El pueblo y su posada
Puna, silencio e historia
El pequeño pueblo de Yavi, hoy con solo 300 habitantes, fue un sitio muy destacado hace un par de siglos en razón de su ubicación y sus riquezas. Era, por entonces, una obligada posta de paso en el Camino Real del Virreinato del Río de la Plata, a media distancia entre el Alto Perú y Buenos Aires.
Hablar de Yavi es hablar del único marquesado que existió en el actual territorio argentino. El título nobiliario oficial fue del marqués del Valle del Tojo, aunque fue y es conocido como marqués de Yavi, por constituir este pueblo su asiento principal. El último de ellos, Juan José Feliciano Fernández Campero y Pérez de Uriondo, apoyó a las fuerzas independentistas, lideradas en el norte por Martín Miguel de Güemes. Auxilió al Ejército del Norte aportando caballada, granos y, sobre todo, tropas para el combate; razón por la cual, cuando fue apresado en una emboscada por los realistas, fue enviado al exilio y murió camino a España, durante una escala en Jamaica.
El color del pueblo es el del adobe de sus casas, que contrasta con el verde de los alrededores. Conocido como “el oasis de las puna”, sus calles, apenas animadas por unos pocos perros somnolientos y aburridos, son de piedra bola. Es que los yaveños son agricultores y, dada la dureza del clima, trabajan en las fincas de las cercanías desde media mañana hasta casi el atardecer.
Quien llega a Yavi -probablemente- tiene como objetivo entrar en su histórica iglesia de San Francisco de Asís, cuya excepcional ornamentación se encuentra muy bien conservada... Pero son varias las sorpresas que ofrece este recóndito pueblo del norte argentino.
Para empezar, su hermosa plaza arbolada con altos olmos, sauces y álamos. Caminar por sus vacíos senderos te hacen sentir como en una película del lejano oeste.
Luego sus atardeceres, en los que el naranja radiante se adueña del horizonte, sobre todo en el tramo de la ruta provincial 5 que conecta a Yavi con La Quiaca hacia el oeste; al sur, los rayos postreros se reflejan en el Cordón de los Ocho Hermanos, una formación montañosa de extrema belleza. Durante nuestra visita tuvimos la fortuna de que el sol decidiera recostarse justo al final de la recta, mientras una tropilla de asustadizas vicuñas se mostraban cerca. Se sintió como un especial regalo presenciar esa escena. ¡De las mejores puestas de sol de @tripticity_!
Otro hallazgo fue la Posada Tika, en la que decidimos hospedarnos.
Atendida por sus dueños, cuenta con siete pequeñas habitaciones bien equipadas y con una cálida ambientación.
Para la cena, Silvia -de profesión arquitecta pero amante de la buena cocina- ofrece a los huéspedes una cena de tres pasos con productos locales de estación; para empezar, un tabule de quínoa con menta, cebollita de verdeo, tomate, un poquito de cilantro y otras tantas aromáticas; luego fue el turno del principal, un pastel de papas collarejas y cordero braseado al malbec, con tomatitos al horno de guarnición. A la hora de los dulces, la milhojas de manzanas en compañía de una pavlova.
Bien temprano en la mañana disfrutamos del desayuno, también servido por los anfitriones en la sala comedor: panes, budines y galletitas de canela y jengibre, todo casero. Después nos esperaban las visitas a la Iglesia de San Francisco de Asís y al Museo Provincial Casa Hacienda del Marqués de Tojo, para completar la experiencia de puna e historia en su más pura belleza.