¿Y si te pilla una fiesta popular en Puerto Rico?
“No hay mejor guía turístico que los consejos del local...”
San Juan de Puerto Rico es una ciudad costera desde la que zarpan muchos cruceros hacia el Caribe.
Mi buena fortuna me permitió llegar el último día de la celebración de la Fiesta de la Calle de San Sebastián. Aquel conductor de Uber, ansioso por terminar su jornada y unirse a la juerga, se pasó todo el recorrido relatando lo maravillosa que sería esa tarde.
Para un viajero apasionado, nada mejor que recibir el consejo desinteresado y erudito de un local. Por ello sus palabras hicieron eco y una vez hecho el check in en la moderna “carabela”, que nos llevaría a conocer las Antillas Menores, decidimos desembarcar por unas horas a pasear por el Viejo San Juan, sin saber el júbilo que nos esperaba
A medida que subíamos por las calles desde el puerto, apreciando la colorida arquitectura colonial y el majestuoso Castillo de San Cristóbal en lo alto, la música se adueñaba de cada rincón.
El distrito histórico se define por sus pasajes de adoquines con nombres tradicionales, así como por el maquillaje de sus construcciones, todas pintadas en vivos colores y con balcones floridos.
Ese domingo las callecitas estaban copadas de familias enteras, grupos de jóvenes, de mayores, en fin, de personas de todas las edades, caminando de un lado a otro y moviéndose al ritmo de los acordes.
Lo insólito es que son muchísimos los artistas que tocan en el festival, por lo que a medida que nos adentrábamos íbamos descubriendo distintas sinfonías y bailes. Las plazas -por ejemplo- estaban dominadas por un gran escenario a cargo de un grupo de músicos, liderados por maestros animadores que hacían saltar a todos; en los interiores de los pequeños barcitos otros grupos hacían lo propio; incluso en el Burger King de la Calle de San Francisco se estremecían los ventanales por la vigorosa rumba puertorriqueña que tocaba una docena de músicos acompañados de sus tambores y trompetas.
Casi llegando al Castillo San Felipe del Morro, se nubló por completo en un santiamén y un tremendo chaparrón se adueñó de esa siesta.
El agua, obviamente, no disuadió la celebración, por el contrario, ya no solo bailaban los boricuas sino también sus coloridas sombrillas. Incluso, me animo a asegurar, la tormenta alimentó aun más el baile.
Así, en medio del aguacero, continuamos perdiéndonos por el centro histórico hasta llegar a uno de los tres ingresos a La Perla. Dios… ¡qué maravilla! Lo colorido del barrio, para muchos el más marginal y peligroso de la capital, el reguetón a todo volumen, los artistas en las esquinas, las olas del Atlántico pegando en el pedregal de la costa, las fabulosas vistas del cementerio Santa María Magdalena de Pazzis, el ambiente tan auténtico y real, era innegable el privilegio de experimentar tamaña celebración comunal. Para cuando salíamos del antiguo asentamiento, en el que se filmó el video del célebre “Despacito”, el sol había asomado otra vez. Llegamos empapados a la explanada del Castillo San Felipe del Morro, una fortaleza del siglo XVI que sirvió de defensa desde la época de la colonia. La escena era perfecta; el impecable pasto verde cual green de golf, el vuelo de los barriletes decorando el cielo al ritmo de la salsa que se escuchaba desde el casco de la ciudad, la dicha de todos disfrutando de su festival, tan contagiosa y vivaz.
Capítulo aparte merece la explosión de sabores típicos que deleitamos en ese domingo de “SanSe”. Por un lado las frituras, en el puestito de venta de bacalao frito donde aguardaban pacientes en una larga fila los puertorriqueños- hasta arepas con queso, todo marinado con la célebre cerveza Medalla, honrada en el glorioso hit “Calma”, o con el ron mezclado con tequila y jugo de naranja en su versión de “Gasolina”, y por qué no con no la piña colada de Barrachina, el legendario bar de la Calle de la Fortaleza.
Como para coronar aquella experiencia, en eso que caminábamos de regreso al puerto y un nuevo diluvio se disponía a hacerse presente, nos topamos de frente con la comparsa de los Cabezudos, un desfile tradicional en el que enormes mascaras recrean personajes típicos de Puerto Rico, mientras se dirigían a la Catedral Metropolitana de San Juan Bautista, ubicada en la Calle del Cristo.
Definitivamente el “SanSe” es la fiesta del año, y de los mejores festivales callejeros, ya que recrea la tradición puertorriqueña resaltando sus costumbres, su alegre música y gustosos sabores.
De regreso a nuestro navío, en la Plaza de Armas, me hice de una camiseta que entregaban en un stand, mojada de pies a cabeza, y encantada me la calcé, orgullosa de haber sido parte de esa fiesta. Para ese entonces sabía que ese aleatorio día se convertiría en uno inolvidable. Y si bien cuando el crucero zarpó y la tormenta se presentó de lleno, anticipando una noche de horribles mareos, la victoria era nuestra por haber honrado el consejo de ese casual conductor y aventurarnos a disfrutar por las calles de San Juan.