São Paulo
La cosmopolita, cultural y mega metrópolis
Arribamos en un vuelo desde Brasilia al aeropuerto secundario de Congonhas, situado en plena ciudad, pasado el mediodía. Desde allí tomamos un Uber hasta nuestro primer alojamiento cerca del Parque Ibirapuera.
Unas primeras aclaraciones. Adoptamos ese sistema de transporte durante toda nuestra estadía por seguridad y comodidad. Esa cuestión, la supuesta agitación y los continuos asaltos, había sido lo que -de manera sistemática- nos advertían antes de partir. Por ello, decidimos no tomar transporte público sino movernos utilizando la fenomenal aplicación que garantiza traslados seguros y a precios razonables y predeterminados.
Por otra parte, dispusimos de todas las medidas necesarias para evitar tales sobresaltos. Así, salíamos con el dinero en efectivo justo para esa jornada, un documento de identidad sin vigencia y el actual en una fotografía guardada en el móvil, dejándolo al físico en la caja de seguridad de la habitación del hotel). Y no mucho más, cuidando de sacar el teléfono solo en situaciones puntuales y de manera cautelosa.
Además, optamos por alojarnos en hoteles en cada uno de los barrios que planeábamos visitar, de modo de que los traslados a pie a los puntos de interés fuesen cortos y precisos.
Dicho eso, durante nuestra estadía realmente sentimos desconfianza sólo en muy aisladas situaciones, como en la caminata al Mercado Municipal desde el centro histórico, aunque con mucha presencia policial en esa zona. La sensación que primó fue la misma que en cualquier ciudad grande de América, una mezcla de cautela y naturalidad. Es que el brasileño se caracteriza por su alegría y excelente predisposición y esas cualidades no se pierden ni siquiera en la mega metrópolis que es São Paulo.
Otra característica sobresaliente es la limpieza de la ciudad, su exuberante vegetación y el relativo poco ruido de sus automovilistas. Sí cabe señalar que se ven muchísimas personas viviendo en la calle, en situación de vulnerabilidad, y ello resulta conmovedor.
Pues bien, la primera noche la pasamos en un alojamiento básico cerca del Parque Ibirapuera, el Brazilian Lodge, pues queríamos poder -esa tarde de domingo- concretar un buen paseo para disfrutar la arquitectura de Oscar Niemeyer que allí se encuentra. Así, pasamos por el Museu Afro, por la fundación Bienal de São Paulo y por el Pabellón Japonés, hasta el MAM, el Museo de Arte Moderno de São Paulo, aprovechando el ingreso libre de los domingos. En especial, disfrutamos la muestra temporaria sobre el color de artistas nacionales.
De allí, nos dispusimos a una corta caminata hasta el MACUSP, cruzando el corredor Norte-Sul por un puente peatonal desde el parque Ibirapuera. Fue allí cuando dos carritos de comida callejera nos tentaron a hacer un stop sin quererlo. Uno ofrecía los característicos milos quente (granos de choclo hervido con sal y manteca) y un súper pancho con papas pay, bastante poco saludable (siendo muy benévola) pero que sirvió para recargar energías.
Y a tiempo llegamos al Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de São Paulo. La arquitectura fue lo primero que nos impactó, más luego el acervo cultural que allí reside es tan espectacular como la vista de la ciudad desde su rooftop. En lo alto, accedimos a la primera imagen de los tantos aviones atravesando el cielo de la ciudad, la que se repetiría sin cesar durante toda nuestra estancia. Es que la metrópolis se encuentra en el podio de aquellas con mayor tráfico aéreo del mundo. Es continuo el paso de aviones comerciales, de los más pequeños y los helicópteros que captan la atención del visitante.
Recorrimos la exposición permanente y luego las temporarias que se exhiben en el colosal museo. Luego de la tranquila visita, no podíamos irnos sin disfrutar el 2 x 1 en coctelería de autor ofrecida en Vista, el bar de la terraza. Degustamos un Vista Lemonade compuesto por Jack Daniel’s, Cointreau, refrigerante de limão y espuma de jengibre.
Esa noche la pasamos en el tranquilo barrio de Vila Mariana. En la esquina del hotelito donde parábamos bares y restaurants evidenciaban lo animados que son los paulistas. Así comimos unos pastelitos fritos de carne y de camarones en uno de ellos y a dormir.
Al día siguiente nos esperaba una experiencia de lujo en el hotel Unique de São Paulo. Ubicado cerca del exclusivo barrio Jardins, el hotel ultra contemporáneo fue diseñado por el arquitecto Ruy Ohtake, hijo de la brillante artista Tomie Ohtake. Elegancia, innovación, espectacularidad son algunas de sus características, adicionando lujo, tecnología, confort y extrema amabilidad del personal. Sorprenden tanto los espacios comunes y las suites como el trato hacia el huésped. Todo es exquisito.
Al llegar, Clayton nos dio la bienvenida con una copa de Veuve Clicquot, nos hizo un recorrido personalizado por las instalaciones y nos guió hasta nuestra moderna y armoniosa habitación en el séptimo piso con hermosa vista al Parque Ibirapuera desde la singular ventana redonda. También nos llamó la atención el sistema de ventana que la dividía al baño mediante una ventana elevadiza. Allí nos servimos un café nespresso con los frutos rojos y chocolates de bienvenida para luego disfrutar del Body’N Soul fitness center, con sus toques de colores brillantes e intensos definiendo los espacios. Además de las usuales prestaciones de todo spa, como sauna seco y húmedo y pileta climatizada, el hotel ofrece un divertido tobogán para ingresar en ella. Hasta la música ambiente se puede escuchar bajo el agua gracias a un sistema especial.
Luego, quisimos conocer el solárium y su pileta roja de veinticinco metros del rooftop, en la que también suena la música bajo el agua.
El edificio; los detalles, como el jardín diseñado por Gilberto Elkis; las obras de arte, como la escultura de San Jorge y El Dragón de la escuela de Aleijadinho; el mobiliario, como el sofá de los hermanos Campana, la Bosa Lamp de Jaime Hayon o la elegante Lilith Lamp, y ni qué decir del Charleston de Mooi, componen este bien peculiar hotel que hace honor a su nombre, pues la estancia allí se siente única.
En la noche, fuimos a Skye, el restaurant en la azotea, en tributo a la vocalista de la banda británica Morcheeba, Skye Edwards. El banquete fue 100% local, incluyendo por supuesto el vino, un cabernet sauvignon de la bodega Bueno, en la Campanha Gaúcha. Iniciamos con el icono de la casa, un pastel de langostinos y cangrejo servido en una ostra al estilo brasilero; continuando con un Risotto PF que resaltaba los sabores del país, con porotos, carne braseada, salchicha brasileña, queso fundido, kale, banana empanada frita y el característico cajú; finalizando con seis porciones de atún rojo al estilo japonés. De hecho, São Paulo es una de las ciudades con mayor cantidad de habitantes de ascendencia japonesa en el mundo. Y antes de descansar en nuestra divertida suite, conocimos el también impresionante bar del lobby, The Wall, un tributo a Pink Floyd diseñado por Ingo Maurer, con una iluminación vanguardista y una variedad de tragos, destilados y espirituosas fenomenal.
La estadía, además de un mimo al esplendor, fue una visita guiada por el mundo del arte y diseño contemporáneo.
Al día siguiente, tomamos el desayuno en el Skye con una vista privilegiada de la ciudad, mientras los aviones que despegaban de Congonhas ornamentaban la escena.
En la tarde, luego del check out, nos dirigimos a la célebre Avenida Paulista, pues otra cita con el arte nos esperaba en el MASP, el Museo de Arte de São Paulo. Era el día de ingreso libre por lo que una importante fila precedió el ingreso. El impactante edificio del Assis Chateaubriand fue diseñado por la arquitecta Lina Bo Bardi en el año 1958 y contiene una significativa colección de arte, quizás la más importante de América del Sur. De su acervo se exhiben obras de la antigüedad clásica, del renacimiento, del impresionismo y de artistas locales modernistas y contemporáneos.
Para nuestra fortuna, en el primer piso -además- se presentaba una inolvidable muestra temporaria de Paul Gauguin. Todo un lujo.
Luego de la visita conocimos el Centro Cultural Fiesp también en Avenida Paulista, para luego dirigirnos al bar The View, en el rooftop del hotel Transamerica Prime International Plaza. El brillo que probablemente supo tener el bar y que le permite mantener la calificación de google no subsiste en la actualidad, ni en su estética noventosa ni en la calidad de los tragos, pero @tripticity_ siempre disfruta de un aperol spritz en las alturas.
Tras el descanso en Mercure Hotel Paulista, un tres estrellas muy bien ubicado en el corazón de la avenida, nos dirigimos al centro histórico para un walking tour que prometía conocer las principales atracciones del barrio. Iniciaba en el Teatro Municipal aunque la guía se vio demorada en razón del caótico tránsito de la ciudad, por lo que ya arrancamos un poco a contra mano. Es la zona donde más personas viven en las calles, lo cual genera un gran impacto en el ánimo.
Comenzamos el recorrido por la plaza justo en frente al teatro, la Praça Ramos de Azevedo, desde donde pudimos obtener una panorámica del Viaducto del Chá y la Prefeitura Municipal de São Paulo, el histórico edificio perteneciente a la familia Matarazzo, con su bien tupido jardín en la azotea. Luego pasamos por el bar más antiguo de São Paulo, el Guanabara, en donde hicimos un stop para escuchar la singular historia del edificio Martinelli. Fue el primer rascacielo de Brasil, alcanzando doce pisos en una primera etapa, más la tozudez del señor Giuseppe Martinelli quiso que se elevara hasta los veintiocho piso o andares (como se dice en portugués) y para lograr la máxima altura mandó a construir su casa en lo alto.
Desde allí, paradas en el monumento al Zumbi dos Palmares en reconocimiento a la población afrodescendiente y en el importante Centro Cultural Banco do Brasil, en el que @tripticity_ disfrutó mucho la exposición del Studio Drift, que utiliza la tecnología para evidenciar los fenómenos de la naturaleza, diseño, delicadeza, música y movimiento. Una belleza.
Terminamos en el Patio del Colegio (Pateo do Colegio), lugar histórico donde sucedieron los orígenes de la ciudad de la mano de los jesuitas.
Para entonces ya nos habíamos conectado con otros latinos con quien compartíamos el tour, por lo que decidimos partir en grupo en una caminata corta, por la zona más picante del barrio, hasta el fantástico y vibrante Mercado Municipal de São Paulo. Las frutas, verduras, carnes y otros alimentos del mundo que se exhiben y venden lo hacen sumamente colorido. Además, en el piso de arriba varios puestos ofrecen la comida típica de la ciudad y del país. Optamos por O Brasileirinho para degustar el tradicional sandwich de mortadela y queso caliente. Es gigante y bien sabroso, aun cuando la señora @tripticity_ no es ni por cerca fan de la mortadela.
De regreso al centro histórico, visitamos el Museo Bovespa que cuenta la historia del mercado de capitales y cómo funcionaba la bolsa de valores hasta la llegada de internet, en un edificio histórico de estilo neoclásico.
Para terminar con el barrio, probamos un pastel de nata en el bar María Cristina, promocionado como “el mejor dulce portugués que usted comerá en su vida”, pero lo cierto es que fue una masita mediocre y de sabor bastante desagradable.
Y finalmente conocimos el peculiar SubAstor Bar do Cofre, que se ubica en la que fueran las instalaciones de la caja de seguridad del banco. Además de divertido, los tragos fueron memorables, deliciosos y bien presentados: un Whisky Sour a base de bourbon y una versión del Manhattan con cachaça.
Como ya se hacía la hora de salida del trabajo de los locales, momento en el que colapsan las calles de la ciudad, aprovechamos el transfer gratuito que ofrece el Centro Cultural del Banco do Brasil hasta Rua da Consolação, desde donde tomamos un Uber para llegar al Mirante - Sesc para obtener una postal de la Avenida Paulista.
Justo enfrente se encuentra el fascinante Instituto Itaú Cultural, que exhibe una muestra permanente de objetos curiosos relacionados con la historia de Brasil y América, como mapas y fotografías; otra sobre aves del gigante país así como salas de exhibiciones temporarias. La suerte quiso que disfrutásemos una que narraba la historia del street art, una de las manifestaciones culturales favoritas de @tripticity_.
Y casi al lado se encuentra la tradicional Casa de las Rosas con su bien bonito jardín.
Terminamos esa maratónica jornada en el Shopping Patio Paulista, para saborear una abundante porción de comida chatarra tex mex, Taco Bell.
En la mañana era momento de pasear por la vanguardista Rua Oscar Freire. Allí, tiendas de diseño e interesantes galerías de arte moderno proponen una bien entretenida caminata. En particular, nos interesó Urban Arts, la galería que exhibe obras vanguardistas.
Desde allí una caminata en subida hasta el impresionante Instituto Moreira Salles y el Conjunto Nacional; seguida de una marcha firme por toda la Avenida Paulista, admirando la arquitectura de los altos edificios para conocer la Japan House São Paulo, donde no habíamos llegado a entrar el día anterior. Y valió el esfuerzo pues no solo el edificio minimalista es fenomenal, sino que la muestra de miniaturas de Tatsuya Tanaka nos resultó deslumbrante. Además, pudimos disfrutar de un rico té en Aizomê Café con un Ice Moti sabor chocolate y morango (frutilla). Una paquetería.
Nuestra última jornada en la ciudad la dedicamos exclusivamente a Vila Madalena, el barrio bohemio y super cool de la ciudad.
Tomamos un Uber de unos veinte minutos desde el Mercure Hotel Paulista hasta el Selina, el lindo hostel de estilo contemporáneo que siempre ofrece buena ubicación, habitaciones sencillas y buen baño privado. Allí dejamos nuestras carry on y seguimos hasta el punto de encuentro del walking tour para conocer los bien particulares barrios Pinheiros y Vila Madalena.
El recorrido tomó unas dos horas, mientras conocíamos la historia de Brasil y la de los artistas a cargo de los graffitis más significativos del vecindario; en especial la historia de Nego Vila, un integrante de la Familia Beco, comunidad que se formó alrededor de Beco Do Aprendiz y quien fue muerto por un policía en una trágica noche durante la pandemia.
Caminamos por la zona de bares y restaurantes terminando en Batman’s Alley, el famoso callejón completamente intervenido por artistas en sus muros.
Al finalizar el tour nos dirigimos hasta el Instituto Tomie Ohtake. Magnífico edificio, también obra de Ruy Ohtake, que aloja exhibiciones temporarias de arte, teatro y galerías. Además de la belleza arquitectónica la muestra que se exhibía resultó súper interesante. Se trataba de A Coleção Imaginária, el conjunto de obras que el galerista y coleccionista Paulo Kuczynski planteaba como las integrantes de su listado de obras que elegiría si pudiera tenerlas a todas. Maravilloso.
Después de extasiarnos con la muestra, era hora de malcriar al sentido del gusto, por lo que caminamos a través del lindo barrio hasta Coffee Lab, una cafetería vanguardista y sibarita. Optamos por el ritual que invita a comparar un espresso de 30ml y uno de 60ml para descubrir el dulzor y amargura de las distintas propuestas de café, lo acompañamos de un flan de coco con calda de café.
En la noche, nos despedimos de la ciudad con una cena de autor en Corrutela, un restaurant de cocina de autor que propone platos hechos a base de ingredientes locales y que invita a experimentar sus sabores. Ordenamos para iniciar los camarones con chuchu (un vegetal bien fibroso) al pesto de manjericão de limão, y de principal una polenta con shiitake, kale, porotos y queso. La cena pedía a gritos un espumante y así fue, un brut Regeneração de bodega Família Kogan.
Al partir a la mañana siguiente al Aeropuerto Internacional de Guarulhos, mientras observábamos por la ventanilla del auto la inmensa ciudad, siempre caracterizada como la mole de cemento sin límites, no pudimos sino coincidir en lo agradecidos que estábamos de haber disfrutado una gran ciudad, habitada por personas espectaculares siempre dispuestas a dar una amable charla o resolver cualquier inquietud. Y así nos despedimos, ¡con ganas de volver!