Casa Cultural Pedro Lávaque

Arte, diseño e identidad en una residencia histórica

En la calle Camila Quintana de Niño, casi esquina Silverio Chavarría, una gran puerta turquesa abre paso a dos salas de exposición y venta de obras de arte y diseño.
Se trata de la Casa Cultural Pedro Lávaque, una auténtica selección de las mejores expresiones artesanales del norte argentino con un acentuado enfoque contemporáneo.
Tantas veces habíamos pasado de noche, viendo a través de las vidrieras la oscuridad del local cerrado... Finalmente un domingo cerca del mediodía pudimos darnos el gusto, cuando la cálida Gaby nos dio la bienvenida instándonos a descubrir el tesoro que contienen esos muros de adobe.

Ella conoce el origen y la historia de cada artista, tanto como la técnica y los materiales de cada objeto que se exhibe en la casa. Para el buscador minucioso, es un enorme placer informarse sobre los detalles de cada diseño y, así, valorar incluso más la creación de cada artesano.

En verdad, más que una tienda, Casa Cultural Pedro Lávaque es una curaduría que reúne con elegancia y buen gusto la manufactura artística no solo de los Valles y la Puna, sino también del Chaco salteño y otros rincones no tan visitados ni fomentados.
Con una exquisita perspectiva moderna de la esencia tradicional, los estantes sorprenden por la abundancia de producciones: adornos decorativos, ponchos urdidos en telares centenarios, sacos refinados de oveja, alhajas de piedra o hueso, borcegos y zapatos de cuero de admirable manufactura...

Nos sorprendieron los textiles de Jesús Casimiro, artista que trabaja con una innovadora técnica propia que convierte al característico telar en una creación de vanguardia.
Las ovejitas y animales en metal y lana cruda de Juárez de la Cámara siempre son una debilidad para @tripticity_, tanto como la obra de Emilio Haro Galli.

En indumentaria, resaltan los tejidos color tierra, los zapatos de Mafe, los bolsos y carteras en fieltro teñido o los bordados en el característico barracán puneño. Son también muy bellos los bolsitos hechos en chaguar por las comunidades originarias asentadas a orillas del Bermejo y del Pilcomayo.

Cada parte forma un todo muy bien logrado, pues la Casa no sólo abarca el diseño sino también otras manifestaciones como literatura, música y pintura.
En el rincón artístico descubrimos por ejemplo al bandoneonista local Lautaro D’ Amico, quien rescata los típicos sonidos de las carpas bailables del norte. En literatura fue imposible no tentarnos con los versos de Ramiro Trunsky. Músico también, la primera edición de su libro Sintonía está bellamente ilustrada con creaciones de Eva Marcon.

Ramiro es justamente bisnieto de Pedro Lávaque y junto a su mujer, la arquitecta Paola Marcon, fueron quienes proyectaron Casa Cultural. Son curiosos, pioneros y, a la vez, mecenas de tantas manos virtuosas, siguiendo los pasos de Doralba Trunsky, quien tiempo atrás gestó, en la casa heredada, un centro de revalorización de la cultura y la identidad de la región.
Por cierto, su obra se concentra en una construcción histórica: es una amplia y hermosa residencia colonial de techos altos y cielorraso pintado. Fue la morada de Pedro Fortunato Lávaque, inmigrante libanés que se instaló en Cafayate a finales del siglo XIX. Una crónica de un diario local, con motivo del centenario de su nacimiento, lo describe como el pionero del progreso de Cafayate, razón por la cual la intendencia le rindió un “justiciero homenaje” mediante el descubrimiento de una placa recordatoria y una misa en su nombre.

Por eso, Gaby –la atenta comunicadora social que sabe y mucho de diseño- nos invitó a conocer luego el patio contiguo de aire andaluz, en donde se concretan eventos a pedido. A continuación visitamos el enorme jardín de la Vieja Posada.

La sombra de un centenario olivo se convirtió en el lugar perfecto para disfrutar de un glamoroso almuerzo dirigido por Juan Foglia, gerente de la posada, y por Ana, futura sommelier a cargo de La Despensa. ¿En cuántos rincones salteños será posible disfrutar de un banquete bajo un árbol tan bello? Además del patio del molle de Hacienda de Molinos, creemos que en ningún otro… Como lo describe Ramiro:

 
"Ese olivo
se merece una canción. 
Un poema que lo nombre, 
un recuerdo verdadero 
que refleje lo que ha sido, 
lo que es, lo que será”.

Bajo su sombra, un oasis de serenidad a una cuadra de la plaza principal, disfrutamos de tamales, empanadas de carne y de quinoa, escabeches, una fresca ensalada de peras y ricota y una picada, todo junto a la excelsa compañía de un vinito de altura, en nuestro caso un auténtico cafayateño de manufactura del Chavo Figueroa, el Gualiama Oak Aged, un malbec reserva hecho con prensa manual y guardado en roble doce meses.

Para los postres resultó ideal una copita bien fría de Stutz Torrontés Tardío, que se llevó de maravillas con un brownie y un helado de almendrado.

Ese almuerzo glorioso fue el cierre perfecto tras la visita y las compras concretadas en Casa Cultural Pedro Lávaque. Siendo que Cafayate es una ciudad muy relacionada con el folklore y la tradición, al entrar allí uno siente que está recorriendo un local de diseño en Milan, Nueva York o cualquier ciudad de Escandinavia, pero claro, con el orgullo de encontrar y sentir a flor de piel nuestros rastros norteños.
@tripticity_ valora estas gemas culturales y aún más hallarlas en la siempre sorprendente y venerada Cafayate.