San Salvador de Jujuy
Historia y gastronomía de primera
La ciudad capital de la Provincia de Jujuy la veíamos siempre de paso en nuestro camino a la Quebrada de Humahuaca. Un sábado de noviembre decidimos saldar la deuda con ella y visitarla.
Dos eran los principales objetivos de la jornada: ver la Bandera de la Libertad Civil y explorar la oferta gastronómica de la ciudad.
Ni bien llegamos, aprovechando la agradable temperatura, decidimos caminar por la peatonal Belgrano para llegar a tiempo al Palacio de Gobierno, un monumental edificio frente a la plaza principal, rodeado de un simétrico jardín en el que resaltan las esculturas de la gran Lola Mora, que representan la Justicia, el Progreso, la Paz y la Libertad. Luego de subir la imponente escalera de tres tramos, la visita al Centro de Interpretación de la Bandera de la Libertad Civil se inicia con la proyección de un video ilustrativo e interactivo de la historia del éxodo jujeño, su trascendente rol en el curso de las guerras independentistas y el reconocimiento que mereció del general Manuel Belgrano.
Cuando la Bandera estaba siendo restaurada, el equipo a cargo descubrió que el bastidor había sido recubierto por una bandera argentina de un celeste más intenso, casi azul. El emblema es de un lienzo de raso, con el escudo aprobado por la Asamblea General Constituyente de 1813 pintado en el centro.
La Bandera de la Libertad Civil se trata del cuarto símbolo patrio, junto a la Bandera Nacional Argentina, el Escudo Nacional Argentino y el Himno Nacional Argentino. Es, claro está, el más joven, oficializado por el Congreso Nacional en el año 2015.
Desde el balcón del Salón de la Bandera se tiene una linda vista a la plaza, por supuesto también llamada Belgrano, que se distingue por sus floridos árboles de magnolia.
Luego, una corta caminata nos condujo al restaurant Viracocha, un bodegón en la esquina de Independencia y General Lamadrid. Empanada de carne a la manera de Jujuy, o sea sin papa; a continuación picante de llama con quínoa, ricota y ají y para el cierre un tremendo suspiro limeño, en su versión local hecha a base de un almíbar de miel de caña. Auténtica comida regional con platos por demás generosos, por lo que se recomienda compartir y acompañarlo con cerveza o, en nuestra caso, con un fresquito rosado de Finca Los Morros, como para ayudar a calmar tanto picor.
Una siesta era a esas alturas un obligado, por lo que hicimos el check in en el antiguo Hotel Plaza, hoy bien administrado por la cadena Howard Johnson by Wyndham. Ubicado en el centro de la ciudad, con muy buenas cocheras, disfrutamos el descanso con un paso posterior por su pileta climatizada y el spa.
Para la noche, la cita era con los manjares sugeridos por Walter Leal en su restaurante Finca Cocina Urbana.
En el centro del Paseo Casa Gamez, con un decorado pulcro en tonos claros, el restaurante propone un menú con preponderancia de ingredientes del interior jujeño, muchos de ellos desconocidos. En el patio, una gran barra conecta al visitante con la cocina a la vista.
Los platos, todos, fueron simplemente exquisitos. Quizás un poco lenta la atención, hay que decirlo, pero siendo oriundos del norte argentino tenemos bien en claro que el tiempo por estas latitudes corre a otro ritmo y es imprescindible manejarse con paciencia.
Al inicio, fuimos convidados con papel de maíz morado con una superlativa cremita de once ajíes de las yungas jujeñas, fermentados por Walter durante un año en miel de caña. Nos sedujo tanto el característico sabor de la propuesta como su original presentación en una planta seca de rica rica, una de las tantas hierbas medicinales típicas de la puna.
Luego un riquísimo pan de papa andina, horneado en una ramita de aguaribay, que ya conocíamos de nuestro paso por Bad Brothers Wine Experience, el restaurant cafayateño que cuenta con el asesoramiento de Leal.
De entrada -sí, recién era la entrada- honramos la sugerencia del día: unas mollejas crocantes en demi-glase de miel de caña y cristales de sal con puré de papa azul y cebolla morada. Para el plato principal el cremoso de maíz rojo era una tentación pendiente desde Cafayate, pero ganaron los ñoquis de papa azul con avellanas tostadas, láminas de trucha ahumada y queso estacionado. El chofer de @tripticity_, en tanto, optó por la tapa de asado en cocción lenta con cremoso de maíz rojo al tannat.
Todo ese festín de gustos fue servido en su distintiva vajilla, pensada por el propio chef, en la que se destacan elementos locales como la piedra laja o la cerámica. La carta de vinos está a la altura y nuestra elección fue un Cabernet Franc Montesco, que lleva la firma del eminente Matías Michelini.
El convite dulce era un característico de Finca que hacía tiempo esperábamos disfrutar: su famosa esfera de chocolate rellena de mousse blanca, acompañada de rica rica, frambuesas, con ganache tibia de naranja que el mismo Walter vuelca sobre la bolita, para ir derritiéndola. Un show en sí mismo, aunque es solo un preludio de la explosión de sabores que le sigue. Mientras lo esperábamos, fuimos invitados con una versión adaptada del clásico turrón de miel de caña, con pochoclos de amaranto y café tibio. ¡Otra delicia!
Dejamos Finca Cocina Urbana con la certeza, aunque no seamos expertos, de que es uno de los restaurantes imprescindibles de la oferta gastronómica argentina. Por su calidad, claro, pero fundamentalmente por su respeto a la ancestral cultura de los pueblos locales.
Al terminar el día, saciados de historia y gastronomía jujeña, no podíamos sino reconocer que la provincia conocida por su célebre Quebrada de Humahuaca se va perfilando como un destino que merece un día extra en la capital, para poder descubrir con calma sus atractivas propuestas.