La primera línea del teleférico, que conecta Praia Vermelha con Morro da Urca, llega hasta 227 metros sobre el nivel del mar. Luego, otros 750 metros separan el Morro da Urca del cerro del Pan de Azúcar, que tiene una altura total de 396 metros.
Otro plan que teníamos previsto era visitar el Corcovado y combinarlo junto al Parque Henrique Lage, pero dudábamos por la multitud que sabíamos iba a haber. Una variante es acceder por el clásico tren por la selva y la otra es vía combis que suben el morro. Pero el señor @tripticity_ decidió regalarnos una vista aérea espectacular del Cristo y de la ciudad toda, bien única. Contrató un paseo en helicóptero de casi media hora. Nos indicaron estar media hora antes en el Bar do Golfe, un campo de golf desde donde salía en el barrio de Barra da Tijuca. Un carrito de golf nos condujo hasta el helipuerto, nos subimos y partimos para un sobrevuelo por las míticas playas de la ciudad, pasando por la de Barra, por São Conrado -frente a nuestro hotel-, Ipanema, Leblón y Copacabana. También vimos la roca Gavea, la montaña Dos Hermanos y la favela Vidigal. Continuó una panorámica del Pan de Azúcar para luego ingresar por la laguna Rodrigo de Freitas rumbo a una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno, el descomunal Cristo Redentor, la gigante estatua de treinta metros.
La experiencia de volar en helicóptero es extraordinaria y en una ciudad tan bonita como Río de Janeiro, donde la naturaleza es tan imponente entre el mar y sus morros, resulta incluso más disfrutable.
Otro tour que realmente queríamos experimentar era el que permite conocer una favela. Habíamos averiguado con anticipación de unos tours que ofrecían guías locales pero que implican una parte del tour en moto. Eso nos generaba un poco de inquietud. Cuestión que encontramos la opción de un walking tour de la app GuruWalk que decidimos reservar. Primero, temprano en la mañana el responsable del paseo nos cambió la hora del tour, a lo que accedimos, y luego, cuando subimos al Uber que nos debía llevar hasta el punto de encuentro para iniciarlo, el conductor nos indicó que él no podía tomar ese viaje ya que no le iban a permitir ingresar a la favela. Insistimos pero no hubo caso. Llamamos al guía que ofrecía el tour quien nos dijo lo contrario. En definitiva, se nos pasó la hora y no pudimos hacerlo.
Nos cruzamos desencantados al bar de playa del hotel como para tomarnos una cerveza y cambiar el humor de la frustración de no haber podido cumplir con el tour. Fue allí cuando conocimos a Eric, el mozo que nos llevó los vasos de chop. Con mi personalidad extrovertida, en un ratito ya estábamos hablando con Eric en un perfecto portuñol. Sin dudarlo nos dijo que él era nacido y residente en la Rocinha y que nos ofrecía llevarnos y hacernos él el tour. Acordamos el precio y la hora del día siguiente. Debía ser al atardecer, cuando salía de trabajar. Justo coincidió con un viernes por lo que cuando empezamos el recorrido caminando hasta el punto de inicio de la favela el gentío era tremendo. El mercado que allí funciona de vendedores ambulantes está a pleno. Al llegar, Eric nos hizo subir a cada uno a un moto taxi, el que arrancó y empezó a trepar velozmente la zigzagueante arteria principal de acceso, entre medio de mini buses, autos, motos y personas que subían y bajaban. La travesía fue de las vivencias más adrenalínicas que vivimos, sentíamos que una colisión estaba a punto de suceder en cada filo, en cada recodo del camino. Al llegar a la cima, el sol ya se había puesto por lo que el cielo se tiñó de unos tonos rosas y violáceos bellísimos. Desde ese punto podíamos ver el Cristo, la laguna, las playas de Ipanema y Leblón. Eric nos quiso convidar su “cigarrito de flores”, le agradecimos sin aceptar, se sentó en la baranda del mirante y nos empezó a contar sobre su vida, sobre cómo fue criarse en la favela y cómo es vivir allí. Sobre las bocas de expendio, sobre los “bandidos” como le llamaba. Luego empezamos a bajar y meternos por pasadizos y escalinatas, las que él conocía como la palma de su mano, en las zonas donde está permitido el acceso de extraños. Pasamos por el mercado de la arteria principal de la que fuera por años la favela más grande de Brasil, siguieron unos stops de otros mirantes y los favoritos de @tripticity_, los murales. El street art de la favela es fabuloso. Nos sentimos todo el tiempo a salvo caminando junto al alto y buen mozo Eric, el joven rubio de ojos claros con cuerpo de deportista, pero siempre reconociéndonos outsiders. Si bien no percibimos miradas de recelo ni vimos armas, ni conflictos y todo sucedió con mucha naturalidad, la experiencia fue un shock energético. ¡Nos sentimos muy vivos, cual exploradores!
Las visitas guiadas a Rocinha y a Vidigal, la favela vecina, están adquiriendo notoriedad, por lo cual celebramos haberlo hecho así cuando todavía se conserva lo auténtico y, encima, en la noche de un agitado viernes, cuando los vecinos volvían a sus casas o se aprestaban a salir de jarana. Luego del circuito, Eric silbó a una moto taxi que pasaba, dispuso quién subía en cuál moto y nos mandó de vuelta. Al rato advertimos que él iba en otra moto taxi, pues nos iba a acompañar en el regreso hasta el hotel. ¡Un caballero! Un carioca por excelencia, simpático y sonriente.
Durante la cena no paramos de festejar por habernos animado a hacer la visita de ese modo, por estar sanos y salvos después de tanto zigzag y por estar juntos, disfrutando las aventuras que @tripticity_ nos impulsa a vivir.
En la última jornada, descansamos en la playa, tomando una rica caipiriña de morango y otra de kiwi. Al atardecer subimos a Masi, el restaurant japonés del último piso del Hotel Nacional para despedirnos de la ciudad con una panorámica de su mar, sus morros y su Rocinha, una síntesis perfecta de nuestros días allí.
En la madrugada siguiente una combi nos buscó para un viaje de cerca de una hora hasta el enorme Aeropuerto Internacional de Galeão, para tomar el avión de regreso a Salta, nuestro hogar.