Pinturas rupestres  

Un alucinante viaje de mil años  

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La enorme riqueza cultural de Guachipas se concentra en las pinturas rupestres que se hallan en el paraje Las Juntas, así llamado por la enmarañada unión de los ríos Las Abras y Las Pirguas. 

Justo frente a la plaza, el Centro de Interpretación es un buen punto de inicio, pues hacer luego el recorrido sin el relato del experto sería un desperdicio. Allí entonces uno puede preguntar por Raúl “Pájaro” Aguirre, quien guía al visitante por un magnífico viaje hacia el pasado.

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Ya en el camino, por la vieja ruta nacional 9 (actualmente ruta provincial 6), Pájaro comienza explicando el origen del nombre del pueblo: en idioma cacán “huachi” significa tirar con flechas y “pas” abundancia de luz solar.  

Luego narra que en su primera visita a las cuevas sintió que ya había estado en ese lugar en otro tiempo. Es que su sensibilidad hacia el tesoro arqueológico se percibe con plena claridad. Es una relación de apego la que lo une a toda la cultura allí testimoniada, en dibujos tan simples y -al mismo tiempo- tan nutridos de sabiduría.  

El trayecto de 35 kilómetros toma cerca de una hora desde el Centro de Interpretación. Implica ascender por las cuestas del Cebilar y del Lajar a través del camino a la vieja finca Pampa Grande, allí donde pastaban las mulas y el ganado y que fuera un enclave fundamental para la alimentación de las tropas del Ejército del Norte en la lucha por la independencia. También por esta senda pasaba, décadas atrás, el histórico Turismo Carretera, la más tradicional competencia argentina de automovilismo.  

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A lo lejos, hacia el este, se vislumbra el cerro sagrado de Las Pirguas, que refleja los últimos rayos de sol en cada atardecer.  

Una vez hecho el desvío, donde un cartelito da cuenta del arribo a la tierra del legado de la cultura diaguita-calchaquí, se deja el vehículo y se inicia una caminata de un kilómetro, rumbo a las cuevas. En realidad son aleros de la montaña, donde fueron encontrados preciosos dibujos de más de mil años de antigüedad.   

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Los diaguitas de la zona eran agricultores pacíficos, narra Pájaro. Luego argumenta que –según sus investigaciones- los incas nunca llegaron por esos cerros y, por ello, todo lo que allí uno contempla es nítidamente preincaico. Para él no solo es cuestión de estudiar archivos y recopilar los testimonios orales de los ancianos; también se debe observar, oír, oler: todo en la tierra es "información", sus piedras, sus plantas, sus arroyos, su cielo. Solo, dice, hay que saber tomarse un tiempo para descifrarla.  

Los aleros son de pirgua, formación geológica de arena con arcilla rojiza. En el primero de ellos, bautizado de la Iniciación, se acostumbraba convertir al adolescente en adulto mediante una ceremonia en la que debía atravesar un hueco de roca, con clara morfología de útero materno. Hay también pinturas que representan “contadores” (un sistema en el que cada punto equivale a una unidad) y espirales, que simbolizan el ciclo de la vida humana.  

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A un costado se ven los primeros espejos de agua, utilizados por los diaguitas para absorber toda la energía del sol allí concentrada. Estos espejos aparecen durante todo el recorrido, siendo los más importantes los que se encuentran en la máxima altura.  

Los métodos de observación astronómica producen asombro. En este tramo hay siete minúsculos huecos cavados en el sendero rocoso, los cuales eran llenados con agua. La noche que todos esos huecos reflejaban la luz de las Siete Cabritas, las famosas estrellas de la Constelación de Tauro, marcaba el inicio de la temporada de siembra de maíz. ¡Impresionante!   

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El alero contiguo tiene un peñasco con una forma muy particular: dos semicírculos que casi se unen, a la manera de las “intihuatana” de los incas. Cuando el sol aparecía por esa cavidad, pronosticaban de acuerdo a su luz cómo sería la temporada agrícola: color amarillento significaba un año por demás soleado y seco; verdoso muy apto para la siembra; mayormente nublado auguraba un año con calamidades.   

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Continuando el ascenso, Pájaro cuenta que las pinturas fueron realizadas con pigmentos naturales mezclados con grasa de zorro; para el negro se usaba el carbón molido con arcilla; para el rojo el tanino del cebil, que era concentrado en ollas de barro por largo tiempo hasta lograr la estabilidad de la materia prima; para el blanco, piedra caliza triturada.  

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Pájaro invita a recostarse en el suelo, casi ingresando en una cueva. Es en el alero bautizado Ambrosetti (por el etnógrafo que los estudió) donde se encuentran los dibujos bidimensionales y más coloridos. Son los “hombres escudo” y los ancianos del consejo, que configuran una belleza absoluta. Figuras simples pero de vigorosa factura.  

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Luego, el alero que da cuenta del ciclo de vida de los animales. Allí, Pájaro estimula la imaginación, invitando a participar de juegos de adivinanza o cómo uno interpreta lo que ve, como el caso de la tropilla de llamas en actitud tranquila y de distensión, lo que se evidencia por la postura festiva de las crías que juegan entre sí.  

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Otro alero más alto contiene una narración de un viaje astral del chamán. Sorprende la línea que asciende hasta el cielo por la roca en la altura y aun mas imaginar al artista ejecutándola hace más de mil años, de seguro bajo los efectos alucinógenos de la semilla de cebil fumada en pipa.    

Ya en la fase final de la subida, luego del alero del Senado, se encuentra la piedra de los sacrificios y una apacheta. Para entonces Pájaro pide abrir los brazos y absorber también la energía del sol y del lugar, confirmando su intención de percibir la sensibilidad de la cumbre. ¡Vaya si lo consigue!  

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Antes de emprender el regreso, una rápida visita por la antiquísima y raída casona rosada que fuera el casco principal de Las Juntas, en la que otrora vivieran mis bisabuelos.  

Un emotivo final después de un alucinante viaje por el tiempo, cargado de gratas sensaciones.  

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