Bucarest

La gran ciudad que fue en otro tiempo

Como todas las capitales próximas, fue influida por todo tipo de culturas.

Dos nombres sintetizan la historia de Rumania. Vlad III el Emperador, el inspirador del personaje del conde Drácula; y Nicolae Ceaucescu, el dictador comunista fusilado con su esposa en 1989. También se puede recordar a Nadia Comaneci, la gimnasta del 10 en las Olimpiadas de Montreal del año 1976, y a Emil Cioran, el filósofo admirado por el señor @tripticity_. Y no se puede no mencionar a los tantos emigrantes que hoy le dan mala fama a Rumania en el resto de Europa.

Bucarest significa por etimología la Ciudad de la Felicidad. Rememora quizás a Buenos Aires por su fama de esa “otra París” que alguna vez fue hasta la Segunda Guerra Mundial y la instauración del comunismo, que la transformaron en cuerpo y alma y cuyo contraste hoy prevalece.

La experiencia en Bucarest fue bastante ruda desde el inicio. Por lo retrasado del aeropuerto y por no ser muy bienvenidos por el personal de Migraciones, el que luego de estampar el sello correspondiente después de un inaudito interrogatorio, no dudó en revolearnos de mala manera los pasaportes.

Por fortuna, en la ciudad funciona Uber, lo que nos dio más tranquilidad. De hecho cuando el conductor, con un muy reducido inglés, nos explicó que debía tomar una ruta diferente, no nos alertamos pues justamente el viaje se encontraba vigilado por la app. Son esos los momentos en los que se toma conciencia de cuán importante es para un destino turístico garantizar al visitante herramientas para su seguridad y confort, tal el caso de la plena vigencia de este tipo de aplicaciones.

De camino del aeropuerto al centro histórico, donde se ubicaba nuestro hotel, pudimos observar a simple vista que estábamos en otra Europa. Con gente mal vestida, con niños pidiendo en las esquinas sin calzado, con ventanas y jardines enrejados.

Notamos lo que fue luego la conclusión de nuestro viaje: la ciudad perdió la grandiosidad previa a las guerras, que la llevaron a la decadencia y de la que hoy, desde nuestra óptica, no puede salir.

También tuvimos un inconveniente con la reserva del hotel Moxy Old Town. Lo habíamos elegido por su bien céntrica ubicación. Ahora, la buena predisposición de la recepcionista sorteó la desagradable circunstancia originada en un fallo de la app oficial de la cadena Marriott Bonvoy, que de manera increíble amenazaba con dejarnos en la calle.

Luego del check in nos dirigimos hacia la gran Plaza Universitaria, Piața Universității. Se halla frente a la Universidad de Bucarest y al rascacielos del Hotel Intercontinental. Fue el epicentro de sangrientas protestas contra el comunismo residual tras la muerte de Ceaucescu. Al frente, la Iglesia de San Nicolás.

Cruzando el boulevard, se encuentra el kilómetro cero de Rumania y la Iglesia Nueva San Jorge, Biserica Sfântul Gheorghe Nou, que se quemó a mitad del siglo XIX junto a otros tantos edificios en un gigantesco incendio de la ciudad.

Seguimos en dirección al Gran Hotel Bucarest, buen ejemplo de la arquitectura comunista de los sesenta. Un dato curioso: por superstición, no tiene piso trece. Al lado, en conjunto, el Teatro Nacional, con forma de sombrero y llamativas esculturas en su entrada.

Avanzamos hasta el boulevard Benjamin Franklin, a la izquierda el Ateneo Rumano, Ateneul Român, con su sala de conciertos.

Bajando por Calea Victorei, encontramos el Museo Nacional de Arte, en el viejo Palacio Real del siglo XIX, reconstruido en 1944. Atesora las obras salvadas de las iglesias que demolió Ceaucescu.

Al frente, la Plaza de la Revolución, Piața Revoluției, llamada Plaza del Palacio hasta 1989. En el centro se encuentra la estatua del príncipe Carlos I, rehecha luego de que el comunismo la demoliera tras la Segunda Guerra Mundial. En el actual Ministerio del Interior habló Ceaucescu ante sendas multitudes: en el año 1968 cuando iniciaba su gobierno y también allí dio su discurso final ante cien mil rumanos, tras el que acaeció la Revolución y de la que intentó huir con Elena en helicóptero; moriría un par de días después.

También se encuentra en el complejo el Monumento de Iuliu Maniu, político que unificó a Rumania tras la Segunda Guerra Mundial y murió encarcelado por el régimen pro-soviético. Y el Memorial del Renacimiento, un obelisco en honor a los mil quinientos muertos en la Revolución del año 1989. Las noticias recuerdan la polémica que generó su manufactura por el elevado costo de construcción, y por su forma, tanto que le llaman la papa ensartada, lo que evidencia la poca aceptación que tuvo en la comunidad. Por eso se encuentra vigilada las veinticuatro horas. De hecho, en el año 2012, sufrió el embate con pintura que persiste hasta la actualidad.

Continuando llegamos hasta la Iglesia Kretzulescu, Biserica Kretzulescu, pequeña iglesia ortodoxa del año 1720.

Unas cuadras más abajo, encontramos el Pasaje Victoria con los trillados paraguas y la falta de brillo que caracteriza a la ciudad toda.

Seguimos hasta el Pasaje Macca-Vilacrosse. Se trata de una galería entre dos edificios de la belle epoque del siglo XIX. Por la noche se fuma tabaco y hachís en narguiles.

Luego la Iglesia Zlătari, Basílica de los Orfebres, con la reliquia de la mano derecha de San Cirpiano, Patrono de las Brujas, Hechiceras y Nigromantes del siglo III, oficio que aprendió en Grecia, Egipto e India antes de ser santo. La leyenda dice que concede el milagro que uno pide.

Un poco más adelante el Monasterio Stavropoleos, Ciudad de la Cruz en griego. Es un convento de monjas con una impresionante biblioteca.

En la noche, decidimos caer en la de turistas y logramos mesa, entre tantos americanos que comían, en el restaurant Caru' cu bere, bien tradicional de cocina rumana, en un muy lindo edificio. Todos recomendaban la reserva previa pues vive lleno, pero tuvimos suerte y conseguimos lugar. Pedimos la stnitel de vitel, una costosa milanesa a la rumana, mientras los músicos tocaban animas canciones y los turistas vitoreaban en un bullicio irremediable.

Al día siguiente, iniciamos nuestra caminata por la Librería Cărturești Carusel, Calesita de la Luz. Es una de las más famosas librerías del mundo, se encuentra donde funcionaba un banco hasta la llegada del comunismo. El nieto del banquero original demandó al Estado y tras un proceso de veinticuatro años, ganó el pleito y así le fue restituido el edificio en ruinas en 2007. En la terraza funciona un lindo café.

Luego pasamos por la Corte Vieja, Curtua Veche, un palacio del siglo XV que fue residencia entre otros de Vlad Tepes, Vlad el Empalador, el conde de Valaquia. En realidad se trata de una reconstrucción. Al lado, la Iglesia San Antonio, Biserica Sfântul Anton.

Luego paseamos por el Boulevard Unirii (Unión) y sus fuentes. El calor empezaba a acechar, pero continuamos.

Pasamos por la Catedral Patriarcal, llamada así pues guarda las tumbas de varios patriarcas y luego por el Monasterio Antim hasta que llegamos a Plaza de la Constitución, sede de famosos conciertos y el Parlamento, Palatul Parlamentului.

Es el edificio administrativo civil más grande del mundo. Ceaucescu quería que sea la sede del Partido Comunista y mandó a construirlo en el año 1985, demoliendo unas siete mil casas y varios edificios. Lo llamó Casa del Pueblo a un costo de tres billones de dólares. Tiene doce pisos, ocho subterráneos, más de treinta hectáreas de superficie y recién se terminó en los noventa.

La caminata resultó agotadora. Queríamos llegar hasta la parte de atrás, donde se encuentra en plena construcción la futura Catedrala Mântuirii Neamului, Catedral de la Salvación del Pueblo, que albergará a ciento treinta mil fieles. Será la catedral ortodoxa más grande del mundo, según un viejo proyecto que nació para celebrar el fin de la Primera Guerra Mundial y que se canceló con el comunismo.

La idea de volver hasta el centro histórico caminando resultaba imposible considerando el calor y el fuerte sol, por lo que tomamos un Uber.

Visitamos el hotel Marmorosch, desistiendo por la pésima atención y la falta de aire acondicionado de tomar un trago allí. Encontramos más auténtico hacerlo en el Pasaje Macca-Vilacrosse. Picamos una pizza casi al paso y volvimos temprano.

Bucarest nos resultó la más empobrecida de las capitales de la zona, rudimentaria y decadente, donde la hostilidad se percibe en la calle. Pero rescatamos su arquitectura colosal de la dominación comunista y la anterior de estilo belle epoque.