Norte de Catamarca
Antofalla, Volcán Carachi, Mar Estático, Campo de Piedra Pomes, Dunas Blancas y mucho más
Recorrimos la puna de Salta y Catamarca de la mano de un gran guía, el entusiasta y profesional Lautaro Funes Sángari.
Fue un viaje planeado con seis meses de anticipación, sabiendo que la experiencia sería demandante: días de andar por caminos extremos, cursos sinuosos y huellas desoladas, ahondando en paisajes inverosímiles, en donde la inmensidad te sustrae y te coloca en un lugar de pequeñez y grandeza al mismo tiempo.
Es por eso que decidimos contratar a la pionera en esos caminos, Socompa Adventure Travel, agencia creada por el italiano Fabrizio Ghilardi, un enamorado de las montañas, los desiertos de altura y la aventura. En Socompa conocen el norte argentino como nadie y te proponen un servicio personalizado y de alto nivel.
Así iniciamos nuestro viaje en tour privado, en una 4x4 que se mantuvo pulcra durante toda la travesía. Lautaro, luego de una cordial introducción, nos brindó detalles de los protocolos para garantizar la seguridad durante toda la experiencia.
Una vez que recorrimos la Puna Salteña, marchamos rumbo al oasis de Antofallita, un puñado de metros ya dentro de la provincia de Catamarca. Es un paraje fértil en el que solo viven los hermanos Corina y Héctor, quienes mantienen una agria discordancia de décadas por el uso del manantial que les da sustento.
A continuación cruzamos el salar de Antofalla, siguiendo una huella, hasta dar con otra maravilla que esconde allí la naturaleza. Se trata de la Laguna Verde, conocida por algunos como el Caribe de la Puna por su intenso color esmeralda. Al igual que los ojos de Tolar Grande, bajo sus aguas se resguardan las bacterias extremófilas capaces de subsistir en la salinidad.
Las nubes se reflejan en el agua, por lo que para las cámaras de los celulares es fácil jugar con el efecto óptico. Ni hablar de las más profesionales.
Para el almuerzo la cita era en la casa de Marta Salva en Antofalla, el oasis más grande del salar. Una recóndita y casi irreal aldea de adobe con un callejón de película en su centro, coronado por un pródigo manzano. Una milanesa con tortilla de quinoa de guarnición y algunas suculentas empanadas de carne recién horneadas fueron nuestro refrigerio.
Con prisa, Lautaro nos indicó el recorrido que nos esperaba hasta El Peñón, el siguiente destino.
Primero el Abra Colorada, el punto más alto de la travesía con sus 4635 metros, hasta llegar a Vega Colorada, en la que habitan infinidad de vicuñas, ágiles y tímidas, y también unas cuantas vacas salvajes. En la Cuesta de Calalaste Lautaro frenó la Hilux y trepó por la ladera para hacerse de unas ramitas de copa-copa. Es que veníamos hablando de coctelería y de las aromáticas que maridan bien con el gin… y nuestro guía, sommelier también, nos prometió hacernos probar esa hierba una vez que llegásemos a destino.
La siguiente parada fue en Antofagasta de la Sierra, pueblo rodeado de material volcánico de intenso negro. La incredulidad volvió a ser puesta a prueba, es que resulta muy difícil de creer lo inhóspito de esas poblaciones. El rincón más poblado era el del edificio de Gendarmería, pues allí la débil señal de wifi les permitía a los locales conectar un poco con la civilización… Es tan tenue allí la cobertura que un poco de viento en contra deja los artefactos sin conectividad.
Quedaba un último trayecto en ruta pavimentada hasta El Peñón, para registrarnos en la prolija Hostería homónima administrada por Socompa. Justo en esos días ese paraje empezó a disponer de suministro eléctrico las veinticuatro horas del día… ¡todo un acontecimiento!
En la noche, en el comedor nos sirvieron auténtica comida casera, preparada por la cocinera Nacha: sopa de zapallo, cazuela de carne y flan de postre.
Al tercer día, muchas atracciones estaban pautadas ya sin necesidad de recorrer tantos kilómetros. Primero subimos a un punto panorámico desde el que pudimos anticipar el recorrido y los majestuosos paisajes que nos aguardaban.
Luego ingresamos de lleno al desértico valle de Carachi Pampa, una explanada colosal en la que habitan solo algunas valientes hierbas de altura, como la rica rica o
De fondo, el majestuoso volcán Carachi, negro, contrastante. La fuerza de la 4x4 se hizo sentir. Seguimos una huella sobre el azabache material volcánico para llegar a la Laguna Colorada, cobijo de los elegantes flamencos y parinas. La enorme laguna se encuentra justo frente a una cadena montañosa, formada por minerales rojizos, por lo que la intensa luz genera que ese color se refleje en el agua. Nos acercamos sigilosos para no molestar a las aves distinguidas y donosas, algunas de un tono rosado más vivo, otras más claras; su cuello largo se esconde en el agua buscando alimento y sus patas también largas simulan una danza al caminar.
Luego de cerca de una hora de contemplarlas, y de interactuar con llamas que pastaban en los manantiales que brotan de la tierra, fue la hora de partir. En eso que tomábamos las últimas fotos sucedió un evento inesperado que marcaría para siempre ese viaje, como una de las experiencias más grandilocuentes de @tripticity_. La caravana de un grupo de motociclistas que veníamos cruzando se frenó justo a nuestro lado ante la caída de uno de ellos. Expectantes por la escena, y esperando a la vez para hacernos de la preciada foto una vez superado el trance, ¡oímos un grito fuerte que decía mi nombre! La identidad se mantenía oculta tras la armadura propia de los motoqueros. Raudamente el incógnito piloto trepó la lomada negra y se acercó a nosotros. ¡Era mi titánico primo Iván! De esos personajes libres que van por la vida saboreándola, con ganas de no perderse ni un segundo de ella. Fue tanta la conmoción, en ese fugaz encuentro a cientos de kilómetros de nuestros respectivos domicilios, que justo antes de que volviese a trepar a su mega cabra motorizada, pudimos pactar un encuentro más tarde en El Peñón, donde por gracia divina fuimos a coincidir esa noche del fin de semana largo de carnaval.
Con el ánimo aun arrebatado, continuamos marcha para llegar al Mar Estático, otra explanada interminable en la que, por obra de los feroces vientos de la meseta de altura, el suelo se fue marcando cual formando olas en movimiento, aunque en realidad no hay más que líneas erosionadas de suelo rasgado.
Más adelante, aguardaba el majestuoso Campo de Piedra Pómez, formación natural que se produjo como consecuencia de la actividad volcánica que imperó por esas latitudes. Los que saben enseñan que se trató de una gran explosión que esparció cenizas y escombros que luego se cristalizaron gestando las formas más singulares, rocas con apariencia de otro planeta, repletas de agujeros que no son sino las vías de escape de los gases que fluyeron durante la etapa de enfriamiento. Se trata de un monumental laberinto gigante de rocas blancas, casi de juguete. ¡Inexpresable tanta belleza!
Por cierto, lo de otro planeta es literal: a Carachi Pampa cada año llegan científicos de la NASA a estudiar el terreno, con la mira puesta en el día que el hombre pueda habitar en Marte.
Para el final, una visita a las Dunas Blancas, también conocidas como las dunas trepadoras: fabulosas, impactantes, eternas. Un último seductor paseo por esos campos de arena blanca que se elevan con ondulaciones por el maravilloso filo de las cumbres volcánicas.
Regresamos a la hostería para ponernos cómodos, de modo de disfrutar un nuevo impresionante atardecer con una paleta de colores proyectándose en el cielo. Fue allí cuando Iván llegó, y cobramos la promesa de Lautaro de preparar un gin tonic con copa-copa para ponerle aún más sabor a ese inolvidable crepúsculo. Cenamos todos juntos en la hostería; otra vez Nacha nos sirvió un sabroso menú regional con milanesa de pollo y no dejamos de brindar por el encuentro fortuito.
El último día del tour por la meseta andina fue ya por asfalto, pasando por Paja Brava, los pueblos catamarqueños de Hualfín y Santa María para luego ingresar al Valle Calchaquí, atravesando Cafayate y la Quebrada de las Conchas.
El último stop fue en el paraje de Alemanía, compuesto por una docena de casitas donde se destaca la antigua estación de tren, reciclada hoy en un simpático bar. Fue allí donde hicimos el ritual de conclusiones bien positivas, por esos cuatro días sin igual que llevaremos siempre en nuestros corazones, gracias a nuestro nuevo y gran amigo Lautaro.