Luracatao

Su paisaje y su gente

Estábamos decididos en conocer la recóndita localidad del departamento de Molinos que supo constituir la gigante estancia de Luracatao.

El valle se ubica a unos 2700 metros sobre el nivel del mar. Por esa razón, el primer fin de semana largo, justo cuando empezaba el invierno, llegamos hasta Seclantás Adentro para descansar en Finca La Encantada y prepararnos para la siguiente larga jornada, cumplir el objetivo de la visita a Luracatao, que en cacán significa pueblo alto.

Es que para llegar hasta el paraje La Puerta, desde Seclantás, se deben recorrer unos cuarenta y tantos kilómetros de ripio, en un serpenteante camino de subidas y bajadas que atraviesa majestuosos paisajes. Con su belleza el tramo es igualmente agotador, pues puede tomar una hora y media para quien no lo frecuenta y debe sortear badenes, acantilados y estrechos puentes.

Al salir de la finca, hicimos un primer stop en el verde valle de Seclantás Adentro.

Desde allí dimos inicio a ese camino de ripio, por la ruta provincial 56, con pendientes y sin señal de teléfono, que nos condujo primero hasta la laguna de Brealito. Si bien ya la habíamos visitado, se encuentra de camino a Luracatao y habíamos sido invitados a la fiesta patronal por San Antonio de Padua. Imposible perdernos esa celebración.

La pequeña comunidad de la laguna se encontraba de fiesta ese sábado por la mañana y los preparativos auguraban una jornada de entretenimiento para todos.

Así fue como lo conocimos a Alan, un apuesto gaucho perteneciente al Fortín de Brealito. El simpático joven no dudó en contarnos sobre su atuendo y el de su caballo. En eso inició la misa en honor al santo patrono, por lo que presenciamos el ritual, más no podíamos quedarnos mucho tiempo ya que un arduo y lento camino nos esperaba hasta Cabrería. Se trata del pequeño paraje en el que se encuentra la desconocida vertiente de agua termal.

De la montaña brota agua híper mineralizada a altas temperaturas y aún se conserva un antiguo piletón para bañarse y disfrutar de sus beneficios, mientras el río Percayo corre en lo bajo, con sus frías aguas deslizándose entre las piedras.

Llegar hasta la vertiente natural toma unos veinticinco minutos de auténtico trekking, entre cantos y arena, cruzando el río, que incluye por momentos un sendero de altura no apto para quien sufre vértigo, el que -en otros tiempos- fue el camino de los arrieros hasta Chile.

Fuimos guiados por Jovito Morales, concejal del pueblo, dispuesto a escoltarnos durante nuestra visita a Luracatao. El contacto nos lo hizo Mauricio Abán, el activo intendente de Seclantás, un joven entusiasta, con una firme idea de progreso para su pueblo y su gente.

Jovito, orgulloso de su tierra, servicial y atento, nos fue respondiendo nuestras consultas con una pausa inusitada. Esa calma nos resultó digna de admiración. Un aprendizaje en sí mismo. Lo acompañaron Rocío Yapura y Daniela Morales, con quienes -durante la caminata- intercambiamos historias y relatos sobre nuestras propias vidas. También ellos se mostraron interesados en escuchar nuestra opinión sobre el turismo. Es que saben que su pueblo está entrando en radar de los viajeros. Allí todo es de a poco, por lo que en ese momento anhelamos que el impacto de los visitantes sea respetuoso de ese entorno tan conmovedor.

Son pueblos muy alejados a los que se accede por inhóspitos senderos en los que solo se cruza a un par de vehículos y quizás algunos burros.

Luego de ese trekking disfrutando el majestuoso paisaje, Rocío se despidió, y fuimos guiados por Jovito hacia La Puerta, el principal paraje de la zona donde compartimos un almuerzo en el comedor del Loco Wanabara.

Fue un almuerzo típico de los recónditos parajes del norte, se come lo que hay o lo que quedó, acompañado con una gaseosa bien fría, bien azucarada, en un ambiente familiar y cálido, donde la amabilidad suple toda carencia. En este caso fue una excelente milanesa con sabrosas papas fritas. Una linda charla para conocernos y para entender -un poquito- la realidad de La Puerta, donde el ómnibus hasta Seclantás pasa sólo tres días a la semana, donde un odontólogo hace una visita cada tanto y el día de fiesta es el del cobro de los sueldos y jubilaciones, cuando el camión del correo llega a la plaza del pueblo y convoca a centenares de lugareños, quienes se ven tentados con la oferta de los vendedores ambulantes que se aprestan a hacer su gran día del mes.

De allí nos dirigimos hasta la casita de doña Nicolasa Reales, una de las tejedoras del pueblo, experta en el trenzado de sogas. Ella le transmitió su conocimiento y técnica a su hijo Gabriel Fabián, otro gran artista de Luracatao, quien en su telar produce textiles que se venden en todos lados. Él no se encontraba, estaba jugando al fútbol en el campeonato local, pero Nicolasa junto a Trini nos recibieron con mucho encanto y chispa. Ya iba cayendo la tarde, y el frío se empezaba a sentir, por lo que aún más nos sorprendió de nuestra anfitriona su liviana vestimenta y su calzado de sandalias sin medias. Ante nuestra consulta, risueña sentenció que eso no era frío, que el invierno no llegaba aún, mientras nosotros estábamos abrigados hasta las narices.

Luego de hacernos de una de sus sogas, el mejor recuerdo de esa jornada inolvidable, nos dirigimos hacia la plaza del pueblo, con su bien bonita iglesia y cuidado pasto verde, y allí tuvo lugar la despedida de nuestros anfitriones. Y así, agradecidos de haber conocido a los encantadores cateños, partimos de regreso para pasar la fría noche de junio en la Sala de Payogasta, celebrando la oportunidad inolvidable de descubrir Luracatao y sus paisajes.