La Catedral de la Puna

Casabindo y su historia

Visitar Jujuy es en casi todos los casos visitar la Quebrada de Humahuaca. Su encanto y su belleza justifican su protagonismo.

Pero si se cuenta con tiempo adicional, bien vale salirse de los circuitos turísticos más conocidos para recorrer esos caminos rústicos que te llevan a pueblitos históricos, haciéndote sentir que te encuentras -literalmente- en un viaje a otros tiempos.

Una vez en Abra Pampa, se debe tomar el empalme para la Ruta Provincial 11. Estar atentos pues, con suerte, algunos flamencos y parinas pueden estar retozando en las lagunillas de las veras.

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Se inicia entonces un sendero pedregoso, vacío, que parece interminable. Es la puna jujeña que te lleva al conmovedor Casabindo, el pueblo hispánico en pie más antiguo de la Argentina. Fue constituido por Diego de Almagro en el año 1535, en su paso a Chile, y es célebre por dos cuestiones bien relacionadas: su iglesia y su tradicional “Toreo de la vincha”.

La iglesia domina el pueblo de altura, no solo por su blanco radiante en medio del marrón de las casitas de adobe, sino en especial por su inusitado gran tamaño. Su construcción se inició a fines del siglo XVII y fue inaugurada por el Deán Gregorio Funes en 1722. Cuesta creer que su conservación es casi intacta. Sus altos campanarios escoltan el gran arco de ingreso.

La fiesta taurina, única en su tipo en Argentina, sucede todos los 15 de agosto, justo frente a la iglesia y se celebra en honor a la Asunción de la Virgen.

Si se continúa rumbo al sur se encuentran típicos caseríos del altiplano, casi fantasmas, en los que solo se logra a ver a una o dos pastoras andando siempre a lo lejos.

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Luego la laguna de Guayatayoc, fuertemente salada y alcalínica, que prorrumpe en la época estival y se seca durante el resto del año. Atravesar su superficie siguiendo la senda insinúa espejismos, en los que parece que el agua se acerca, hasta que, llegando, los ojos dan cuenta de que era solo una ilusión en la borrascosa inmensidad.

El trayecto produce fatiga y te llena de tierra, pero es muy reconfortante a la vez, con gusto de conquista de horizontes tan lejanos y solitarios.