Ponchos, pullos & aguayos

Artes de mi pueblo

Entrar a la tienda de Lavalle esquina Rivadavia, en la resplandeciente Purmamarca, te produce mareos por tanto color. Es una habitación pequeña, un escalón por debajo de la empedrada vereda. 

Se trata de “Artes de mi Pueblo” de don Mauro Vilte, quien ofrece a la venta todo tipo de objetos característicos de la puna. Cuenta que su familia entera es de artesanos; que trabajan la arcilla haciendo platos de cerámicas, adornos, floreros, ocarinas; que está allí desde siempre, pues de niño ayudaba a su mamá Catalina en un puesto de la plaza. 

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Mantas, ruanas, sacos, ponchos, pullos, aguayos, incluso lienzos de barracán de diferentes tonalidades forman interminables filas verticales exhibiendo sus matices más bonitos. Cada tanto aparecen las tulmas de lana de oveja teñidas de los más diversos y vivos colores. Tulma significa adorno y en la cultura andina se utiliza tanto en sombreros como para la identificación de llamas, guanacos o vicuñas. 

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En lo alto abundan los tapices con motivos indígenas o los clásicos paisajes del norte, con la iglesia y los cardones. 

La oferta es tan vasta que justo detrás de los típicos sweaters comerciales -de origen peruano en su mayoría y que se encuentran en cada feria alrededor de cada plaza quebradeña- se consiguen verdaderos tesoros. 

Acaso un poncho antiguo, llamado jalca, tejido artesanalmente con materia prima natural para hacer frente al aire helado de la puna. Se distingue tanto por su tamaño, bien cortito (lo que ayudaba a no dañarlo ni ensuciarlo al realizar las tareas agrícolas), como por su originalidad. Los diseños exaltan la delicadeza de la lana, especialmente cuando se encuentra de alpaca o de vicuña, materia prima extremadamente difícil de conseguir. Por cierto, los camélidos propios de Sudamérica se llaman auquénidos y son cuatro: el guanaco, la llama, la alpaca y la vicuña.

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Continuando la exploración por los estantes, puede encontrarse también un pullo, esa manta rústica de lana de oveja de añares: mientras más gastada, mejor. Cuando bajan los nativos al pueblo, la costumbre manda vender sus abrigos pues es tradición renovarlos. Por eso los tejidos más antiguos son los favoritos, no solo por su autenticidad sino por la historia ancestral que contienen sus fibras. 

¡Verdadera ventura es lograr hacerse de uno de ellos, y si la experiencia sucede en una tienda tan curiosa como la de don Vilte, pues mucho mejor!

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