Maldivas
El olimpo de los sueños
Nuestro viaje a Maldivas fue una validación de la frase de los libros de autoayuda sobre el poder de la palabra.
Más de diez años antes de su concreción, cuando aún éramos solo amigos y no existía ninguna chance aparente de estar juntos, tuvo lugar una charla con el señor @tripticity_ sobre destinos exóticos y extravagantes por visitar. Fue allí cuando mi mención sobre estas islas generó en mi compañero de vida una búsqueda rápida por google, y me advirtió que su primer “Me gusta” en su cuenta de Twitter era una publicación que daba cuenta de las fabulosas playas de aguas cristalinas y las villas suspendidas sobre el mar de Maldivas.
Pues pasaron los años y esas supuestas inexistentes chances de encontrarnos, hasta que nos encontramos. El mérito fue de él pues supo esperar el momento justo. Entonces después de pocos meses de estar juntos era claro que lo sentíamos para toda la vida, por lo que la idea de oficializar se impuso y qué mejor manera de celebrarlo que viajando a ese destino referido tanto tiempo atrás, cual cumplir un sueño. No había otra opción. Y para decir la verdad fue el destino elegido el que terminó definiendo incluso la fecha de la boda. ¡Es que Maldivas es uno de los puntos turísticos más exclusivos y caros del planeta!
Una opción astuta era planificar el viaje para la primera semana de la temporada baja, que la marca los meses del viento monzón que azotan esas costas, ya que los precios bajan significativamente. Nadie quiere ir a sufrir mega tormentas en las vacaciones, pero apostamos que las tempestades no empezasen justo la primera semana de la temporada. Y la apuesta salió bien. Mayo fue el mes elegido para el casamiento. Luego, continuó la difícil tarea de definir el hotel. Son innumerables las ofertas, las opciones diversas, las estrellas, las categorías y estilos que se busque.
Maldivas es un país en el Océano Índico que se conforma de un archipiélago de más de mil islas. Se asienta en veintitantos atolones, que son islas coralinas oceánicas, conformados por un conjunto de islas pequeñas, rodeadas de un arrecife de coral que forma lagunas interiores. Producto de esa maravilla de la naturaleza, un ecosistema de extrema diversidad marina forma su hogar en esos atolones, por lo que no solo ofrece exclusivas playas de arena blanca y suave sino también divertidas actividades acuáticas para disfrutar los coloridos peces y crustáceos que allí viven.
Obviamente no hay vuelo directo desde Argentina, por lo que finalmente el viaje de bodas incluyó un súper paseo por Italia, toda vez que resultaba muy conveniente como escala para llegar hasta Asia.
Tomamos desde Roma un vuelo con destino a Malé, la capital, con una conexión con stopover en Qatar, una solitaria mañana en que la ciudad atravesaba el Ramadán.
Al llegar a nuestro destino de luna de miel, el calor se hizo sentir, máxime cuando al ver nuestro pasaporte nos dirigieron al control sanitario. Si bien específicamente en el sitio web oficial se informaba que Maldivas no requería la vacuna contra la fiebre amarilla, allí nos la exigieron. Por eso nuestra recomendación es siempre viajar con todos los documentos y certificados posibles, con la debida precaución para que no se extravíen, como por ejemplo, usando las cajas de seguridad que ofrecen los hoteles.
Al salir al hall principal, la chica con el cartelito con nuestros nombres nos indicó el lugar donde debíamos dejar las valijas y tomar el bus que nos llevaba hasta el aeropuerto contiguo. Allí tocaba abordar nuestro hidroavión hasta la isla del hotel.
La opción de llegar en lancha era -lógicamente- más económica pero no podíamos perdernos la oportunidad de ver desde el cielo las islas coralinas formadas dentro de los atolones.
Las aeronaves de Trans Maldivian Airways son pequeñas, sólo unos quince pasajeros más la tripulación y todas las maletas atrás apiñadas. El vuelo nos tomó una media hora de pura fascinación ante la belleza que se desplegaba por debajo.
El aterrizaje en el medio del Índico, cerca de la isla Machchafushi, fue sutil pero se sintió como toda una aventura. Nos dejaron en una plataforma, donde fuimos recibidos por el personal del hotel, quien nos guió hasta una embarcación que nos llevó hasta el lobby del hotel, un gran bar abierto, con vista a ese descomunal escenario natural.
El Centara Grand Island Resort & Spa Maldives se ubica en el South Ari Atolon. La estadía era por seis noches. Como las water villas eran muy costosas, decidimos alojarnos las dos primeras noches en la categoría más inferior, Duplex Beach Villa, y las restantes cuatro sí en las casitas sobre el mar. Un carrito de golf nos alcanzó hasta nuestra habitación, que resultó ser una cabaña de dos plantas, con acceso directo y exclusivo a la playa de arena blanca. ¡Una suite espectacular y deslumbrante! La arena al tacto se sentía polvo y el mar era de un turquesa tipo @tripticity_. Además del living, la villa contaba con una galería con vista al mar y una ducha exterior.
Elegimos el régimen del hotel de tipo all inclusive, por lo que no dudamos tomar unos refrescos del frigo bar y zambullirnos en el agua. En eso, llegó una botella de riesling, el convite de la gerencia por nuestra luna de miel.
Además de la ducha tradicional, en la parte trasera de la cabaña de lujo, la ducha al aire libre invitaba por las tardes a un baño en la “selva”. Aunque, hay que decirlo, los mosquitos eran toda una amenaza: las simpáticas iguanas no eran suficientes para neutralizarlos.
Al atardecer, optamos por disfrutar el crucero que nos ofrecían en nuestro paquete, un tour de una hora y media navegando en el atolón en busca de la imagen más romántica de la puesta del sol.
Esa primera noche cenamos en el restaurante del hotel Suan Bua, especializado en comida tradicional tailandesa de tipo casero. El curry que comimos esa noche fue realmente inolvidable.
Al día siguiente, decidimos contratar un tour privado en lancha rápida para asegurarnos disfrutar la vida submarina en su máxima expresión. Fuimos en búsqueda del tiburón ballena. No solo lo pudimos ver, sino que fuimos invitados a tirarnos al agua y nadar a centímetros de este extraordinario animal gigante, que a pesar de su apariencia no representa ningún peligro para el ser humano. La experiencia fue única.
A continuación, nos dirigimos al arrecife para poder ver las enormes tortugas marinas nadando de aquí para allá, así como mantas rayas e infinidad de peces de colores.
Al regreso, optamos por probar el restaurant Azzuri Mare. Comida italiana y pescados frescos eran los principales con una vista increíble de la laguna natural que se forma gracias a los atolones, totalmente abierto y sin baranda por lo que los peces que pasaban por el costado eran toda una atracción.
Al día siguiente, nos mudamos a nuestra villa sobre el agua. La suite ofrece una vista única de los atardeceres. El baño conectado con la habitación cuenta con una tina para tomar baños de inmersión. En el exterior, además de una terraza y pileta privada infinita con vista al mar, unas escaleras te permiten sumergirte y disfrutar de la calidez del agua. Además, el equipo de snorkel quedó durante el resto de nuestra estadía a nuestra disposición por lo que ingresábamos cada vez que podíamos al mar para apreciar la colorida vida submarina de peces, caracoles, cangrejos y hasta tiburones bebé que paseaban junto a nuestra villa. Soberbio todo.
Durante esa parte de la estadía, accedimos además a los beneficios del Ultimate All Inclusive pack, que incluía almuerzos y cenas exclusivas en el Island Club Lounge, bebidas premium y acceso al sector vip de pileta y solárium.
Igualmente, tanto nos había gustado el restaurant tailandés que elegimos Suan Bua en otras varias oportunidades para disfrutar de su gastronomía y la belleza de sus estanques de lotos.
También disfrutamos del glamoroso spa del hotel en el centro de la isla y unos inolvidables masajes relajantes.
Los días pasaron demasiado rápido en el paraíso, comiendo delicias, nadando entre los peces, tomando los mejores baños en el mar y ¡celebrando el amor!