La Pampeana

Hotel Gastronómico

En el centro de la Argentina, muy cerca de la ciudad de Realicó, en las tierras probablemente más fértiles del país, se encuentra un antiguo casco de estancia reciclado por Javier Araujo Montes y su esposa Betina, convertido hoy en un soberbio hotel rural y gastronómico. 

Es que este cocinero madrileño de frontal carácter armó en La Pampeana, su reino, la estancia perfecta para desconectar, relajar y entregarse a una experiencia culinaria que te vuela la cabeza. 

Un detalle muy significativo: al concretar la reserva, a los pocos minutos el propio Javier te llama –cualquiera sea el país y el idioma- y te cuenta cada una de las normas de la casa y las razones por las que fueron promulgadas. Meses después, al momento del check in, entendí que se tomaba ese trabajo para evitar malos entendidos pues él quiere que tu estadía se viva de modo de que el relax sea un complemento de las máximas atracciones, como son la cena y el desayuno. 

La historia es así: son cuatro los cuartos disponibles. El alojamiento es muy cómodo, con cada habitación ambientada según la época de esa antigua casona que supo albergar a grandes próceres argentinos. En cada una predomina el color del nombre con el que fueron bautizadas: Girasol, Trébol, Alfalfa y Soja. 

La propiedad perteneció a uno de los más importantes empresarios de la carne de su tiempo, Carlos Fuchs. Simbología masónica -como la escuadra hecha en bronce sobre la chimenea- se encuentra en muchos rincones de la estancia.  

A ella se ingresa por un callejón entre altos eucaliptos, desde donde ya se ve la formidable pileta, imprescindible para los días de calor pampeanos y también para protegerse de los mosquitos que, según parece, abundan en el verano. Además, el inmenso jardín que rodea la casona resulta el lugar perfecto para disfrutar de hermosos atardeceres. En nuestro caso, uno con tonalidades rosáceas en el que se dibujó un completo arco iris. 

No obstante, quien ya aceptó las condiciones de Javier sabe que más allá del descanso y del bellísimo paisaje lo más importante llega a la hora de la cena. 

El menú solo lo conoce el chef, quien lo presenta por escrito al tomar una de las cuatro mesas disponibles en el elegante salón comedor. 

Son nueve los platos ofrecidos cada velada. Van variando de un día para otro y aunque parezcan obra del azar, en realidad son fruto de la intención de Javier de honrar a sus huéspedes. Así, habiéndole comentado aquella primera noche sobre una vez que en Sevilla probé el rabo de toro, y también de nuestros característicos vinos de altura en Salta, a la siguiente noche el plato estrella de la cena no fue sino un majestuoso rabo de toro con puerro frito, acompañado de un tinto de la selecta bodega San Pedro de Yacochuya.

Javier es un cocinero de esos que por su experiencia, técnica y astucia logran sabores perfectos y texturas sorprendentes, combinando recetas tradicionales con ideas que en teoría –solo en teoría- no son muy congruentes, como el pre-postre de la primera noche: una frutilla con praliné de ajo. 

La propuesta de Javier Araujo Montes tiene una única alternativa: con o sin maridaje de vinos. Obviamente esos manjares exigen ser armonizados por los diferentes vinos que él dispone para cada etapa del convite. La vajilla también es un viaje a otra dimensión estética.  

En resumidas cuentas, la experiencia es sobresaliente e inolvidable. 

Hace años que Javier teje sus redes de contacto con los productores de la zona, cosa de hacerse de las materias primas de primera, tanto por frescura como por calidad. De ahí la talla de los platos presentados. 

Pero no termina ahí el regocijo. Si a la noche la cena es tremenda, por la mañana el desayuno es igualmente descomunal. Sabrosas frutas como las cerezas y frutillas, embutidos de manufactura del genio cocinero, los quesos de campo o los huevos preparados especialmente a petición hacen al huésped sentirse parte de alguna realeza. Todo acompañado de un fresco y recién exprimido jugo natural de naranja. Capítulo aparte merecen los croissants y el pan de brioche, ambos perfectos, horneados por Javier minutos antes de ser servidos en las elegantes mesas. 

Para quien aprecie la historia, vale salirse de ese paraíso gastronómico para conocer el coqueto pueblo de Intendente Alvear, cuna de grandes polistas. Allí se expone el hermoso automóvil francés Gobron-Brillié reconstruido por iniciativa y esfuerzo de todo un pueblo. Sus casas y sus estancias bien justifican la visita

Solo esa escapada de una hora para volver a La Pampeana, tumbarse en una cómoda reposera del solárium, ver pasar las nubes y prepararse para el festín orquestado por el gran Javier Araujo Montes, quien sin hacer alarde en absoluto -pues tiene la convicción de que la felicidad pasa por otro lado- y como una forma de justificar tanta perfección, en una confianzuda ráfaga nos abrió una vieja coctelera y nos descubrió la cucarda más venerada en el mundo gastronómico: las célebres tres estrellas de la guía Michelin. 

Y es así. Más allá de los emblemas importan los momentos y las sensaciones vividas. La Pampeana es el lugar perfecto para convencerse de ello.   

Noche uno

Aperitivos

Espárragos a la bearnesa

Salmon marinado con emulsión de ciboulette

Entradas

Ajo blanco malagueño con uvas

Patatas Emperatriz de Orleans con mayonesa de kimchi

Cebolla de verdeo con tapenade y aire de queso

Chipirones rellenos en su tinta

Principal

Carrilleras de ternera con salsa española

Pre postre

Frutilla con praliné de ajo

Postre

Tocino de cielo

 
 

Noche dos

Aperitivos

Croquetas de pollo y huevo

Lomo embuchado

Entradas

Crema fría de pepino con humus y queso azul

Huevos 63 con espuma de papas perfumada a la panceta

Mollejas al café de Paris con talco de tomillo

Pimiento del piquillo relleno de bacalao

Principal

Rabo de toro con puerro frito

Pre postre

Helado de habano

Postre

Arroz con leche al estilo del chef