Iglesia de San Francisco de Asís

Un tesoro escondido 

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Data del año 1690, cuando el primer Marqués de Tojo ordenó su construcción para honrar a su difunta joven esposa. 

Poder conocerla es todo un desafío. Las llaves, las mismas que abren sus pesadas puertas verdes desde hace más de trescientos años, se encuentran en poder de una cuidadora principal que trabaja para la Comisión de Museos Nacionales, la autoridad a cargo del patrimonio cultural argentino. Sucede que encontrarla para que abra el templo a los viajeros es una aventura muchas veces imposible. 

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Por suerte, gracias a la enorme predisposición de Silvia y Gustavo, los dueños de la Posada Tika, logramos visitar la iglesia. Ellos se contactaron con Yaquelin Bulegio, la esposa del cacique de la Comunidad Coya de Yavi, y así pudimos ingresar al sagrado recinto histórico. No solo nos acompañó sino que nos relató la historia de esa reliquia. 

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Cuenta con tres retablos, un púlpito y un coro. Todo es excepcional: los tallados de la madera, la cubierta de oro, los lienzos cuzqueños, la decoración, la disposición de la nave. 

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En lo alto, cuelgan cuatro pinturas de la escuela cuzqueña de arte, contemporáneos a la construcción de la iglesia. Nunca fueron restaurados por lo que prima una intensa oscuridad, resultando arduo vislumbrar las escenas de la crucifixión de Cristo allí plasmadas, máxime pues se encuentran en lo alto de los gruesos muros de adobe, a contraluz de las pequeñas ventanitas de alabastro y ónix que iluminan el recinto. 

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En el coro, por encima de la entrada, sobresale un antiquísimo candelabro en forma de cóndor. 

Impresionan los ángeles que ornamentan las vigas -de un intenso color verde- y que sostienen su estructura. Fueron realizados por artistas indígenas de Cuzco, quienes dejaron su impronta al adicionarle plumas a los querubines. 

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En el atrio principal, resaltan la Virgen del Rosario, patrona del pueblo de Yavi, junto a San Francisco, el que ocupa el lugar a su derecha. Un lienzo con una escena de la Virgen de la Merced, de evidente manufactura cuzqueña, resalta en el muro izquierdo cerca del retablo principal, sobre todo por los detalles del vestido de la Inmaculada. 

Cuando Yaquelin abrió el sagrario, un haz de luz ingresó por la oculta ventanita de alabastro que se encuentra en su interior, logrando una escena extraordinaria. 

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A la izquierda del templo, se encuentra la pequeña capilla con un enorme retablo también recubierto en oro. Es la Capilla de las Ánimas. Resulta desgarrador leer las lápidas de las tumbas centenarias de niños y de amadas. 

Al finalizar la visita, Yaquelin nos relató su historia. A sus veintitrés años confesó orgullosa que ama tanto a su pueblo que no se imagina vivir en otro lugar. Además, nos recordó las historias de sus antepasados, contadas por su abuelo, de los tiempos del último marqués.  

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Al salir, domingo cerca de las diez de la mañana, varios niños de la comunidad esperaban su hora de catecismo justo en el jardín en el que se plantan lirios, margaritas, dalias y gladiolos, para hacer las ofrendas a los patronos del pueblo. Y cuando se hicieron las diez en punto, Yaquelin subió a la torre del campanario para hacer redoblar las campanas, las que resonaron en todo el silencioso pueblo y más allá, en la enormidad de la vasta y desolada extensión de la puna. 

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