Quito
Una escapada de tres días a la capital de Ecuador
A solo dos vuelos desde nuestra ciudad, con una muy buena conexión en el agitado aeropuerto Jorge Chávez de Lima, resultaba tentador pasar un fin de semana en Quito, la primera ciudad en ser declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, junto a Cracovia, en 1978.
Célebre por su centro histórico, por su ubicación y por el clima de altitud, que no cambia nunca. Claro, el sol sale y se pone siempre a las 6 de la mañana y tarde y la temperatura se mantiene bastante uniforme durante el año, un tanto fresca, por la altura. Se encuentra en la región interandina del Ecuador, sobre la hoya del río Guayllabamba, en las laderas occidentales del volcán Pichincha, a un promedio de 2850 msnm. Por esa razón es considerada, después de La Paz, la segunda capital a mayor altitud del mundo.
Una vez que terminamos los trámites migratorios en el moderno aeropuerto internacional Mariscal Sucre, tomamos un Uber hasta nuestro hotel en La Floresta, donde nos asignaron una suite en el último piso con vista a la ciudad e, incluso, a la Virgen Alada.
El viaje tomó cerca de cuarenta y cinco minutos y costó unos U$25.
Nos alistamos y partimos rumbo a la Basílica del Voto Nacional, diseñada por el arquitecto francés Emilio Tarlier, inspirado en la catedral de Notre Dame. La iglesia fue construida en el siglo XIX con la intención de consagrar la República del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús. De estilo neogótico es una de las más destacadas de América del Sur y cuenta con mucha ornamentación, sobre todo las gárgolas que representan la fauna ecuatoriana.
Es posible subir a las torres, de unos 115 metros de altura, para admirar el paisaje de la capital. El costo de ingreso a la iglesia es de U$2 y el ticket a las torres de U$4. Una opción para quien no quiera subir a las torres es cruzar al bar del frente, el Mirador Basilica Rooftop, principalmente por las vistas.
Continuamos rumbo centro histórico de Quito, por la Calle de las 7 Cruces, la García Moreno, una de las más antiguas de la ciudad, que cruza la parte colonial. Al final se convierte en una escalera que sube la colina El Panecillo, pero la recomendación es no hacerlo sin un local pues se sabe peligroso el barrio que se debe cruzar para llegar hasta su cima.
Andar por las empinadas calles del centro histórico, atravesando sus plazas y conventos, aun sin tour, es un plan imperdible para apreciar la muy hermosa arquitectura colonial española reflejada en iglesias que datan de hace más de cinco siglos.
Nos desviamos un momento hasta la plaza del Teatro Nacional Sucre. Luego nos dirigimos hacia el Convento de San Agustín.
De allí, hasta la plaza Benalcazar, donde se encuentra un busto en su honor. A Sebastián de Benalcázar se le atribuye la fundación de Quito, el 6 de diciembre de 1534. En su honor se levantó una estatua, y junto a ella probamos uno de los típicos dulces callejeros ecuatorianos, el particular mango con vinagre y sal.
Siguió la Basílica de Nuestra Señora de la Merced. El edificio, como casi todos los históricos del centro de Quito, es de color blanco. Era sábado por lo que las calles estaban muy concurridas de locales que paseaban y de innumerables carritos ofreciendo otros manjares, desde frutas troceadas hasta unas suculentas salchipapas e, incluso, cuero de chancho a la brasa. De no creer.
Luego nos dirigimos hasta la Iglesia y Convento de San Francisco, con su muy colorida plaza. Es conocida como ‘El Escorial del Nuevo Mundo’. Un muy importante conjunto arquitectónico religioso del año 1537. En su claustro se destacan las obras de la Escuela Quiteña y su entrada es gratuita.
La plaza de San Francisco es una de las más grandes de Quito. Allí sobresale el señorial hotel Relais & Châteaux Casa Gangotena.
También se encuentra la casa de chocolates Yumbos y la cervecería Sinners.
Nos perdimos entre los miles de locales que iban por las peatonales hasta la Iglesia de la Compañía de Jesús, para maravillarnos con sus muros tallados y bañados en oro. Tiene un costo de ingreso de U$6.
La fachada en piedra volcánica no es tan extraordinaria como la de San Francisco, mas lo que sorprende es su interior. Es absolutamente imperdible. Una joya barroca española del siglo XVII.
De camino a la plaza de la Independencia, hicimos un stop en la Iglesia de El Sagrario, ubicada -por supuesto- en la calle de las Siete Cruces.
Una vez en la plaza de la Independencia o Plaza Grande, en pleno corazón de la ciudad, nos divertimos con los vendedores de ponche, una espuma de clara de huevo con azúcar. Ellos, impecables en un uniforme blanco y gorro, como marineros, muy tradicionales de Quito. Por supuesto probamos el manjar local. Bien dulce.
La plaza es la principal y a su alrededor se encuentran otros varios edificios icónicos como el Palacio Carondelet, sede del gobierno del presidente en Ecuador; la Catedral Metropolitana; el Palacio Arzobispal; el Palacio Municipal y el Hotel Plaza Grande.
Luego nos dirigimos hasta la plaza e Iglesia de Santo Domingo, de camino hasta La Ronda, la célebre callecita donde las noches son animadas, con sus bares y restaurants pintorescos.
Regresamos hasta la plaza San Francisco, teníamos una cita con el señor @tripticity_ en la azotea de Casa Gangotena. Con una descomunal vista al complejo arquitectónico colonial y a la animada vida de plaza, ordenamos tragos de autor y un picoteo de mar. Antes de que oscurezca, pues la cosa en Quito en términos de seguridad manda a andar con precaución, máxime por esos días que los problemas de cortes de electricidad y agua tenían a la población revuelta, tomamos un Uber y volvimos a la comodidad del NH Hotel para descansar.
Al día siguiente, habíamos contratado a Jhonny de El Guia Tours para hacer el recorrido por la mitad del mundo.
En Ecuador la mitad del mundo está señalada por una línea amarilla que divide los hemisferios norte y sur.
Luego de un viaje de cerca de una hora, llegamos al Museo Inti Ñan, donde fuimos guiados por personal del complejo, quien va relatando las características de su país y la historia del descubrimiento de la latitud cero.
Luego nos invitó a realizar varios experimentos, tanto de equilibrio y gravedad como el experimento del huevo, en el que hay que lograr que el huevo quede parado sobre un clavo, por obra, justamente, de la ley de gravedad.
Luego, Jhonny nos buscó para llevarnos al Monumento de la Mitad del Mundo, un complejo turístico en el que -además- del obelisco hay pequeños museos con obras del artista Oswaldo Guayasamín, artesanías, un tren para un mini paseo y restaurantes.
Tuvimos un tiempo libre que aprovechamos con eficacia, un paseo bien para familias y niños, donde se toman las fotos pisando los dos hemisferios al mismo tiempo.
La línea ecuatorial tiene unos cuarenta mil kilómetros en todo el mundo, atraviesa océanos y trece países, pero es justo en Quito, en verdad a unos 30 kilómetros del centro de donde se encuentra este punto de referencia geográfico, el cruce imaginario de la línea ecuatorial, que divide el planeta en dos hemisferios y cuya latitud es 0º 0´0´´.
Una aclaración: la línea ecuatorial no pasa justo por el Monumento sino a unos metros, en el Museo Intiñán.
Luego nos subimos nuevamente a la camioneta de Jhonny para cruzar la ciudad rumbo al Teleférico. Fue allí cuando nos ofreció a modo de snack un helado de Salcedo, de varios sabores y colores.
Subimos el TeleferiQo por suerte cuando el cielo se había despejado.
Es el teleférico más alto del mundo.
Es fundamental llevar un abrigo, porque se alcanza los 4050 msnm. La vista de la ciudad es alucinante. Toma unos veinte minutos el recorrido hasta la cima del cerro Cruz Loma, en la ladera del volcán Pichincha.
Tomamos las clásicas fotografías en el columpio que da la sensación de volar sobre Quito y bajamos.
Otro viaje con Jhonny hasta el Panecillo, un mirador del centro histórico, y en el que se encuentra la icónica Virgen Alada de Quito, una estatua plateada de unos 40 metros de altura la que se puede ver desde distintos puntos de la ciudad.
Para entonces terminaba el tour, por lo que le pedimos a Jhonny que nos dejase en el centro histórico, queríamos visitarlo nuevamente.
Luego, nos dirigimos hasta Vista Hermosa, un restaurante con una panorámica impresionante, justo al lado del Parque Itchimbia. Todo un espectáculo de la Basílica del Voto Nacional y de la ciudad toda. Ordenamos unos spritz y un pulpo como appetizer, mientras el sol caía y las luces empezaban a encenderse.
Pronto, volvimos al barrio del hotel, pues habíamos hecho una reserva en el restaurant de autor Achiote. Una paquetería gastronómica. Allí nos ofrecieron probar el vino ecuatoriano. Ordenamos un chardonnay costeño, el Enigma, de la Bodega Dos Hemisferios, para acompañar una cazuela de plátanos y frutos de mar y unas gambas con jugo de coco. Delicioso, gourmet. Para el postre, fuimos por la degustación, en el que obviamente resaltó el de chocolate ecuatoriano. Extraordinario.
El último día, después de haber corrido esas dos jornadas anteriores, lo tomamos con calma. Decidimos conocer el barrio del hotel.
La Floresta supo tener su encanto, con galerías de arte, cines y amplia oferta gastronómica, un toque hipster, en el que su street art de hace un década se muestra un tanto raído.
Hace un tiempo muchos artistas se instalaron en la zona, por lo que aún quedan murales en las paredes del barrio.
No podíamos irnos de Quito sin probar el chocolate en su versión bebible. Optamos por Paccari, con su propuesta de chocolate orgánico premium. Pedimos dos versiones, la del 100% y la de 70% de cacao, esta última, suculenta y espesa. Si bien el chocolate caliente no es de mis favoritos, amante nata del té y adquiriendo conocimiento de café gracias al señor @tripticity_, me animé y lo probé. Rico, sí. Diferente. Claro, nunca lo tomo, menos en las mañanas. Pero estuvo bien.
Para el mediodía, antes de partir al aeropuerto, decidimos darnos una panzada de pulpo en el restaurant El Pulpo del Chef. Otro extraordinario hallazgo del señor @tripticity_. Fue allí donde finalmente probé los patacones, una versión de plátanos verdes fritos pero con cangrejo, pulpo y langostinos. Y de principal un risotto con pulpo a la plancha inolvidable.
Saciados con la gastronomía y arquitectura colonial de Quito, partimos rumbo al aeropuerto, agradecidos por ese fin de semana express ecuatoriano pero lleno de matices.