Hacienda de Molinos

Hotel con historia y encanto

Los Valles Calchaquíes se distinguen por sus impactantes paisajes y sus centenarios pueblos. Molinos es sin dudas uno de los más encantadores.

Silenciosas calles empedradas, gruesas paredes de adobe, puertas y ventanas pintadas en un intenso verde lo caracterizan. Muy cada tanto se cruza un perrito callejero demostrando con su valiente ladrido el señorío del lugar. Con suerte, quizás algún vecino aparezca también, y de seguro no dudará en asentir con la cabeza para un ameno saludo al visitante. Los Valles Calchaquíes también son eso: la ilimitada bondad de su gente.

En ese entorno se encuentra la Hacienda de Molinos, el hotel boutique que funciona en la antigua casona del siglo XVIII, residencia del último gobernador realista de la Intendencia de Salta del Tucumán.

La tradición cuenta que su perfecto enclave, justo en frente de la iglesia San Pedro Nolasco, permitía al terrateniente escuchar la misa dominical desde la comodidad de sus aposentos, en el cuarto al que se llega desde las escaleras justo al lado del ingreso.

Los restos de Don Nicolás Severo de Isasmendi y Echalar descansan allí, en el pintoresco santuario.

Las habitaciones -confortables e inmaculadas- se disponen alrededor de dos grandes patios de auténtico estilo colonial. Para días de verano, la pileta ofrece una extraordinaria vista al Río Luracatao y, a lo lejos, al Nevado de Cachi. Su solárium invita a distenderse para apreciar el canto de las aves autóctonas que van y vienen de árbol en árbol.

Ese sábado llegamos por la tarde, justo a tiempo para relajar antes de la cena, en la que se lucieron los sabores de siempre (empanadas, humitas y tamales) acompañados de un tinto de altura de la selecta carta de vinos, todos de producción de Molinos, ofrecidos por su restaurante; la perfecta combinación para continuar luego con un descanso memorable en el tranquilo ambiente... aunque el chofer y cadete de @tripticity_ aseguró, a la mañana siguiente, haber experimentado alguna situación en la noche a lo que no dudó en incriminar al otrora amo de la hacienda. Nada para preocuparse ni temer, al fin de cuentas.

Tomamos el desayuno bajo la sombra del gigantesco molle del solar principal. Fue allí cuando descubrimos que no era centenario como lo imaginábamos en cada una de nuestras anteriores visitas a la Hacienda, y tal como aseguran varias notas de medios nacionales, sino que en verdad fue plantado cuando ella fue refaccionada, a principios de la década de 1980.

Luego hicimos un paseo por el Centro de Interpretación que funciona en la que fuese la casa de Indalecio Gómez, una figura clave en la historia argentina que es muy poco reconocida en la actualidad. Allí también se exhiben los productos locales gracias a la Red de Mercados Artesanales, que oficio de buen preludio para seguir viaje rumbo a Seclantás y El Colte en el Camino de los Artesanos para completar la experiencia vallista.