Varsovia
La reconstruida capital de Polonia
Llegamos al aeropuerto Federico Chopin en un vuelo internacional desde Roma. Sabíamos que un tren nos llevaría directo hasta Warsaw Central en poco más de media hora, la estación principal de la ciudad. Pero al momento de comprar los tickets en una máquina expendedora, nos resultó un tanto complejo y con la ayuda de otro extranjero terminamos sacando el boleto equivocado; lo que advertimos cuando el controlador nos pidió el boleto. Lo bueno fue que no nos impuso una multa, comprendiendo nuestra condición de extranjeros quizás y, por sobre todo, pudimos pagar los 5 dólares de diferencia con tarjeta de crédito.
Al llegar, dejamos las carry on en la recepción del hotel, convenientemente ubicado a solo unas cortas cuadras de la estación, y nos aprestamos a caminar por la ciudad, ya que teníamos muy poco tiempo para conocerla.
Iniciamos el recorrido por el Palacio de la Cultura y de la Ciencia. Se trata de un fastuoso edificio idéntico a las Siete Hermanas de Moscú, diseñado por el propio arquitecto soviético Lev Rudniwa. Fue un “regalo” de la Unión Soviética de Stalin a la ciudad. Una vez caída la dominación comunista vino el rechazo entre los locales, por lo que se consideró la posibilidad de su demolición. Por suerte no sucedió y hoy es un ícono de la ciudad. Tiene una altura de 237 metros y en él funcionan salas de cine y de exhibición de arte. En lo alto, un mirador ofrece una buena vista a la ciudad. Mas, en nuestro caso, habíamos contratado deliberadamente el hotel Intercontinental, el que queda justo frente al majestuoso edificio, por lo que tuvimos idéntica vista, con el agregado de poder apreciar también su impresionante belleza arquitectónica, que contrasta con su entorno más moderno.
Hoy es un highlight de Varsovia, un dato del pasado que se mantiene dando cuenta de su propia historia.
Justo en frente, hicimos un stop en el corredor con varios locales comerciales de marcas internacionales, pues queríamos comprarnos las cómodas camperas de la marca japonesa Uniqlo, tan convenientes para los viajes.
De allí iniciamos una caminata por la avenida Świętokrzyska rumbo al Stare Miasto. Primero, visitamos la Iglesia de la Santa Cruz donde se encuentra el corazón del compositor Federico Chopin, quien murió en Francia de tuberculosis y en su agonía pidió que su corazón volviese a su país natal.
Justo frente a la Academia Polaca de Ciencias, una escultura de otro ilustre, Nicolás Copérnico, el célebre científico que formuló la teoría heliocéntrica del sistema solar, que importó reconocer que la tierra gira alrededor del sol y no a la inversa como se creía en la antigüedad.
Continuamos camino rumbo a la Columna de Segismundo III, pasando por el Palacio Presidencial y por la Universidad de Varsovia (Czetwertyński-Uruski Palace), cuando una cantidad de jóvenes disfrazados de lobo ingresaban para un evento bien particular y colorido, ese sábado por la tarde.
Para entonces una copiosa lluvia empezó a caer por lo que apresuramos el paso. Por suerte, duró poco.
Ya ingresando al casco antiguo, pasamos por la concurrida explanada donde se encuentra la Columna de Segismundo III, original de 1644, que conmemora al rey que hizo capital a la ciudad. Justo en frente se halla el Castillo Real, en el que en la actualidad funciona un museo de arte y donde se exhiben obras de Rembrandt y Canaletto el Joven (sobrino), que hacia 1768 sirvió al último rey independiente del país y cuyas pinturas fueron la fuente para la reconstrucción de la ciudad. Es que Varsovia es conocida como la Ciudad Fénix. Su centro fue destruido por la invasión nazi, luego por el Alzamiento de la ciudad en 1944 (civiles contra nazis, en el que murieron unos doscientos cincuenta mil polacos antes de la llegada de las tropas soviéticas, durante la Segunda Guerra Mundial). Por ello, todo en su centro histórico es una reconstrucción.
Fue tan castigada que sorprende ver fotografías tomadas justo después de la Segunda Guerra en la que se la observa en completa ruina.
Ya en el casco antiguo, paseamos por sus angostas callecitas pasando por la Catedral de San Juan, también totalmente reconstruida. La iglesia cuenta con criptas de figuras históricas locales. A su lado, la Iglesia Nuestra Señora de Gracia, con el oso que según la leyenda guarda el alma del príncipe Gnewco, pues allí se casó su amada con un tercero en discordia.
Atrás, la Plaza de los Canónigos, donde aún se pueden ver los huecos que dejaron en su muro las balas del Alzamiento. En el centro, destaca la campana de bronce. Son tres las vueltas que se deben dar a su alrededor para la buena fortuna. Y en un rinconcito de esa misma plaza, no vale perderse la Casa Estrecha, la más angosta de la ciudad, ideada así para evitar el pago del impuesto que se calculaba por el tamaño de su frente.
Muy cerquita, se encuentra Gnojna Góra o Montaña de Estiércol, antiguo basural y hoy mirador al río Vístula.
Continuamos rumbo a la bien bonita y colorida Plaza del Mercado, Rynek Starego Miasta. Lo peculiar es que su reconstrucción fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Allí funcionaba la feria de la ciudad desde el siglo XIII. En su centro, sobresale la escultura de la Sirena de Varsovia, emblema de la capital del año 1855, guardiana de la ciudad.
Cruzamos la Barbacana, la larga muralla con torres, original del siglo XVI que rodeaba al pueblo, y que fue reconstruida a mediados del siglo XX. Era la antigua puerta de entrada a la ciudad. Del otro lado, se encuentra Nowe Miasto o Barrio Nuevo, desde donde rumbeamos hacia la calle Freta, sitio de los Bares de Leche. Durante la dura crisis económica que se sufrió entre las Guerras, los locales solo podían a acceder a un vaso de leche en alguno de los barcitos que se encuentran en esa callecita, hoy repleta de turistas. Más adelante, una plaza precede a la nueva catedral católica de San Casimiro.
Continuamos rumbo a la escultura que recuerda a la otra gran celebridad polaca, Maria Skłodowska Curie, la física y química pionera en el materia de radiactividad. El monumento se encuentra en lo alto, con una más apacible vista al río Vístula.
De regreso, pasamos por el monumento al Pequeño Insurgente, bajando por Calle Podwale, un conmovedor homenaje a los niños que combatieron al nazismo. Bajando, encontramos el monumento al zapatero Jan Kiliński, rebelde del imperio ruso de fines del siglo XVIII.
Retornamos por la Columna de Segismundo y desde allí otra caminata hasta el hotel. En el camino, nos divertimos al encontrar uno de los quince bancos públicos de Chopin, cerca de la Ópera Nacional, el Teatro Wielki. Al presionar un botón suena uno de los clásicos del inmortal compositor por unos treinta segundos. También pasamos por el parque Świętokrzyski, en donde se encuentran hitos históricos de lo que fue el gueto de los judíos en Varsovia, una parte del mural y una marca en el piso que da cuenta de la infame línea divisoria.
Una vez en el hotel, disfrutamos la extraordinaria vista de nuestra habitación al Palacio de Cultura y de la Ciencia y a la parte moderna de la ciudad con sus rascacielos e innovadora arquitectura.
En el último piso, el hotel ofrece un spa con pileta climatizada con otra descomunal vista de la ciudad toda. Había demasiados niños dando vueltas por el circuito de agua, por eso, decidimos disfrutarlo más entrada en la noche, cuando era solo accesible para adultos.
La panorámica de la ciudad desde lo alto del Hotel Intercontinental es digna de una postal.
En la mañana, temprano, disfrutamos del tentador desayuno buffet del hotel mientras contemplábamos la monumentalidad del Palacio de la Cultura y la Ciencia, para luego tomar nuestras valijas y dirigirnos diez minutos a pie hasta la estación central, donde nos esperaba un tren viejo y lento que nos llevaría a la que siglos atrás fue la anterior capital de Polonia, Cracovia.