Cracovia

Contradicción entre belleza y tristeza

A diferencia de Varsovia, que fue mayormente reconstruida tras las guerras, Cracovia luce quizás más auténtica, pues muchas de sus edificaciones se mantuvieron en original. Se siente más realista también. No cuenta con la cantidad de palacetes y residencias majestuosas como Varsovia, pero es historia pura, la que se percibe con solo caminarla.

Es en los hechos la capital cultural y económica de Polonia, llamada en honor al jefe del pueblo lechita, el príncipe Krakus. Fue parte de los Imperios Austríaco, Francés y Austrohúngaro, de la Alemania nazi, y después fue parte del bloque comunista. Hoy se muestra como una ciudad pujante y respetuosa de su historia.

Es también la ciudad de Oskar Schindler, el empresario que salvó de morir a mil doscientos judíos, y en donde Juan Pablo II vivió desde chico, estudió teología y fue su arzobispo en los 60.

Llegamos en tren desde Varsovia, en un viaje de cerca de tres horas. El vagón con compartimentos en el que viajábamos seis personas era antiguo y lucía un tanto lúgubre, tanto como los compañeros del viaje.

Habíamos hecho reserva en un muy conveniente Mercure Hotel justo frente a Krakow Glowny, la bien moderna estación central, en la que funciona un gran centro de compras.

Dejamos nuestras valijas y partimos rumbo al casco antiguo, el que quedaba a solo unos minutos caminando.

Ingresamos a Rynek Główny por la Barbacana del siglo XV, en concreto, por la Puerta de San Florián o Puerta de la Gloria, la antigua entrada del siglo XIV reservada a reyes, visitantes ilustres y vencedores de batallas. Un dato curioso, hasta el año 1953 debajo pasaba un tranvía.

A continuación, una bien entretenida y corta caminata hasta la Plaza del Mercado, Rynek Główny, el centro mismo de la ciudad desde el siglo XIII. A cada hora exacta un trompetista toca el hejnal, una melodía típica de alerta, desde la Basílica de Santa María. Se interrumpe a mitad de cada nota en homenaje al flechazo en la garganta al guardia durante una invasión tártara. Mas lo cierto es que nosotros, por distraídos, nos lo perdimos y solo pudimos escucharlo desde lejos.

En el centro de la enorme plaza se encuentra la Lonja de Paños o Sukiennice. Una enorme edificación que dio refugio a los comerciantes, pues allí funcionaba la feria de trueque con mercaderes de Oriente del siglo XV. En la actualidad es la meca de los souvenirs de Cracovia, donde los turistas se amontonan para las compras.

También en medio de la gran explanada se encuentra la Torre del Ayuntamiento, lo único que quedó en pie tras la demolición de 1820 para hacer más grande la plaza.

Continuamos por la histórica calle Grodzka hasta la Iglesia de San Pedro y San Pablo, donde se encuentra el Panteón de Glorias. Allí, en las noches suelen ofrecerse conciertos.

Un poco más adelante, se halla la Iglesia de San Andrés, de las más antiguas de la ciudad, del siglo XI, justo antes de la Colina de Wawel. En lo alto, se erige el Castillo Real, con visita gratis en sus jardines, es el corazón del nacionalismo polaco. Construido en el año 1370, fue la residencia real, hoy Museo Nacional. Allí se encuentra el Dragón de Wawel, frente al río Vístula.

Una caminata de unos quince minutos nos condujo hasta Kazimierz, el Barrio Judío. Allí, pasamos por la Basílica del Corpus Cristi, de estilo gótico de ladrillo. Luego por el hoy conocido Pasaje de la Lista de Schindler, es un antiguo solar donde se filmó una famosa escena de la película de Steven Spielberg.

Y luego la Plaza Judía, Dzielnica Żydowska, donde se materializó la violencia durante el nazismo.

Decidimos cruzar el rio Vístula por el Puente del Padre Bernatek y conocer el Gueto Judío.

Pasamos por Apteka pod Orłem, una antigua farmacia que conseguía y proveía remedios en la clandestinidad a los judíos al inicio de su persecución. Al frente, en la Plaza de los Héroes, se encuentran las sillas que representan a quienes esperaban sin saber de su trágico destino.

A unas cuadras, se encuentran las antiguas oficinas administrativas de Oskar Schindler. En su fábrica Emalia se producían ollas y utensilios de cocina, las que Schindler empezó a vender al ejército, y así, precisando de más trabajadores, salvó la vida de unos 1200 judíos. Hizo además un comedor y una clínica dentro de ella, sobornando a jerarcas nazis para lograr su objetivo, al punto tal de terminar casi en la ruina. Tras la guerra se fue a Argentina y puso un criadero de nutrias, quebró en 1958 y regresó a Polonia ya sin su esposa.

Retornamos, volviendo sobre nuestros pasos hasta el barrio judío, para la cena. Optamos por Restauracja Polska, una suerte de pequeño bodegón con platos típicos, decorado como si se estuviese comiendo en la casa de la abuela. Probamos la salchicha con pan de centeno y mostaza fuerte. De principal, compartimos el pierogi, una especie de pasta rellena al estilo de una gyoza, de papa y queso, acompañada de una bien fría cerveza.

Paseamos un poco más por la Plaza del Mercado antes de regresar al Mercure para descansar.

En la mañana, un gran desayuno con productos locales, inclusive con jugo de manzana y remolacha antes de partir rumbo a Auschwitz II – Birkenau.

Al día siguiente ya tocaba la salida hacia República Checa, pero aprovechamos esa última hora disponible para el día gratis del Museo de Czartoryski, de los mejores del este europeo. Esa fugaz visita sirvió para disfrutar de la célebre Dama del Armiño, de Leonardo Da Vinci, además de una bien importante colección de arte.

Exprimido al máximo todo lo que ofrece la ciudad, su dura historia, su bella arquitectura, su famosa gastronomía y cultura, nos despedimos de la capital histórica de Polonia.