¿Milán en un día?
Imposible, pero al menos unos imperdibles
¿dónde parar?
En Europa, nada como moverse en trenes. Por ello, cuando se trata de conocer ciudades en poco tiempo, lo mejor es buscar una alternativa cerca de la estación ferroviaria. Ello permite caminar hasta el hospedaje, dejar la valija de modo rápido y desde allí salir a disfrutar la ciudad.
¿qué hacer?
La ciudad ofrece múltiples highlights, por lo que una visita de solo un día es más que una irreverencia. Sin embargo, en los viajes -como en la vida- lo ideal es enemigo de lo posible (Voltaire), por lo que si se cuenta con poco tiempo, pues a maximizarlo y disfrutar.
Se puede tomar el metro o un tranvía con dirección hacia el Duomo, el gran ícono y punto céntrico de la ciudad. Una catedral gótica con una enorme cantidad de pináculos, chapiteles y ornamentos arquitectónicos. Su construcción fue iniciada en 1386 y duró siglos.
El recorrido por la plaza del Duomo incluye el Palacio Real de Milán y otras edificaciones majestuosas, entre las que se destaca la Galería Vittorio Emanuele II, un pasaje cubierto entre el Duomo y el Teatro alla Scala. Su nombre honra al primer rey de la Italia unificada y se trata de un exclusivo centro comercial con arcadas de cristal y hierro fundido de extraordinaria belleza. Marcas de alta costura con sus sorprendentes vidrieras de diseño, librerías y galerías de artes despliegan su sofisticación a lo largo de sus corredores.
Se puede hacer un stop para un café en el histórico Ristorante Biffi en la galería. Otra opción más moderna, pero de elegancia semejante la ofrece el Starbucks Reserve Roastery, una cafetería de tendencia ubicada en el antiguo edificio de correos de la Piazza Cordusio. Los Roastery de Starbucks son espacios de culto, premium y teatrales, en los que se expone el proceso de creación del café como un espectáculo en sí mismo, desde la selección de los granos hasta que es servido para el deleite del cliente. Además del de Milán, existen otros cinco Reserve en las grandes capitales del mundo (New York, Chicago, Tokyo, Shanghai y en su nativo Seattle), en los que la experiencia del café es llevada a su máxima expresión.
Una rápida visita a la Chiesa de Santa Maria presso San Satiro, del siglo XV, permite percibir en su esplendor una de las magnánimas invenciones del Renacimiento, la perspectiva. Sucede que la falta de espacio dificultaba la realización del coro, por lo que el artista y arquitecto italiano Donato Bramante resolvió el problema mediante la creación de un falso coro, en el que los relieves, casetones y molduras delicadamente coloreadas logran tergiversar la ausencia de profundidad. Se trata de una obra maestra de la arquitectura que patentiza el esplendor del ducado. Una trampa a la mirada del visitante, un juego óptico.
A continuación, el Quadrilatero della Moda o Quad d’Oro propone un paseo por un espacio de puro diseño, marcas de lujo como Dior, Dolce e Gabbana, Prada, Fendi, Louise Vuitton, Channel, Cartier, entre otras, convergen creando una atmósfera de elegancia, rodeada de seductores escaparates.
El centro del distrito es Via Monte Napoleone, calle célebre como la Rue Saint-Honoré en París o la 5th Ave en New York. Si bien su nombre transporta a la ocupación francesa durante la dominación de Bonaparte, no hay nada más italiano en cuanto a diseño que ella. Muy cerca de allí se encuentra otra opción para apreciar la moda, el Corso Vittorio Emanuele II.
De camino a Santa Maria delle Grazie, se encuentra otra iglesia que sorprende, la Chiesa di San Maurizio al Monastero Maggiore. El otrora convento benedictino cuenta con dos espacios bien diferenciados, conectados por un lateral; un primero abierto al público y el posterior reservado para las monjas de clausura que escuchaban desde allí la misa. Sus impresionantes frescos hicieron que fuese conocida como la Capilla Sixtina de Milán.
Una vez en Santa María de las Gracias, con tickets reservados con anticipación (una tarea titánica por cuanto son escasos y la demanda alta) el célebre mural La última cena asegura el embelesamiento de la ciudad. Por encargo de Ludovico Sforza, duque de Milán, Leonardo da Vinci decoró el refectorio del convento con la escena bíblica. La novedosa técnica pictórica utilizada por el artista le permitió centrarse en el detalle y perfección. Sin embargo, a diferencia del fresco, que demanda una veloz ejecución pero una permanencia asegurada, la táctica del uso del óleo sobre yeso seco acarreó serios problemas de conservación de la obra, la que sufre un deterioro constante por la humedad, pero le aseguró al maestro el refinamiento de su manufactura.
El antiguo comedor de los monjes supo conservar la obra de arte por siglos y los milaneses se enorgullecen de enseñar las fotos que dan cuenta de sus esfuerzos para protegerla durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Todo el esfuerzo e incluso el mal trago de la pugna por conseguir una entrada se justifica ante tanta belleza.
Para cerrar, nada mejor que darse el gusto de asistir a una función en el Teatro alla Scala, uno de las salas de ópera más destacados del mundo. Aun siendo inexperto, se disfruta de cada momento, máxime si se tiene la suerte y el privilegio de que el célebre Zubin Mehta dirija la función. Un gran cierre, mejor con un previo spritz en el Bar della Scala. Cómo no disfrutar de esos provocadores aperitivos italianos!