Pristine Camps

El glamping de Salinas Grandes

Dormir bajo el hiperestrellado cielo de la Puna, en el corazón de las Salinas Grandes, era sin dudas la gran motivación para llegarse hasta Pristine Camps. Al margen del tremendo espectáculo natural, nos asombró también descubrir los detalles sofisticados de sus instalaciones: una decoración encantadora, una gastronomía de primer nivel y un servicio de lujo acorde al alojamiento.

La recepción tiene lugar en el paraje Tres Morros, habitado permanentemente solo por don Andrés y su madre, doña Ascensión, quien a sus 83 años se muestra afable al dialogar con los visitantes. La señora respondió nuestras preguntas y luego hizo las propias, todo mientras tejía sus medias al sol, acompañada por supuesto de los perros del pueblo, bastantes más numerosos que sus habitantes. Todo allí es color terracota, pues las rústicas casas se erigen con ladrillones de adobe, excepto la centenaria iglesia que es de un blanco inmaculado. 

Los vehículos se deben estacionar en el pueblo, pues a las salinas solo ingresan las camionetas autorizadas. 

Pristine obsequia a sus huéspedes una botellita de agua de cortesía y acentúa la recomendación de mantener la hidratación en todo momento, aunque no se sienta sed. Ese es un buen modo de evitar el mal de altura, conocido en el norte argentino como soroche. 

Nosotros, siguiendo la sugerencia de Amanda, quien nos guió en una anterior visita por las Salinas, llevamos el Agua Florida, una colonia peruana que se consigue en los mercados del altiplano. Tres gotitas en las palmas, tres aplausos e inhalar para ahuyentar los efectos propios del apunamiento. 

Waldomar -miembro de la comunidad de Aguas Blancas- nos condujo en la camioneta hacia Pristine Camps. Son cuatro habitaciones totalmente equipadas y un gran domo geodésico en el que se ofrecen las comidas y que sirve de espacio común. 

El glamping responde a tres valores bien definidos: inclusión social, cuidado ambiental y desarrollo económico. Sin dudas es el más glamoroso campamento en el norte argentino, conforme estrictos criterios de luxury camps.   

Cuando llegamos, Sergio, nuestro anfitrión. nos invitó con unos appetizers y jugos naturales, mientras nos brindaba las pautas para la estadía. Luego Noe nos condujo a nuestro domo, todo en tonos claros en armonía con la sal, solo resaltando la madera y algunos rosas de las mantas tejidas en telar. En la heladerita, además de un espumante para el romántico brindis, aguardaban ricos chocolates de producción regional. 

A continuación, Waldomar –Wally ya para todos- nos llevó hacia los piletones de extracción de sal para contarnos el proceso y sacar las divertidas fotos de costumbre. Es que la concesión para explotar ese sector se encuentra a cargo de su familia. 

Al regreso, una deliciosa merienda con infusiones, croissants y dulces locales nos fueron preparando para "the golden hour”. Es que el atardecer en esa blanca inmensidad es simplemente soberbio. La claridad del cielo, la lejanía de la civilización y la nula contaminación lumínica a 3500 metros de altura garantizan colores como de otro planeta. Primero los naranjas, luego los rosas, continuando con un rojo intenso, violetas y al fin la oscuridad. Una a una van entonces apareciendo las estrellas para el último espectáculo del día. 

Unos spritz y gins acompañaron la charla con nuestros nuevos amigos cordobeses, Clara y Diego, con quienes compartiríamos la experiencia. 

Cerca de las 20, Martín, el experto en lectura de constelaciones bajo los parámetros utilizados por los pueblos precolombinos, nos invitó a abrigarnos para salir a disfrutar de ese majestuoso cielo, mientras nos guiaba en su interpretación. Para quien vive en una ciudad, observar la inmensa e iluminada noche representa una conmoción inmediata. Las nubes de galaxias se observan a simple vista y al rato los satélites y estrellas fugaces se van descubriendo todo el tiempo. 

Luego fue el turno del banquete orquestado por la chef Mariana del Río y magníficamente ejecutado por la jujeña Mercedes Vilte, carta armonizada por los excelsos vinos de altura de Bodega Colomé. Para empezar, sopa crema de puerros caramelizados y papines rellenos con trucha ahumada y ricota de cabra. De principal, los elegidos esa noche fueron el bife de chorizo con chimichurri, puré de habas y papines y la bondiola de cerdo braseada a la miel de caña con humita a la olla. Para terminar, mousse de chocolate con helado de frutos rojos y peras en almíbar con semifrío de maracuyá. ¡Delicioso! 

En Pristine Camps la generación de energía se presta exclusivamente por paneles solares y un grupo electrógeno; la calefacción contra el frío de la altura se garantiza con modernas salamancas a leña. Tras la indicación de que no dejásemos que se apagase, confieso que esa noche fueron varias las veces en las que nos despertamos atentos para mantener el fuego, que hizo de nuestra lujosa carpa un gran refugio ante la baja temperatura imperante en el exterior. De paso ojeábamos el paso de las estrellas desde nuestro mirador. Esa noche brillaban con intensidad, iluminando incluso el interior. 

El amanecer montó otro show inigualable de colores y luces. Bien valió la pena aguantar la temperatura bajo cero. 

Luego, un riquísimo y completo desayuno en el domo principal, con huevos, panificados, frutas y jugos frescos, quesos y dulces, como para concluir la experiencia con otra demostración de extraordinaria gastronomía, para luego disfrutar desde los decks de la poderosa vista del gran salar, rodeado de los majestuosos picos nevados de la cordillera, como el Chañi y el Tuzgle. ¡Simplemente una experiencia inolvidable!