Puerto Madryn

Contacto marítimo en la Patagonia

La ciudad chubutense de Puerto Madryn es conocida por el espectacular avistaje de fauna marina que ofrece.

Se ubica justo frente al Golfo Nuevo, lo que garantiza a los gigantes mamíferos del océano concretar su etapa reproductiva, ya que en esas tranquilas aguas encuentran alimento suficiente y el ambiente propicio para el crecimiento de las crías.

Si bien no tiene una gran infraestructura turística, es un gran destino orientado a amantes del buceo y a grupos familiares con menores, que prácticamente garantiza la experiencia de ver animales bien de cerca y en su hábitat.

Aprovechamos un feriado largo de octubre, de modo de combinar el fin de la temporada de la ballena franca austral (junio a diciembre) con el inicio de la temporada del pingüino de Magallanes (septiembre a abril).

Elegimos el excelente hotel La Posada, tipo boutique, con pocas habitaciones y más personalizado. De hecho, fue Brenda, la cordial recepcionista, quien nos asesoró sobre las actividades y tours disponibles.

Las habitaciones no son muy grandes pero son cómodas. Se destaca el jardín, con su pileta climatizada, y su restaurant, a cargo del chef salteño Pablo Blanco, el que ofrece un menú variado, ideal para aprovechar luego de un día de tour, de esos más agotadores.

Tras el check in, caminamos por la costanera hasta el centro de la ciudad.

Esa noche elegimos el Náutico Bistró de Mar, para una cena temprana, disfrutando un bonito atardecer con vista al mar. Obviamente, ordenamos los mariscos bien típicos y frescos de la zona.

Al día siguiente, nos esperaba el ansiado tour a El Pedral para conectar con los pingüinos, aprovechando que era época de reproducción.

El transfer hasta el campo es un tanto tedioso pues se trata de un camino de ripio que toma casi dos horas.

Primero hicimos un stop en Punta Ninfas, para una monumental panorámica del ingreso del Golfo Nuevo, con su alto acantilado, los colosales elefantes marinos retozando debajo en las playas y su histórico faro. El paisaje es imponente.

De allí, un corto viaje hasta la estancia El Pedral para emprender la caminata de más de una hora para ir descubriendo los pingüinos en su etapa reproductiva. Las aves salen del mar y buscan en la playa el mejor lugar para sus huevos. El tour es recomendable pues son grupos chicos lo que permite que los pingüinos no se molesten con los visitantes.

Cada septiembre, una colonia de pingüinos de Magallanes se instala en la costa de la estancia. El nido lo arman entre arbustos, por lo que terminan ellos sorprendiendo a los visitantes cuando aparecen con su mirada curiosa y su pico largo.

Al principio, solo algunos, mas mientras uno va acercándose a la playa cada vez aumentan en cantidad.

Ya en la pedregosa playa la escena fue inolvidable. Bien simpáticos, estos ejemplares salen del mar y emprenden su caminata hasta los nidos. Sí, salían y entraban componiendo una panorámica en ese paisaje desolado de la costa del mar argentino, con el sonido de las olas rompiendo.

Pronto Rita, la guía, nos instó a regresar, lo que nos resultó inexplicable pues ese lugar invitaba a quedarse un buen rato contemplando tanta belleza en silencio. Fue sin dudas lo mejor del día.

De vuelta en el casco de la estancia nos esperaba un típico almuerzo regional muy bien orquestado por Alfredo, oriundo de Salta.

Para empezar unas empanadas de carne, siguió el chorizo, como preludio al famoso cordero patagónico a la cruz y ensaladas varias. El señor @tripticicty_, carnívoro de alma, juzgó de antología el trabajo de Alfredo. Bien regado con tinto mendocino, el postre del menú fue ensalada de fruta.

Luego visitamos la casona, convertida en hotel, construida a principios del siglo XX por pobladores pioneros que se instalaron en la zona. Luego del té, torta galesa incluida, regresamos a Puerto Madryn para aprovechar las comodidades del hotel y descansar, antes de la cena en su restaurant, unas vieiras gratinadas en bechamel, mini pulpitos en escabeche y langostinos apanados. Muy pero muy bueno ese tapeo.

Cuando despertamos, luego del desayuno, un taxi nos llevó hasta el centro de la ciudad. En el local de Fiorasi Rent a Car, frente a la rambla de Madryn, tomamos nuestro auto de alquiler para hacer la visita a la Península Valdés.

Cabe resaltar la labor de la agencia, pues no siempre las experiencias de @tripticity_ con el alquiler de autos fueron satisfactorias. En el caso de Fiorasi destacamos la claridad y sobre todo la sensatez y buena predisposición de su personal.

Hay que prever tiempo para el ingreso al área protegida, pues se requiere del pago previo de ticket lo que puede demorar al incauto en temporada alta. Si bien en nuestro caso fue rápido, nos comentaron que puede generar retrasos y pérdidas de excursiones.

Primero, hicimos un rápido stop en el mirador de Isla de los Pájaros, la que según la leyenda local sirvió de inspiración para la célebre ilustración de la boa que se tragó un elefante del libro El Principito. Es que Antoine de Saint-Exupéry vivió un tiempo en la Patagonia argentina, en su etapa de piloto de correos, y el contorno de la de isla es muy similar a esa ilustración, que si bien de primeras luce como un sombrero, para El Principito era la aterradora imagen de la boa con el elefante en su estómago.

Tras atravesar la península, por un paisaje bastante anodino, típico de la estepa, llegamos hasta el Mirador Elefantes Marinos y el Mirador de Pingüinos en Caleta Valdés. Lindo, pero luego de la experiencia de la víspera en El Pedral no la sentimos espectacular ni por asomo.

Regresamos por el mismo camino en dirección a Puerto Pirámides. Habíamos contratado –con mucha antelación- el tour para el avistaje de ballenas de Southern Spirit. Es la compañía que ofrece esta excursión a bordo de un semisumergible, el Yellow Submarine.

El tour estaba demorado ya que las ballenas andaban más lejos de lo acostumbrado, por lo que aprovechamos para recorrer el pequeño pueblo desde donde salen todos los tours y nos acercamos hasta el Mirador Atardecer, desde el que pudimos ver a lo lejos una ballena mamá jugando con su cría.

Una vez en el Yellow Submarine, inició el proceso de ingreso al agua, bien divertido.

La embarcación permite observar a las ballenas sumergidas en su hábitat natural. Contarlo resulta sencillo, el tema es conseguirlo… para eso está el operador turístico. En este caso la embarcación tiene una cabina submarina, con ventanas, para observarlas bajo el agua, y una cabina superior, en la cubierta, para el avistaje tradicional.

Es una muy linda vivencia, si bien el ticket es caro, el minuto o minuto y medio en que la embarcación permite estar cara a cara con los cetáceos, hace valer cada centavo.

Emprendimos en el viaje de regreso para cuando el sol se ponía en el horizonte, brindándonos un espectacular ocaso. Teníamos reserva para cenar en Cantina el Náutico, el clásico bodegón de Madryn para disfrutar más langostinos frescos, en su variante al ajillo y con arroz.

En la mañana del último día, antes de partir rumbo a Trelew y Gaiman, fuimos hasta Playa Paraná, en el horario de pleamar, para ver las ballenas acercarse a la costa. Pero se quedaron a lo lejos por lo que la vista fue reducida. Aprovechamos para tomar un refresco en Brava, una cafetería con un menú un tanto escueto y un horario insólito, mas con una vista extraordinaria de la bahía.

Despidiéndonos de las ballenas desde lo alto le dijimos adiós a Puerto Madryn.