Posada Puerto Bemberg
Una casona histórica con alta cocina
La jornada comenzó en realidad 85 kilómetros antes, en la ciudad de Montecarlo. Allí, buscando una posta en nuestro camino iniciado en Oberá, dimos con una pequeña heladería llamada El Indiecito. Sin nada llamativo en su decoración, el agudo sentido gourmet de @tripticity_ hizo una vez más de las suyas. Probamos allí unos helados exquisitos, de gustos poco comunes: semilla de girasol y queso con dulce de membrillo llevaron la delantera, seguidos del maracuyá y rosella.
Ya satisfechos, volvimos a la ruta rumbo a la Posada Puerto Bemberg. A media hora de las cataratas del Iguazú, en Puerto Libertad, este refinado alojamiento ofrece una estadía entre la selva paranaense y el río Paraná. El confort y la amabilidad están garantizadas.
La casa residencia de don Otto Bemberg, inmigrante alemán del siglo XIX que terminó fundando un imperio económico, se alquila completa y tiene a disposición un chef exclusivo. Otra opción más asequible es la posada, con quince habitaciones dispuestas en el corazón de la reserva natural.
Su histórica capilla, diseñada por Alejandro Bustillo, con vista al río, merece una visita, así como también el sendero que bajo la frondosa vegetación conduce al salto Guazú. La pileta, rodeada de un jardín florido, invita a refrescarse en las tardes de intenso y húmedo calor.
Jonathan Benítez, a cargo del área de Alimentos y Bebidas, nos contó que en Puerto Iguazú, en razón de la pandemia y de cuestiones gremiales, los convenios en el sector gastronómico son cortos, por lo que en un humilde hostel familiar te puede tocar un chef de primer nivel y, en contrapartida, en un hotel de cuatro o más estrellas un cocinero sin experiencia. En nuestro caso, tuvimos la fortuna de que el genial Cristian Nuñez, formado en el hotel Gran Meliá Iguazú, estuviese a cargo de nuestro banquete esa noche.
Jonnhy fue por demás generoso. Ya dejábamos la Posada en la mañana dominical cuando lo cruzamos en la ruta. Dimos una vuelta en U con la esperanza de que cumpliese su promesa de hacernos conocer la cava del lugar. El resultado: una hermosa charla, picada y torrontés salteño de por medio, de una larga hora, con intercambio de libros y promesa de un futuro encuentro. ¿La cava? De piedra y ubicada en una posición estratégica de la posada, al resguardo del calor, conserva los vinos detrás de un salón cuyas paredes se ambientan con los diseños contemporáneos del mendocino Eduardo Hoffmann. Allí tienen lugar las catas comandadas por Jonathan.
La noche anterior habíamos podido disfrutar de la cocina fusión, con un impecable menú de tres pasos. Primero croquetas de batata con queso. Las opciones del principal eran un soberbio risotto de calabaza o raviolones de bondiola braseada con salsa barbacoa y tomates asados. Ambos deliciosos. Para el postre, el clásico flan con dulce de leche y los cascotes de mamón en almíbar con queso fresco hicieron lo suyo. La carta de vinos ofrecía una variedad interesante de tintos y blancos. Nuestra elección fue un pinot grigio.
Toda esa ceremonia culinaria la disfrutamos en la sala donde sobresalen la enorme biblioteca construida con viejos tablones del club Newell´s, el piano de cola, las máscaras autóctonas de animales nativos y las pinturas de Hoffmann, mientras que los enormes ventanales permiten admirar la exuberancia de la selva misionera.
Fue también Jonathan quien nos habló sobre una abejita característica de Misiones, llamada “yatei”, bien delgada y sutil, que arma su panal en los troncos. Incluso nuestro apasionado anfitrión nos mostró uno justo en la puerta de ingreso al restaurante, llamado justamente Yateí.
Por las mañanas en esas mismas mesas se ofrece un desayuno local auténtico, con frutas de la zona, jugos frescos, m’beju y chipa.
Luego de ese suculento manjar y la picada, volvimos a la ruta 12 con la certeza de haber acertado en la elección de Puerto Bemberg como escala previa al Parque Nacional Iguazú.