Volcán Galán y Laguna Grande
35 mil flamencos en la altura
La ansiedad era inmensa: por fin visitaríamos el célebre cráter del Galán.
Antes de salir de Antofagasta de la Sierra, despertamos al panadero del pueblo para comprar un gran bollo con grasa de llama. Llenamos nuestro cooler con bebidas y partimos entonces con todo lo necesario para el largo recorrido.
La primera parada fue en el Campo de Las Tobas, para ver los petroglifos sobre la ceniza volcánica. Juan Carlos, nuestro guía baqueano, nos contó que tienen más de cuatro mil años de antigüedad. Son simpáticos dibujos de personas, de víboras y otros animales que dan cuenta del paso del hombre por tan inhóspito lugar.
Avanzamos atónitos con el paisaje suavemente moldeado por la ceniza de lava que arrojó el Galán hace unos dos millones de años, con la mica brillando al sol.
El siguiente stop fue en el mirador de la Quebrada de Mirguaca, desde el que se obtienen vistas impresionantes al cañón del río homónimo. Formaciones impactantes y en lo bajo el pequeño curso de agua serpenteando.
Al contemplar la inmensidad del panorama, al escuchar el abrumador silencio solo interrumpido por el sonido del agua allá muy por debajo de nuestra posición, supimos que ese día sería inolvidable pues ya con esas primeras postales nos sentíamos realizados. Y aún faltaban cuantas otras para extasiarnos...
Luego cruzamos por el Alto del Real Grande. En el costado, las formaciones de los castillos le dan un perfil puntiagudo al horizonte.
Atravesamos un oasis con un viejo puesto abandonado a la vera del bellísimo Real Grande, repleto de tropas de vicuñas y de tolas. Era primavera por lo que los animales disfrutaban de los brotes y la fresca agua del río. Quizás por eso vimos tantos y tan cerca. De los varios viajes que @tripticity_ viene haciendo a la puna, sin dudas en la visita al Volcán Galán fue cuando más cantidad de vicuñas pudimos observar.
Ya habiendo ascendido a los 4.400 metros sobre el nivel del mar, nos aprestamos a cruzar el Paso Angosto. Solo vehículos 4x4 pueden pasarlo. Fue abierto por unos ingenieros ingleses a principios de los ochenta, en expediciones al Volcán Galán. Impresionante, estrecho, muy estrecho, serpenteando entre altas paredes rojizas.
Continuando, pasamos los Ojos de Real Grande, donde nace el río y solo puede transitarse en épocas que no haya hielo, llegamos al mirador del Cinco mil o mirador de Pirika. Fue entonces cuando entramos a lo alto del volcán.
La parada en el majestuoso mirador de Laguna Diamante se sintió como estar casi tocando el cielo. Ya estábamos casi dentro del inmenso cráter del volcán. Y mientras tomábamos fotos, nos sorprendió una nevisca, que se sintió como el universo conspirando para nuestra felicidad.
El Volcán Galán es enorme. Su cráter mide unos 45 kilómetros de diámetro. Es de hecho el cráter volcánico más grande del mundo. Resulta conmovedor el blanco de las nieves de las cumbres de la cara este. La laguna brillante reflejaba las serenas y gordas nubes que pasaban. En sus costas, vimos las primeras parinas, patos, teros, guaris (un ave de un color negro puro), garzas, guayatas con su característico pico y plumaje blanco y negro. La laguna es un espejo perfecto de agua salada con arsénico.
Continuamos rumbo a las fumarolas. De las napas subterráneas brota agua hirviendo y el calor es tan fuerte que se generan las fotogénicas fumarolas de vapor caliente. La vertiente de aguas hirvientes, llenas de azufre, marcan el surco al costado del camino y lo tiñen de naranja.
A 4.600 metros sobre el nivel del mar cruzamos el cráter por lo largo. Siguió una nueva gran subida por la cara sur, en la que la 4x4 demostró su fortaleza, mientras nos despedíamos del volcán. Abajo quedaban sus tres lagunas en la que disfrutaban apacibles patos y vicuñas.
Continuamos por la huella que circunda montañas ocres y negras mientras las nubes descargaban la lluvia y dejaban paso al sol y al cielo puro celeste. Subimos al derrumbe: literalmente se trata de una explanada llena de piedras gigantes que cayeron por la ladera con la erupción. Algunas dan la sensación de que rodarán en cualquier momento. De inmediato la mente nos hizo viajar en el tiempo, al día que cruzamos Sey.
Tras la última subida, cruzamos unas dunas rojizas para, al fin, aparecer en la Laguna Grande.
Abajo, a lo lejos, observamos las aguas de la inmensa laguna puneña.
Conocerla era un pendiente de @tripticity_ ya que es el hogar de unos 35 mil flamencos, parinas y aves que migran desde el sur, aprovechando el calor estival para nutrirse de su pura agua. Parten rumbo al “mar” de Ansenuza en Córdoba a fines de mayo, regresando a fines de agosto.
En las orillas, nos encontramos con vicuñas dóciles que pastaban dándole más hermosura al paisaje.
El sonido de las aves era un concierto. Y su contemplación un éxtasis, tanto por su suave y elegante caminar, como cuando levantaban vuelo rasante, reflejando su distinguida silueta en esas calmas aguas.
Allí nos quedamos un buen rato, solo disfrutando la naturaleza viva de la laguna.
Juan Carlos nos instó a continuar, por lo que seguimos camino de regreso, aunque aún varios paisajes restaban conocer.
En ese mágico escenario, con la orquesta de flamencos tocando, abrimos el regalo que una amiga de @tripticity_ nos trajo de Francia: los chocolates de la Maison Ladurée, la histórica casa de repostería. Lo que me hizo recordar tantos paseos en la elegante Paris.
Luego, pasamos por la Laguna de Cavi y la Laguna Escondida, luego por el Mirador del Filo, hasta llegar al pequeño pueblo de El Peñón.
En las afueras, hicimos un stop en el mirador de la Virgen del Valle hallada por un local. Se trata de una imagen natural generada por la erosión sobre la piedra basáltica que realmente se asemeja a la de la Virgen que cautiva la fe de Catamarca.
Antes de llegar a Antofagasta de la Sierra, aún nos quedaban varios volcanes por descubrir. Pasamos por el Volcán El Peinado, por Las Papas y por último, los azabaches Volcán Antofagasta y Volcán Picará o Alumbrera, justo antes de llegar al pueblo. Esas onduladas formaciones de lava a la vera del camino resultan sorprendentes.
Al llegar a nuestro alojamiento, el correcto y cómodo hostal Pueblo del Sol, descansamos solo un ratito pues no queríamos partir de Antofagasta de la Sierra sin conocer el Museo del Hombre, situado en la esquina de la plaza del pueblo.
Ese día terminó en el Comedor Suyay (que en quechua significa esperanza) de Patricia y Elizabeth, una tucumana y una salteña, quienes decidieron brindar a los turistas tanto opciones de comida regional como vegana. Esa noche probamos sus especialidades, la tortilla de quinoa con queso gratinado y el estofado de llama, con un vino catamarqueño para brindar por haber conocido el majestuoso Volcán Galán y la impresionante Laguna Grande y su infinidad de flamencos.