Rosa atardecer en Ha Long Bay

“El desafío de contratar tours en el sudeste asiático...”

La bahía de Ha Long en Vietnam te maravilla por las formaciones rocosas que emergen del agua esmeralda, todas de arbitrarias morfologías con verdes sombreritos de selva.

Su belleza le valió la declaración de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Es recomendable dormir en un barco pues el atardecer ofrece una experiencia inolvidable.

En mi caso, la exótica panorámica desde el deck se vistió de un rosa intenso que se reflejó en las apacibles aguas. La imagen fue única y su recuerdo todavía genera una automática sonrisa por lo allí vivido. ¡Qué aventura!

Pero no todo fue tan rosa en mi visita...

Sucede que en el sudeste asiático hay tantas ofertas y el rango de precios es tan vasto que la decisión se convierte en todo un desafío, casi como una adivinanza sobre lo que realmente será. Cuando contratas un transfer, si te informan que irán veinte personas, lo más probable es que te encuentres con el doble de compañeros de viaje. Cuando le preguntas cuánto tiempo tomará para llegar y te anuncian una hora, de nuevo: al menos debes sumarle una media hora adicional. Idéntica operación has de hacer para calcular tu grupo en el próximo tour.

Por supuesto que haciendo una inversión más fuerte la certeza se aproxima, pero en términos generales todo es así de incierto por la zona y Vietnam no es la excepción.

Mi visita empezó en Hanoi, su capital, desde allí partía luego la excursión a Ha Long Bay incluida en el paquete comprado a la suerte de Dios vía internet, gracias a aleatorios consejos extraídos de un blog. En esa época, si bien ya se había extendido la contratación online, hacerlo para un país tan distante era todo un reto, por lo que cuando llegamos al moderno aeropuerto internacional de Nội Bài, la incertidumbre se incrementó pues una vez completado el trámite de la visa salimos sin encontrar señales del transfer. Luego de media hora apareció el cartelito con mi nombre. ¡Qué alivio! Esa impuntualidad fue solo el preludio de las innumerables esperas a lo largo del viaje.

Al día siguiente, compartí el traslado de casi toda la mañana en una combi repleta de jóvenes turistas hasta el puerto, donde la cantidad de personas que se movían de un muelle al otro forjó más dudas sobre la conveniencia del paquetito contratado en Dugong Sail Tours.

Finalmente apareció Mr. Bean, el vietnamita de metro cincuenta que se presentó como el guía para la travesía. La mediocre embarcación ofrecía una cabina con baño completo privado y un valioso aire acondicionado en esos húmedos días que superaban los cuarenta grados.

Luego de una corta navegación y un frugal almuerzo, se hizo la hora del paseo en kayak. Todo era tan precario que agradecí contar con un candado de viaje para guardar todo bajo llave. Esa lucidez fue luego valorada al conocer historias de múltiples cosas que desaparecían en ese tipo de tours.

Las vistas desde el kayak fueron asombrosas, sobre todo cuando ingresamos en cuevas en las que, adentro, verdaderos paraísos se abrían camino.

El tour ofrece también una visita a la Cueva de las Maravillas o Hang Sung Sot Cave, con largas estalactitas y colosales salas, parecidas a las que visité en Padirac, Francia; o las Cango Caves, cerca de Oudtshoorn (en Sudáfrica), o las Waitomo (en Nueva Zelanda), o las formaciones calcáreas de las Grutas de Flauta de Caña en Guilin (en China). Sí, hice unas cuantas…

Ya de vuelta en la embarcación, el atardecer se presentó teñido de rosa, reflejándose el cielo en el paño de agua calma de esa bella ensenada. El sosiego al contemplar ese espectáculo natural fue mágico.

Fue tan hipnótico el momento que al día siguiente se impuso extender la estadía por otra noche más, sin saber que la negociación con Mr. Bean no sería del todo conveniente, por lo que en vez de pasar otra noche en el simpático barquito como pretendíamos, fui llevada a Cat Ba Island, a un hotelito de muy fugaces estrellas y sin ascensor, en el que luego de rehusarme por la fuerza a entregar mi pasaporte (el que constituía una preciada mercancía para estas agencias de poca monta) fui invitada a subir a mis aposentos del quinto piso. Una vez más, tras mostrar signos de una personalidad y carácter poco amigables logré que otro operador turístico, también de metro y medio de altura, tome las valijas y haga el trabajo sucio de subir tamaña escalera.

La promesa era un trekking con grandes vistas y la visita a la célebre playa Monkey Beach.

Ninguna de las dos fue memorable. Calor de trópico y humedad en medio de la selva para hacer la caminata el doble del tiempo informado, más una playa con monos intolerantes debido a la invasión de turistas locales y extranjeros, no igualaron las expectativas luego del mágico atardecer del día anterior. Pero lo bueno ya estaba hecho.

A la mañana siguiente, antes de regresar al puerto para las cuatro horas de autovía asiática a Hanói, atravesamos la ciudad flotante de Cua Van, una aldea de pescadores cuya particularidad y características repusieron mi perdida atención.

En Ha Long Bay lo recomendable es contratar los tours más costosos de agencias serias y con buena calificación en sitios de viajes reconocidos; de otro modo, pavorosas sorpresas te alcanzarán de seguro.

Por eso, ¡qué mejor que disfrutar el atardecer en una de las maravillas naturales del mundo con comodidad! Si el presupuesto solo permite barcazas como las que he contado, pues a tener precaución y paciencia (mucha paciencia), guardar el pasaporte, relajarse y disfrutar cual go with the flow.