Ushuaia 

Fascinante escenografía del fin del mundo

Una escapada de cuatro noches a la ciudad más austral del planeta era de por sí prometedora y, en efecto, resultó una auténtica gran sorpresa.  

Para empezar, desde el avión, vale maravillarse con la silueta de la Patagonia; es que en la ruta aérea a la Isla Grande de Tierra del Fuego se sobrevuela toda su costa atlántica. Luego, el aterrizaje es asombroso pues el Canal Beagle se vislumbra de repente en su inmensidad, rodeado de los últimos picos blancos de la Cordillera de los Andes. 

Arribamos a media tarde, por lo que luego de hacer el check in en el céntrico hotel Cap Polonio paseamos por sus calles principales. El alojamiento se nota recientemente renovado, sus habitaciones son simples pero muy cómodas y pulcras. 

Las expectativas de compras en la única provincia tax free del país se frustraron muy pronto, y solo hubo lugar para la tentación de hacernos de un rosé francés y un turrón español de los auténticos, cual único suvenir que llevaríamos de regreso a casa. Si bien el ejercicio de shopping es siempre encantador, cada día que pasa, cada viaje sumado a la lista confirma el aprendizaje de que no hay mejor inversión que una experiencia antes que un objeto. Por eso aquellos manjares, junto a una lata de centolla, fueron los únicos objetos adquiridos: todo lo demás que nos trajimos fueron los recuerdos de esos inolvidables días. 

La primera cena no podía ser en otro restaurante que El Viejo Marino, célebre bodegón frente a la costa, donde su producto más prestigioso es sin dudas la centolla. Este comedor nos fue recomendado por Nancy, la amable empleada del Museo del Fin del Mundo que nos invitó a recorrer gratis sus muy interesantes salas, que abarcan la historia de la capital de la isla.   

El Viejo Marino no toma reservas y en su puerta, a las 19.40, ya había una decena de personas haciendo la fila para comer.   

Iniciamos con un salteado de langostinos y centolla con ajo y perejil, entrada potente y jugosa; luego siguió la centolla gratinada al parmesano y una sublime merluza negra grillada. Fue esa noche que probé por primera vez ese manjar de las profundidades del mar austral, de sabor suave y textura elegante, casi imposible de conseguir en el resto del territorio argentino. Simplemente delicioso. 

Al regreso sopló un poco de viento, aunque en esos cuatro días el clima nos favoreció completamente, por lo que -en verdad- me fui sin haber conocido las ventiscas de la isla. Cerramos esa noche en el Hard Rock Café de Ushuaia, uno de los más grandes del continente. En verdad su carta de tragos no está a la altura de la marca, bastante rudimentaria y con opciones más propias de una ciudad tropical que de su extrema ubicación. Optamos por una copa de vino y un correcto gin Purple Haze antes de dormir. 

En la mañana nos levantamos ansiosos pues teníamos cita en HeliTours Ushuaia para un paseo por los Andes en helicóptero. Para nuestra suerte no había viento y las condiciones eran inmejorables. 

Las imágenes de Ushuaia y alrededores desde el aire, en la suavidad del vuelo de un helicóptero, fueron sin dudas de película.  

El cielo estaba súper claro, con algunas nubes adornando la escena, por lo que la primera visión de la ciudad -que tiene un aire nórdico- al pie de la montaña y con el canal a sus pies fue alucinante. Luego el hábil piloto encontró un cañadón para ingresar de lleno a los valles fueguinos. Los colores del otoño cubrían las laderas de las montañas y en la planicie resaltaban las manchas marrones de las castoreras. En eso, un turquesa claro se asomó en el paisaje, era la Laguna Esmeralda escoltada por la serranía blanca, todo de una belleza inexplicable. Sobrevolamos el Cerro Castor y su célebre centro de sky.

La atención se centró luego en el aterrizaje en lo alto de una cima de los Andes, para caminar por sus rocas cubiertas con nieve del invierno pasado con una vista panorámica descomunal. ¡Fue allí cuando el aeronauta abrió un espumante y nos instó a brindar en las alturas!  

Para el regreso aún nos aguardaban varias sorpresas: un vuelo rasante sobre la pendiente de la cordillera, una pasada por el hotel Arakur y una última vista espectacular de la ciudad.  

Siguió una caminata por la costanera y un riquísimo tentempié en Juana y Ana, sorprendidos por sus infusiones y sus manjares saladitos y dulces. 

Para el rápido almuerzo optamos por Chiko, otro clásico bodegón fueguino de influencia chilena, donde nos deleitamos con un par de empanadas de mariscos y un pastel gratinado de centolla de lo más apetitoso. 

Una vertiginosa visita al museo del antiguo Presidiario fue la previa para tomar la navegación de la tarde propuesta por Patagonia Explorer que, a diferencia de los grandes catamaranes, efectúa el tour náutico en una embarcación pequeña y confortable con no más de veinticinco personas. 

Primero se goza de una gran panorámica de la ciudad desde el Canal. Luego se avizoran las islas Alicia y Berta donde se aprecia la fauna local: los erguidos cormoranes imperiales -un ave blanca y negra-, los lobos marinos -en sus diferentes especies como de un pelo o de dos pelos-, el cormorán roquero de cuello negro y el jote de cabeza colorada. 

Para cuando llegó la hora de visitar el Faro Les Éclaireurs, el sol empezaba a recostarse aún más sobre la cordillera generando una imagen radiante. Tomamos la foto típica de este destino y emprendimos la vuelta para terminar desembarcando en el Muelle Carello, para una caminata en la isla Bridges en pleno atardecer. Entre los sólidos arbustos que toleran el clima austral sobresalía un fruto rojizo redondito; ante mi pregunta la guía de la embarcación, Paula, nos comentó que se trata de una fruta de nombre chaura. Sin dudarlo me animé a probarla: tiene la textura de una manzana, es dulce y tan chiquita que se siente como un confite. 

Faltaba la cena del día dos… Habíamos hecho esa misma mañana, más bien por azar, una reserva en Kalma Restó. Es un proyecto de Jorge Monópoli, chef que glorifica los sabores fueguinos.  

Para empezar, su cocina de autor es acogedora, elegante y cándida, destacando sin dudas la Cava 57 -donde se estiban excelsas botellas de todas las zonas vitivinícolas del país- y un pez de metal herrumbrado que cuelga en la pared, obra de arte que sirve de presagio y resulta todo un anuncio de la casa, pues allí todo se trata de sabores locales convertidos en arte, en especial esos que vienen del mar evidenciando el amor del cocinero por la pesca. 

Iniciamos con la gentileza de bienvenida, una sopita de vegetales orgánicos de la Estancia Viamonte, cuya huerta a cielo abierto es un desafío al riguroso clima de la isla. Fuimos convidados también con un aperitivo auténtico y colorido, gin con cassis negro. 

Camila nos trajo una focaccia de cebolla morada y salicornia, más la canasta con la panadería junto a una soberbia manteca casera. La salicornia es un vegetal carnoso que crece justo cuando el río encuentra el mar, de agradable sabor salino. 

Esa noche elegimos -por sugerencia del chef- un impresionante malbec patagónico de la bodega Noemia, llamado A Lisa.  

A continuación, llegó nuestra entrada para compartir, un Pancho de Centolla con cachiyuyo, alga característica del Canal de Beagle que Jorge transforma en crujiente snack saladito. De más está reseñar que era una apertura exquisita. Estábamos en eso cuando Jorge se apersonó a la mesa y nos confesó que quería que probásemos el salmón salvaje, ya que nos encontrábamos justo en la temporada de pesca. Venía presentado en forma de tartar junto a huevas también de salmón. 

Tal como señaló el chef cuando nos lo sirvió personalmente, “hay un antes y un después” en la vida luego de comer ese deleite rojo. Es que el salmón salvaje, libre, se diferencia del de criadero no solo por el color intenso de su carne sino por la untuosa textura y el indescriptible sabor. 

Y aún faltaba más. Los principales fueron, por un lado, la célebre y ya para entonces mi favorita merluza negra, acompañada de zanahorias y zuccini, con espuma de calabaza y menta. 

El chofer & cadete de @tripticity_, reincidente en Ushuaia, no dudó en calificar a la merluza negra como el bife de chorizo del mar.  

Y por supuesto nos volcamos otra vez por un salmón salvaje, en esta ocasión grillado con vegetales, simple y lleno de sofisticación.  

Fue entonces cuando Jorge se acercó a nuestra mesa ofreciéndonos una copa de un vino que acababa de abrir y que aseguraba que maridaba muy bien con nuestros platos; así nos sirvió un colosal malbec de Alto Cedro de Finca Los Turcos, cosecha 2012, de La Consulta. ¡Tremendo! 

Para el tiempo del postre, una última sorpresa nos regaló Kalma. Ordenamos al chef que la elección fuera por su cuenta. Y Jorge vino con una perfecta combinación de migas de cacao, chocolate, sal, crema, almendras, salicornias frescas disecadas con un chorro generoso de aceite de oliva de la bodega Zucardi. Un mix contrastante de sabores que se acompañaban y complementaban, sobre todo el de la oliva que resulta curioso probarlo abrazando todo lo dulce del plato. ¡Nos enamoramos! 

Unas últimas aclaraciones: todo fue servido en una vajilla en la que resaltaban los colores de los alimentos servidos. Y a lo largo de la noche Jorge mantuvo su buen humor y cordialidad pese a que, con total desprecio por su trabajo, nueve comensales habían incumplido su reserva sin siquiera darle aviso. Nada menos que casi la mitad de su aforo… y, sin embargo, con toda gentileza Jorge no dudó en mostrarnos su cocina, en donde nos presentó a sus asistentes Emi, Raquel y Vanesa.  

Kalma Restó engrosa, desde esa noche, nuestra lista de restaurantes esenciales de la alta gastronomía nacional.   

La siguiente mañana, bien temprano, nos buscó el chofer que habíamos conocido a nuestra llegada, un salteño simpático que nos ofreció visitar el Parque Nacional Tierra del Fuego. Ermindo González, comprovinciano nuestro radicado en la isla hace más de treinta años y amante de los rigores fueguinos. Durante cuatro horas y media nos fue llevando por los puntos panorámicos más destacados del parque, en un recorrido a contramano de los tours más multitudinarios, por lo que garantizó que concretemos la visita en cierta soledad, además de contarnos su experiencia de vida en el extremo sur. 

Realmente el paisaje desde las bahías Ensenada y La Pataia resultaron bellísimos, tanto como la corta caminata que nos propuso hacer desde el Lago Roca hasta el Centro de Visitantes Alakush. También fueron asombrosos los panoramas de la Castorera y el Turbal. Los tonos ocres, rojizos y amarillos del otoño contrastaban con el azul cristalino del cielo de abril. 

De regreso a la ciudad, nos tentamos con un improvisado brunch en Tante Sara, una confitería en una esquina tradicional fueguina, antes de subir al Cerro Alarkén para hacer el check in en el hotel Arakur Resort & Spa. 

Esta opción viene siendo un win win de @tripticity_. Se trata de parar primero en un hotel céntrico que honre la relación precio/calidad, cosa de concretar las visitas y tours característicos del destino con un buen descanso asegurado. Y, luego, dedicar las últimas noches en un lugar de lujo para disfrutar de sus instalaciones En el caso de Arakur nos salió impecable. Se trata de un hospedaje de primerísimo nivel en la cima de una montaña, lo que le otorga una encantadora perspectiva de toda la ciudad. El ventanal de nuestra habitación orientado al Canal de Beagle realmente era hipnótico.  

Además, el hotel cuenta con un sector de spa en el que descollan la piscina al aire libre, conectada a su vez con la pileta de agua climatizada en el interior. Tomar baños de agua caliente mientas se disfruta la panorámica no tiene precio, sea que se vea el Canal Beagle, la ciudad misma o los Andes con sus cumbres nevadas y sus faldas teñidas de rojo por las lengas. Lo insólito es que el spa abre hasta la medianoche, por lo que la cena conviene reservarla en el primer turno, bien temprano, de modo de evitar la muchedumbre propia de la temporada alta (Semana Santa), para luego ingresar una vez más al sector de spa y disfrutar de las luces de la ciudad, mientras el cuerpo se sumerge en las aguas calientes a resguardo del helado aire austral. ¡Qué combinación! 

Las cenas en su restaurante La Cravia son también destacables. Ofrecen una carta de vinos súper variada y platos con sabores típicos muy destacados. 

La primera noche disfrutamos primero de un tiradito de merluza negra al maracuyá con mousse de palta y rabanitos encurtidos, continuando con una cazuela de centolla a la parmesana y un róbalo con papas fritas y guacamole, todo acompañado de Manos Negras, un pinot noir rionegrino. 

La segunda y última noche nos despedimos con unos infaltables spritz en el bar del lobby, bien matizados con empanadas de centolla. Ya en el restaurante, ordenamos una merluza negra con emulsión de papa y coliflor asado y hojas amargas salteadas en reducción de pinot noir, más un pulpo crocante con berenjenas ahumadas y salsa criolla cítrica. Esta vez la elección fue un espumante Cruzat Cuvée mendocino. Para rematar, un moldeado de chocolate amargo y salsa de calafate, riquísimo fruto rojo patagónico. 

Sin dudas fue un viaje en el que nos fascinamos tanto con la belleza del paisaje como con la bondad de su gente y sus sabores. Especialmente gracias a Jorge, quien nos hizo sumergir en el mundo de los productos locales, y a Ermindo, quien -como todos en Ushuaia- a cuatro mil kilómetros nos hizo sentir tan bien como en nuestra casa.