Petroglifos

Museo de Sitio Santa Rosa de Tastil y El Duraznito

El Museo de Sitio Santa Rosa de Tastil contiene una pequeña exhibición de objetos arqueológicos. La cálida recepción está a cargo de Epifania, quien invita al visitante a conocer la muestra y brinda los primeros detalles. A continuación su prima, la diligente Marcela, guía local, se dispone a iniciar un relato sobre los dibujos grabados en piedra.

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La atención máxima se la lleva la “Bailarina de Tastil”, una figura delicada de extrema feminidad y sutileza. Esta pieza tan icónica fue “repatriada” desde el Museo de Antropología de Salta, con motivo de la puesta en valor del Museo de Sitio.

Justo a su lado la acompañan los “Musiqueros”, dos gráciles figuras que tocan un instrumento de viento, quizás una ocarina de hueso o madera. Son de una belleza extraordinaria.

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Con su habitual buena fortuna, @triptiticy_ fue invitado a conocer los otros petroglifos que se conservan en el cerro anterior al pueblo, en El Duraznito. Un corto viaje en auto hasta el paraíso para un antropólogo y para todo aquel que valore el legado histórico de la existencia humana.

Consiste en una caminata de ascenso por la falda del cerro para ir divisando, con la ayuda de Marcela, las piedras con los dibujos más variados: figuras antropomorfas; animales como el suri (avestruz), llamas o incluso monitos; un impactante calendario; el sol en distintas versiones y otras muchas escenas representativas de los ciclos de la vida misma.

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Marcela se mueve enfrentando al viento de las alturas como si fuese aún la niña que jugaba con su padre, José Pedro Zalazar, el entonces guardián del sitio. 

La conmoción es instantánea al descubrir que allí, en una falda árida más de tantas que se divisan en la ruta, se encuentra este divino tesoro de hace aproximadamente mil años. Cantidad de petroglifos esparcidos en la ladera, todos de una belleza única, máxime cuando con solo levantar la vista la escena se completa con un paisaje agreste y el prístino cielo azul. Es un auténtico museo de arte al aire libre y resulta imposible no viajar en el tiempo y pensar, ante las piedras, en el o los autores ejecutando estas obras maestras.

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Todo ello generó una sensación de conquista al haber conocido ese escenario tan antiguo y contemporáneo a la vez. Y si bien verlas en su estado natural es todo un privilegio, la necesidad de mayor preservación de tamañas riquezas deja un poquito de inquietud.

Ojalá todas esas valiosas evidencias de nuestro pasado se conserven y puedan ser disfrutadas por siempre.

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