Ljubljana

Minúscula, pulcra y de aire aldeano

Llegamos a la capital de Eslovenia desde Viena, en un viaje en tren de cerca de seis horas.

El país fue integrante de la ex Yugoslavia. El cambio se notaba ya desde la arquitectura de la estación, más antigua y pequeña que la de la gran ciudad imperial, casi sin infraestructura. Pero esa primera impresión, más decadente, pronto cambió y dio paso al disfrute de una muy bella ciudad con rica gastronomía.

La lengua oficial es el esloveno pero además se hablan unos cincuenta dialectos locales, entre sus 2,5 millones de habitantes.

La cercanía con Italia le da un toque más enérgico que las otras capitales del este europeo. Quizás un poco mas hipster, más fácil para el público joven.

Contábamos solo con una tarde completa para recorrerla y conocer sus atracciones principales. Pero fuimos eficaces y fue suficiente.

Elegimos la opción económica de la colosal cadena Accor, que siempre funciona, especialmente en Europa, en este caso con los hoteles Ibis. Quedaba a medio camino entre la estación y el centro histórico de la ciudad, lo que en Ljubliana significa un par de cuadras.

Desde allí iniciamos una caminata para conocer primero el Puente de los Dragones, Zmajski Most, de estilo art noveau, de inicios del año 1900 con el animal símbolo de la ciudad, sobre el río Ljubljanica.

Luego el Puente del Carnicero, Mesarski Most, donde se vendía la carne del mercado contiguo, en el que hoy resaltan las esculturas de ranas y peces y de Adán y Eva. Los laterales tienen el suelo de cristal lo que permite ver el fluir del río. Hoy es el puente del amor, como en tantas ciudades europeas los enamorados sellan su amor con candados en el puente.

Pegado se encuentra el Mercado Central, en el que los vendedores ofrecen verduras y frutas frescas: las más destacadas, sin dudas, las rojas. Ya eran cerca de las 4 pm, horario en el que cierra, por lo que los puesteros bien cascarrabias mostraron poca paciencia ante nuestra visita sin chances de compra.

Siguió la Catedral de San Nicolás, con sus torres verdes. Sabíamos que en su interior había unos frescos pero cobran la entrada y no está bien iluminada, por lo que decidimos seguir de largo, hasta el Puente Triple, Tromostovje, del siglo XIX.

Luego visitamos la Plaza Preseren, una de las principales de la ciudad, con la estatua de France Preseren, el más importante poeta esloveno.

La Iglesia de la Anunciación, de la orden franciscana, nos recordó a la Basílica de San Francisco de nuestra querida Salta, por el estilo italianizante y los colores de su fachada.

Caminamos sobre la costanera, entre los bares y restaurantes hasta la icónica escultura de Caras de Ključavničarska Ulica, la Calle de los Cerrajeros. Se trata de setecientas estatuas grotescas de bronce también del local Jakov Brdar. Para su manufactura y creación, tomó el artista la inspiración de un poema de Rainer Maria Rilke que dice así: “Hay cantidades de seres humanos, pero hay muchos más rostros, pues cada persona tiene varios”.

Desde allí cruzamos el río para conocer el Cianómetro, una escultura a metros del Metelkova Mesto, antiguo cuartel militar. Además de los distintos tonos de azul, conforma un adminículo que mide la calidad de pureza del medio ambiente.

Hicimos un poco de shopping en el Zara del barrio hasta la hora de la cena.

Elegimos Figovec, un restaurant bistró de cocina eslovena. La mejor opción, sin dudas. Deliciosa gastronomía y un excelente vino local con vista al castillo con las espesas nubes remarcando su figura.

De regreso en el hotel aprovechamos el trago de cortesía en su rooftop, también con vista al bonito castillo de Ljubljana.

A la mañana siguiente, un FlixBus nos llevaría a la rival Zagreb. Lloviznaba y la improvisada estación no tenía ni refugio, aunque enormes grúas dan cuenta de las proyecciones de mejorarla que tiene la ciudad del río serpenteante.